Este año se cumplen dos siglos y medio de la publicación del libro de una figura señera del denominado Siglo de las Luces, popularmente conocida por su céntrica y concurrida calle en Oviedo con el nombre de Doctor Casal. El ilustre personaje, de nombre completo Gaspar Casal Julián (Gerona 1680-Madrid 1759), nació en Cataluña, pero pronto se desplazó junto a su familia a Soria -tierra de su madre- y a Guadalajara, donde vivió parte de su juventud en Atienza. Una vez graduado en Medicina -probablemente en la Universidad de Alcalá de Henares, aunque este extremo no está confirmado-, ejerció en Madrid hasta 1718.

En esta fecha decide trasladarse a Asturias, donde residió treinta y tres años, casi la mitad de su vida. Poco después de llegar a Oviedo fue nombrado médico del municipio y, gracias a la fama ganada, en marzo de 1729 las autoridades catedralicias le responsabilizan de la salud del cabildo. Contemporáneo de Feijoo, le unía amistad con el fraile benedictino, con el cual compartía tertulia. En 1751 regresa a Madrid y ejerce de galeno de la Corte, llegando a atender al propio rey Fernando VI. Pasó a la historia como el Hipócrates asturiano debido a sus continuas referencias al más importante médico de la Antigua Grecia.

Una de sus aportaciones terapéuticas más notables fue anticiparse en la interpretación de lo que denominó «mal de la rosa» (pelagra; del italiano «pelle»: piel y «agra»: áspera), percatándose de que era una enfermedad causada por el excesivo consumo de maíz, alimento omnipresente en la alimentación asturiana de su tiempo. Además de sus quehaceres profesionales, se dedicó a recopilar documentación acerca de los males habituales y sobre otras variadas disciplinas naturalistas (climatología, fauna, flora y mineralogía).

Sus pesquisas son publicadas en Madrid, de manera póstuma, con el título «Historia natural y médica del Principado de Asturias», cuya edición príncipe data de 1762. La obra reúne una temática pluridisciplinar: aguas, piedras, minerales y metales, sigue con otros capítulos dedicados a árboles y plantas, la atmósfera y diversas enfermedades endémicas. Desde un punto de vista geológico, se refiere a varios materiales: jaspes, piedra imán, carbón, trípoli y minerales de hierro, plomo, cobre, etcétera. Esta edición fue ampliamente elogiada por su claridad expositiva y su profundidad temática, siendo reeditada diversas veces.

Dedica especial atención al succino o ámbar -sustancia resultante de la fosilización de la resina de los árboles-, erigiéndose pionero en describir dos yacimientos asturianos, uno en Beloncio (Piloña) y otro en Arenas (Valdesoto, Siero). Puntualiza que «se inflama y arde como una tea, despidiendo un humo intenso y negro y exhalando un olor suave que dura tanto como permanece la llama, y aún extinguida ésta despide un aroma agradable como el del incienso ordinario». No debe extrañar el interés mostrado por Casal respecto al ámbar, pues era creencia cultural que poseía propiedades místicas o mágicas (se le han atribuido propiedades de la sabiduría y de la virtud), siendo utilizado como talismán y también como remedio medicinal contra problemas de pulmón, garganta, dolores de cabeza, circulatorios, etcétera.

Aparte del ámbar, describe azabache en el yacimiento piloñés indicando que, en su opinión, debe denominarse «ámbar negro», pues creía equívocamente que la génesis de ambos era similar. También se preocupa del cristal de roca (cuarzo), relatando la existencia de dos «minas», en Berbes (Ribadesella) y Las Caldas de Priorio (Oviedo); los cristales de la primera son «tan hermosos, tan puros, nítidos, brillantes y diáfanos, que apenas se pueden distinguir de los diamantes», sin embargo, en la segunda «no hay un solo cristal que sea diáfano (...). La superficie está perfectamente pulimentada, pero su color es entre azul y negro»; transcurrido el tiempo estos pequeños cristales prismáticos apuntados por pirámides fueron conocidos en la bibliografía como «diamantes de Las Caldas».

Fue un avanzado divulgador de las aguas termominerales de Las Caldas de Priorio (Oviedo) y de Fuensanta (Nava) al percatarse de sus bondades salutíferas. Relata de las de Priorio: «Son en sumo cristalinas, sin sabor ni olor perceptible», y refiriéndose a las de Fuensanta describe que son «claras y puramente tibias en grado remiso. Exhala la fuente un hedor cenagoso sulfúreo hasta enfadoso (...). Puesta dentro de la fuente o su arroyuelo alguna moneda o alhajilla de plata se vuelve en poco tiempo de color de oro».

No cabe duda de sus habilidades interpretativas, pudiendo considerársele un adelantado del método científico. Así lo demuestra en el caso de las mencionadas aguas termales de Las Caldas, sobre las que realizó múltiples experimentos para determinar su naturaleza.