Opinión | Futuro Europa

El mundo desde un tractor

Las protestas del campo europeo

Las movilizaciones del campo español y europeo están en el primer plano de la actualidad. Televisiones, radios y periódicos nos acercan las reivindicaciones del sector, y no siempre entendemos qué es lo que está pasando. Entendemos las preocupaciones de esos hombres y mujeres, aunque nos chocan a veces los métodos empleados y no tenemos claras las soluciones. Sabemos también que en el horizonte están las elecciones europeas, en junio, un contexto político que ha alentado las protestas y marcado la agenda electoral.

El campo ha cambiado mucho, gracias a los que lo trabajan. Todavía tiene que cambiar más. Nos interesa a todos acompañar este cambio, suavizar sus aristas, entender y valorar el relevo generacional y la presencia creciente de mujeres; apoyar las explotaciones viables y fomentar la innovación y la digitalización para potenciar la productividad de los cultivos. Y, por encima de todo, defender una legislación más racional –no más complicada ni burocratizada– y menos política de una cadena de valor estratégica. Nos interesa también que no se confundan las reivindicaciones justas sobre la política agroalimentaria con el rechazo de las medidas de sostenibilidad ambiental o los acuerdos comerciales. Lo último que necesita el campo es el populismo, los puntos de vista dominantes de la burocracia y la demagogia antieuropea.

Para que las voces desabridas, los empujones y los cortes de autopistas no nos distraigan, algunos datos sobre el sector agroalimentario en España. Lo primero: con todo lo que hay que corregir, no podemos olvidar el papel que juega en la economía –más del 10% del Producto Interno Bruto, si sumamos el campo, las industrias relacionadas y la distribución– y en el territorio. Sin agricultores, ganaderos y pescadores, la España vacía a medias llevaría mucho tiempo abandonada. Estamos hablando, además, del segundo sector en exportaciones de España, con una impresionante variedad, desde los productos líderes –frutas, hortalizas, aceite de oliva, vino– más los continentales y subtropicales hasta el porcino, tercer exportador mundial.

¿Se ha cuidado este sector tan importante en España, se le ha escuchado cuando se queja de los precios y de las rentas que obtiene, de la sequía, de desigualdad de condiciones de sus productos? Más bien no. Tampoco en Europa. Poco diálogo y mucho decreto. Mucha asfixia burocrática y poca comprensión de su realidad, de sus problemas, ya sea la prohibición del uso de pesticidas sin ofrecer alternativas realistas o las repercusiones de los acuerdos comerciales con terceros países.

La Política Agraria Común (PAC) ha sido fundamental, en España y en Europa: ha modernizado el sector y le ha dado seguridad y estabilidad, además de dotar a los consumidores europeos de unas exigencias de calidad en los productos como no hay en el mundo. Pero desde la posguerra hasta ahora han cambiado muchas cosas, y la PAC también tiene que cambiar.

El próximo lunes se celebra en Bruselas un importante consejo de ministros de Agricultura de los 27. En plena oleada de protestas, los ministros deben abordar la posible reforma de la PAC, la petición de cambios en el uso de productos fitosanitarios y en la obligación del barbecho, la reducción de la burocracia comunitaria que marea a agricultores y ganaderos, la reciprocidad de exigencias en los acuerdos comerciales…

El ministro Luis Planas anunció hace una semana un conjunto de 18 medidas que intentan atender las reivindicaciones del campo, entre otras simplificar la PAC y cambiar la ley de la cadena alimentaria para garantizar que los agricultores no cobran por debajo de los costes de producción. El peso del agricultor en la cadena de valor está descompensado: lo que cuesta producir y le pagan por sus productos y el precio final al que se vende. Hay que aumentar los controles para hacer seguimiento de los precios, mejorar los seguros agrarios y promover incentivos como el dedicado al gasóleo agrícola. Necesitamos además mejorar las inspecciones de entrada de productos de terceros países, que tienen en demasiadas ocasiones un etiquetado ambiguo que confunde al productor

Hay que cambiar muchas cosas. Pero es vital hacerlo de la mano de los protagonistas del campo. Y hay que acompasar la velocidad de esos cambios: hacen falta explicaciones y ayudas, y los agricultores y ganaderos no se sienten ni atendidos ni apoyados. La legislación europea sobre el campo aprobada en Bruselas en los últimos años –y respaldada por los 27– no ha contado con ellos. Esto es lo que nos están diciendo esos tractores.

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