El Doñana asturiano

Sin ideas ni soluciones para la ría de Villaviciosa

Ría de Villaviciosa

Ría de Villaviciosa / Miki López

Ignacio Alonso L. Iñarra

Ignacio Alonso L. Iñarra

La ría de Villaviciosa es un espacio protegido tras su declaración como Reserva Natural Parcial, por aplicación del Decreto 61/95 del Principado de Asturias. Podía ser un reclamo turístico de primer orden, como lo son otras rías de la cornisa cantábrica, pero su lamentable estado de abandono por parte de nuestras administraciones le resta muchos de sus atractivos.

Hagamos algo de historia:

A principios de los años setenta, la factoría que Nestlé tenía en el casco urbano de Villaviciosa fue la primera que instaló una estación depuradora de aguas residuales para el tratamiento de su producción de residuos lácteos y químicos. En ese tiempo, todas las industrias lácteas y sidreras ubicadas en el casco urbano y alrededores vertían sus residuos directamente a la ría, y el casco urbano de la Villa aportaba el enorme caudal contaminante de todas las aguas grises y negras de cinco mil habitantes.

A finales de los años noventa entran en funcionamiento un colector de recogida de las aguas residuales del núcleo urbano de Villaviciosa y la estación depuradora de Rodiles que impulsa las aguas pretratadas al mar, mediante un emisario submarino.

Hace unos años se amplía el sistema de recogida a la población de Tazones y la margen derecha de la ría y, en la actualidad, está licitándose la obra para hacer una infraestructura similar para la margen izquierda.

Parecería que nuestra ría está a salvo de vertidos contaminantes, pero en noviembre de 2011 la Consejería responsable cierra la ría al marisqueo, una vez comprobado que la contaminación de almejas y navajas supera los límites establecidos de bacterias fecales para el consumo humano. Esta circunstancia deja sin trabajo a unas decenas de mariscadores. Las administraciones se responsabilizan mutuamente de la contaminación, con la dialéctica del "y tu más", no con un planteamiento proactivo para encontrar la causa.

Es difícil de entender que cuando todos los vertidos contaminantes de su entorno iban directamente a la ría, sin ningún tipo de tratamiento, las almejas gozasen de envidiable salud y ahora que, aparentemente, se pueden producir vertidos esporádicos las mismas almejas presenten niveles importantes de contaminación bacteriana.

La contaminación en los bivalvos y la de las aguas de la ría persiste y las administraciones responsables se limitan a llevar a cabo los análisis necesarios para ratificarlo, no para buscar la causa. Son más de doce años desconociendo el motivo de esa contaminación por la desidia colectiva de los responsables.

Disponemos de 20 años de análisis de las almejas y de las aguas de la ría y tenemos una cronología de los acontecimientos en este de tiempo, como la inundación de más de un centenar de hectáreas de porreos, la interferencia de un túnel bajo la ría, la cambiante pluviosidad, temperatura, salinidad o colmatación, pero nadie ha analizado esta información, en su conjunto, en un proyecto al que se aporte todo el conocimiento a un equipo de investigación profesional… diferente a los habituales.

La historia reciente de los porreos no puede ser más decepcionante. Tras el colapso total del porreu de El Cierrón en 2011, siguió el de Santa Bárbara en 2014. En enero de 2017, de madrugada, el empuje de una marea viva desprendió una de las compuertas del porreu de Muslera. La inundación afectó a 73 hectáreas de prados, charcas de agua dulce, tierras agrícolas y ganaderas, alcanzando la orilla de la carretera nacional 632.

Después de un cuestionado deslinde del Dominio Público Marítimo Terrestre, llevado a cabo por la Demarcación de Costas, los antiguos titulares del porreu de Muslera perdieron la propiedad de los mismos. Uno de los propietarios afectados solicitó en 2010 la concesión, por tiempo limitado, de sus antiguos terrenos, y en 2015 la Demarcación de Costas se la denegó. A los 28 días de producirse la inundación de 2017, se otorgó la concesión al peticionario, condicionando la misma a la reparación, a su costa, de los efectos de la rotura de la compuerta y posterior deterioro de la cárcova.

Cuando unos meses después del colapso salió a la luz un estudio de las consecuencias ambientales de su inundación, encargado por la Demarcación de Costas, a unos viejos conocidos, la Consejería de Medio Ambiente no se manifestó al respecto y asumió, por silencio administrativo, las conclusiones del informe en el que se aseguraba que "la inundación de los porreos constituye una mejora de la calidad ambiental del estuario".

Nadie se ha ocupado de analizar los efectos socioeconómicos y culturales que se puedan derivar de la desaparición de los porreos, nadie ha analizado la repercusión sobre el cumplimiento de los objetivos que establece el Decreto de declaración de la Reserva Natural, entre otros: "facilitar en el ámbito de la reserva, la utilización pública, el uso y disfrute de los recursos que ofrece, con especial atención a los habitantes de su entorno".

A nadie nos asusta la lentitud de la Administración, casi asumimos que seis años para otorgar una concesión administrativa, cargándole el muerto a un particular, es normal. Aceptamos que cuando un porreu de 73 hectáreas se inunda, no actúe ninguna de las administraciones en que depositamos nuestra confianza para que lo protejan. Aceptamos que no se pongan de acuerdo entre las administraciones para, de forma inmediata, mandar unos camiones de piedra a tapar el colapso de una cárcova y más tarde ver como se arregla y quien paga.

Asumimos que, tras doce años con la ría contaminada, aún se desconozca la causa.

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