El campo de nuestra literatura no está tan poblado de grandes valores como algunos nos quieren hacer creer. Como otros elementos de nuestra vida diaria, libros y escritores suelen estar sometidos a los azarosos avatares del mercado y a sutiles fuerzas venales. Se nos ofrecen gigantescas listas de novedades editoriales que en su devenir serán irremediable materia del olvido o de la nada; se sustentan éxitos infundados y ocultan obras y autores que debieran trascender a sus ventas, a su lectura y al tiempo. Bajo este panorama reaparecen figuras que en su obra se hicieron a sí mismos perdurables y en ella adquieren la sustancia de una vida futura.

Don Pedro Penzol y Travieso nació en Castropol el 24 de abril de 1880. Estudió el bachillerato con los P.P. Jesuitas de Gijón y la carrera de Leyes ("sin ninguna afición y sólo por satisfacer el deseo paterno") en la Universidad de Oviedo. Tras colaborar en algunas publicaciones locales y comarcales viajó a Madrid, buscando terreno propicio para dar curso al múltiple y diverso repertorio de sus intereses. Allí conoció y trató a los más destacados artistas y literatos de los primeros años del siglo, haciendo su vínculo con Juan Gris y Pérez de Ayala perdurable y fraternal. Fueron días en los que copiaba incansablemente en el Museo del Prado, frecuentaba con sus colaboraciones las páginas de prensa o traducía al castellano obras de autores extranjeros. Contrajo matrimonio en Puerto de Vega en 1912 con doña Pilar González, nacida en Puerto Rico.

Un viaje circunstancial a Inglaterra fue determinante para cambiar la trayectoria de su vida, quedando desde entonces unido a este país de forma definitiva y plena de fidelidad. Fue nombrado responsable del Departamento de Español en la Universidad de Leeds a los 38 años, desde donde ejerció de abanderado de la cultura española a través de publicaciones e innumerables conferencias. Dentro de un ambiente intelectual refinado y de gran efervescencia cultural, se relacionó con los grandes personajes de la universidad inglesa de la época. Su sucesor en la cátedra, Mr Reginald Brown, escribió a su muerte en la Revista Universitaria que lo recordaba "como un hombre cuya presencia era un estímulo para ser más sensible y para expresar la propia personalidad en relación con la verdad y con la belleza". Y un antiguo alumno -VWS Hunter-: "Era tan cariñoso y servicial, siempre en ebullición y radiando una calidad humana que resultaba contagiosa: un antídoto jovial a la triste ciencia de la economía. ¡Qué afortunados fuimos al tenerle!". Dámaso Alonso glosaba en 1966 la figura del "trabajador intelectual", del "artista y amigo" con "su rostro ancho y noble, su mirada clara, la franqueza de aquella sonrisa que nunca mintió". Y haciendo juicio de su valor añadía más adelante: "esparcidas por muchos sitios están sus muy valiosas contribuciones a la historia de la literatura y del arte, a la historia de la cultura general".

Me consta que se trata de un personaje insuficientemente conocido, de cuya obra un escaso número de asturianos tiene noticia directa. Entre los años 1967-74 el Instituto de Estudios Asturianos publicó -en edición promovida y financiada por su viuda- una recopilación de casi 60 artículos, pequeños ensayos y cuentos, algunos de una excelente realización. En un hacer emocionado e inspirado, la visión estética sobrepuja en todos ellos a otros aspectos de la realidad.

Como escritor fue un gran estilista, de expresión escogida, de construcción medida -reflejo de largas lecturas poéticas-, que con afortunada combinación de imágenes interpreta continuamente su perimundo desde una cultura vasta y universal. Vivió asomándose con exaltada curiosidad a paisajes, mundos físicos o morales, históricos o filosóficos, a la vida y obra de escritores, pintores y artistas. A lo largo de cuantiosas páginas de extraordinaria calidad literaria desmenuza las estrofas del Cántico Espiritual y penetra su fondo, ensaya su mente para contraponer la prosa de Quevedo y Cervantes, narra con emoción su encuentro con Unamuno, nos pinta en líneas de gran lirismo la capilla de Taborcías, los acantilados de Vega, o relata en crónicas románticas sus paseos en los crepúsculos de Cambridge y Oxford. Todo un repertorio de vivencias personales que imagino concebidas tras mirar atentamente a uno y otro lado para luego ser recreadas, concretadas y cinceladas durante horas y días de forja literaria.

Su casa en Puerto de Vega conserva un delicioso ambiente, con abundantes detalles de exquisito gusto ornamental. La familia del matrimonio ha sabido perpetuar en las estancias y jardines la gran personalidad de sus distinguidos inquilinos y creadores. Estantes de libros que parecen recientemente consultados, retratos, recuerdos de viajes. La hermosa galería donde llaman la atención pequeños cuadros de don Pedro -no suficientemente considerado como pintor, señala su sobrina-. Paredes decoradas con pinturas de diversos motivos realizadas por la propia Dª Pilar. Y en el jardín la pérgola y una esbelta escultura del David triunfante sobre Goliat. En su infancia y juventud, D. Pedro ya pasó largos períodos estivales en Vega, en casa de su tío, el Párroco Penzol, en quien sus padres confiaban la regeneración de un muchacho algo indisciplinado, inquieto e imaginativo.

Su vinculación a la villa de Navia y sus alrededores ha sido larga, constante y apasionada, habiendo mantenido hasta su muerte en 1965 estrecha relación de amistad con algunos de sus vecinos. Por ello, para nosotros resulta sorprendente el escaso reconocimiento que se le ha dado. Como único recuerdo -humilde y pálido homenaje- su fotografía cuelga en una de las principales paredes de nuestra biblioteca pública.

Hoy que demasiada gente publica libros, casi siempre con un conocimiento limitado, sin una clara justificación y demasiadas veces desde una enconada enemistad con nuestra lengua, parece necesario rebuscar y volver a leer a Pedro Penzol. Y si este breve artículo es capaz de animar a alguien a acercarse a él, a deleitarse en sus escritos, si logra atraer alguna luz sobre su figura intelectual y su obra a los 50 años de su fallecimiento, no habrá sido escrito en vano.