Transitamos por estos corredores y, para hacerlo más llevadero, nos unimos más o menos circunstancialmente a otras personas que se hacen compañeros de camino. En ocasiones, caminamos por diversos trechos a un mismo tiempo, de tal forma que da la sensación de que llevamos vidas diferentes, aunque en realidad se trate sólo de un mismo laberinto. De vez en cuando, con gran pasmo, alguno cae en la celada y nos conmovemos. Ayer despedimos a Julián Muñiz Urteaga, con quien nos tocó andar juntos por un pasadizo improbable: el de preparar el entretenimiento ajeno. Fue la suya una despedida anticipada y, seguro que por eso, el encogimiento del ánimo fue aún mayor.

Levantar un festival de las características y proporciones de la «Semana negra», con los recursos contados con que se hace, exige de sus organizadores importantes dosis de inteligencia, paciencia y arte de la navegación para salir airosos en un mar, si no embravecido, sí muy picado que, si para los grandes paquebotes resulta llevadera, para las embarcaciones de pequeño porte puede resultar peligrosa. Esa presión, muy aguda y concentrada en unas pocas semanas, que tiene su culminación durante la celebración del acontecimiento, termina de vez en cuando con las fuerzas de alguno. Es la frase que Paco Taibo II hizo famosa para referirse a esta circunstancia: «Fulanito rompió». Y a todos, alguna vez en los más de veinte años del festival, nos tocó romper alguna vez. Pero hay algunos escogidos que no «rompieron» nunca y Julián fue uno de ellos; desde la primera ocasión en que se unió al equipo.

Destacaba de él la paciencia desplegada frente a la falta de comprensión ajena y hasta de la impertinencia: siendo idénticas, en ocasiones, las ganas de quitar de en medio al obtuso, y cuando los demás tirábamos la toalla y optábamos bien por el simple exabrupto o bien por quitarnos de en medio para evitarlo, él continuaba, resistente e incluso con una sonrisa: el compañero de viaje ideal para caminar por lugares donde la obligación exigía tratar con cientos, miles, de personas en los que, por simple estadística, necesariamente te has de tropezar con quien no sabe o no quiere saber en qué consiste la convivencia entre los humanos. Eso le hizo un maestro de resistencia ante los zarandeos con los que el destino nos trufa el camino y así lo hemos recordado y reconocido de nuevo, en la hora de la difícil y amarga despedida, todos los que recibíamos de él las múltiples y sabias lecciones de su ejemplo.

Creo interpretar los sentimientos de quienes de una u otra forma hemos tenido o tenemos que ver con el desarrollo de este internacional, pero gijonesísimo festival, que es la «Semana negra» cuando pongo que estamos desolados y que deseamos expresar a Coqui, la esposa de Julián; a su hija, a su madre, a sus hermanos y al resto de su familia el enorme sentimiento de pesar que nos embarga y nuestra solidaridad más profunda. Descanse en paz Julián Muñiz, un gijonés tranquilo.