Inestabilidad laboral, escaso poder adquisitivo, dependencia de la familia y residencia en el hogar paterno. Estos son los rasgos que, por desgracia, caracterizan a la mayor parte de la generación actual entre los 16 y los 29 años. Las sucesivas crisis no han hecho más que agravar los obstáculos, empeorando las condiciones de este grupo y convirtiendo a sus miembros en el saco de casi todos los golpes. Son los grandes olvidados de las medidas de recuperación y los sufridores silenciosos de la ausencia de oportunidades. A muchos, en las condiciones de debilidad económica de la región, ni siquiera un salario mensual les permite levantar el vuelo por su cuenta. El último informe del Consejo de la Juventud de España nos lo recuerda. Sus conclusiones respecto a Asturias son abrumadores.

Los jóvenes asturianos, además de un bien escaso, son un tesoro. Un alumno de La Corredoria de Oviedo al que se le diagnosticó una leucemia en plena pandemia logró acabar el curso con brillantez a pesar de afrontar de manera simultánea esas dos sacudidas, enfermedad y confinamiento. Otra alumna de las Dominicas de Gijón fue capaz de centrarse en los libros para obtener el título de Secundaria sobreponiéndose al dolor de la pérdida de su madre. Una ucraniana del instituto Número 1 gijonés y una saharaui del ovetense de Pando, llegadas de zonas de conflicto sin conocer una palabra de español, culminaron sus estudios demostrando una vez más que la educación rompe fronteras físicas y mentales: no existe otro valor tan decisivo para el progreso personal y comunitario.

Estos son casos de excelencia distinguidos esta semana en el final de la ESO. De cualquier otro centro podrían relatarse historias similares de esfuerzo y superación, valores muy denostados en los actuales tiempos por esa falacia igualitaria de la corrección política que lleva a concluir que ensalzar el mérito de uno significa desincentivar al resto. Debería ocurrir lo contrario. Conocer y realzar ejemplos contribuye a construir el espejo en el que mirarse en busca de estímulos inspiradores para que nadie renuncie a alcanzar sus más elevadas metas. Quien quiere, puede, aunque le cueste.

Las generaciones que empujan por detrás valen la pena. Desconcertada la sociedad por la ruptura de una época, las aleja injustamente del foco de sus preocupaciones. Si el estallido de la burbuja inmobiliaria ya mermó las expectativas de la cohorte llamada a tomar las riendas, el covid acabó por hundirla otro escalón, obligando a esas personas a luchar en peores circunstancias que durante la crisis de 2008.

Solo el 14% de los menores de 30 años asturianos se independiza hoy de sus padres, un porcentaje por debajo del anterior a la emergencia sanitaria. Únicamente treinta de cada cien encuentran empleo y entre los que lo logran, la mayoría acumula contratos temporales. Quien desee emanciparse y sostener un hogar de forma autónoma necesita dedicar a la vivienda el 82% de sus ingresos. Los datos están extraídos del último informe elaborado por el Consejo de la Juventud de España, cuyas magnitudes regionales los lectores pudieron ver publicadas el jueves en este periódico.

Lo mejor que puede decirse de este grupo al que le toca navegar en mitad de una tempestad dantesca es que sus integrantes no permanecen parados lamiéndose las heridas, actitud tan frecuente en Asturias. La forma en que esta generación inquieta, con ganas de comerse el mundo, se rebela contra su destino es marchándose fuera en busca de los horizontes de prosperidad que aquí se le niegan o prologando su etapa de formación para avanzar con la mochila repleta de conocimientos. Así ninguna autonomía tiene lejos en estos momentos tantos jóvenes como el Principado y cualquiera conoce episodios concretos de sobrecualificación, con doctores ejerciendo como conserjes o camareros con licenciatura universitaria. 

No se puede llevar esta región con la mentalidad de un administrador concursal que liquida de forma equitativa la empresa sino con el espíritu ambicioso de quien posee un activo único para generar y repartir riqueza

Encontrar hoy aquí a alguien que no cuente con un familiar o amigo trabajando fuera resulta una rareza. Y muchos emigrados retornarían sin dudarlo si hallaran en casa un puesto adecuado porque en calidad residencial nadie iguala lo que les ofrece esta tierra. Otra vez vuelve a aparecer la atonía económica como la raíz profunda de nuestras desdichas. Algún día el Principado tendrá que darse por enterado. No se puede llevar esta región con la mentalidad de un administrador concursal que liquida de forma equitativa los bienes de la empresa sino con el espíritu ambicioso e ilusionante de quien posee un activo único para crear y repartir riqueza.

Sin un mínimo de estabilidad y garantías nadie se anima a forjar una vida propia. Procurar ambas cosas merece una conjura. Aunque carezcan de la fuerza de otros colectivos con influencia electoral por la trascendencia de cara al voto y antes de que sus síntomas deriven en patología endémica e irreversible, llegó el momento de hacer algo por los jóvenes. Van camino de ser el bien más desaprovechado de Asturias y también su última esperanza.