Más allá del sujetador

La sorpresa o lo censurable no deberían ser unos pezones, sino tanta mente arcaica en pleno siglo XXI

Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Estos días se habló de las declaraciones que Bertrand Ndongo, militante de Vox, realizó sobre una imagen de Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales, con un jersey sin sujetador donde se marcaban sus pezones. Una pieza más de ese populismo que genera tensión política de cuestiones sin fundamento. Quizás Ndongo no ha descubierto que él también tiene pezones que se le pueden marcar, además de otras cosas de su cuerpo.

Puede parecer un comentario de más, pero recuerdo cómo lo mismo nos marcó mucho tiempo a mis amigas o a mí, ante la burla de los niños del instituto que lo gritaban en voz alta a cualquier chica. En nuestras conversaciones de adolescentes, escuché de todo: desde la que no le importaba y reivindicaba hasta la que (me incluyo) lo vivía como un complejo y evitaba con la ropa o determinados sujetadores que se notaran.

El hecho es que nuestros pezones o nuestros pechos aún molestan. Más de una vez, cuando me han puesto el micrófono en televisión, me han dicho algún comentario sobre mi "escote" y eso que no tengo mucho. Recuerdo la situación que se vivió con la portavoz del Govern, Patrícia Plaja, en una entrevista en TV-3.

La historia de la mujer es también la historia de su cuerpo y, lo que es peor, de la calificación de su cuerpo a través de las culturas y de la religión como algo impuro y a ocultar. Esa historia demuestra los cambios que ocasionaban en los órganos internos los primeros corsés apretados, con cintura de avispa, para moldear nuestro cuerpo como un diseño. Al final, ese corsé dio paso al sujetador pero no pensando en nuestro bien, sino porque en la Primera Guerra Mundial hacía falta acero y la Junta de Industrias de Guerra de los Estados Unidos pidió a las mujeres no comprar corsés y así ayudar a que "sus hombres ganaran la guerra".

Luego vendría la polémica del topless y también cuando parte del movimiento feminista en Estados Unidos quemó como denuncia fajas, corpiños o sujetadores y todo aquello que la industria de la belleza imponía a las mujeres.

Ahora nos creemos evolucionados pero aún hay niñas en África occidental que sufren en sus pechos golpes con objetos calientes como morteros o piedras, o cinturones para comprimir. Todo para destruir el tejido mamario. "Planchar sus pechos", le dicen, para que no sean atractivas a los hombres, y evitar acoso sexual o embarazos. Sobre el comportamiento de ellos, no se hace nada. Son ellas las que tienen que sufrir el trauma.

Habrá quién dirá que eso es de otras culturas, pensando que no va con nosotros. Pero la mirada machista es la misma. Y por eso nos creemos muy avanzados, pero aún están las risas en los patios del colegio a las niñas cuando se les marcan los pezones, aún están tuits como los de Ndongo, aún los comentarios de "incels" en redes donde hablan de nuestros genitales y pezones como cosas, y aún eliminan fotos de Instagram si se ven los pezones de las mujeres. La sorpresa o lo censurable no deberían de ser unos pezones, sino tanta mente arcaica en pleno siglo XXI.

Suscríbete para seguir leyendo