Opinión

Un influyente director de un colegio mayor

La labor de Fernando Suárez al frente del Covarrubias en Madrid

El 29 de abril murió Fernando Suárez González. Su figura política, docente y personal ha sido ya tratada en los medios de comunicación, pero hay un aspecto de su biografía que está pasando desapercibido: su labor como director del madrileño Colegio Mayor Diego de Covarrubias entre 1959 y 1969, labor que fue muy influyente en la formación de quienes allí residimos durante nuestra etapa de estudiantes.

Y es que desde un principio Fernando consiguió dar al colegio un aire desconocido hasta entonces, al entenderlo no sólo como un alojamiento, sino también cómo algo dirigido a crear un ambiente de trabajo, de solidaridad, de tolerancia, de concordia. Un lugar para el estudio, sí, pero también para contribuir al perfeccionamiento de los conocimientos profesionales; proporcionar las enseñanzas adecuadas para una mejor y más lograda formación humana, religiosa, cultural, social, política, deportiva y artística; formar a sus residentes en un espíritu de responsabilidad personal y de entendimiento social de sus tareas y; fomentar la unión y el compañerismo, como figura en la estatutos del colegio mayor que se aprobaron durante la dirección de Fernando y que dejaron bien sentadas los fines que perseguía la institución.

Pues bien, para el cumplimiento de estos fines en el colegio se desarrollaron un buen número de actividades, y quizás la más destacada sea la presencia en el mismo de gran número de importantes personas que pasaron por allí en estos diez años: Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Alejandro Casona, Aranguren, Buero Vallejo, César González Ruano, Alfonso Paso, Antonio Gala, Laín Entralgo, Berlanga, Máximo, José María Pemán, Sampedro, Vela Zanetti, Ramón Tamames, Fraga Iribarne, Vallejo-Nájera, Severo Ochoa, Salvatore Quasimodo (Premio Nobel de Literatura en 1959) o Don Juan Carlos de Borbón, entonces Príncipe de España, fueron algunos de los que pasaron por el salón de actos pronunciando conferencias, debatiendo, ilustrando y convirtiendo al colegio en un referente cultural madrileño.

O los llamados Ciclos de Conferencias y Seminarios para conocer la vida y la obra de personas imprescindibles ya en la historia política y cultural de España fuese su ideología la que fuese. Allí debatimos sobre Miguel Hernández, Gabriel Celaya, León Felipe…, pero también sobre José María Pemán, en un intento de Fernando de transmitirnos la necesidad de superar las dos Españas.

Y la Colección Pabellón, en la que quedaban reflejados los premios de los trabajos ganadores en los diversos concursos que tenían lugar en el colegio (poesía, relato, cuento, etc.) y las actividades culturales genuinas como los "Semáforos" (sesiones de debate) o "La Goleta" (revista oral) o "Azucenas y Gladiolos" (revista de papel). Y había fiestas, y competiciones deportivas.

En definitiva: allí estudiábamos, convivíamos, hacíamos deporte, nos divertíamos; siempre respetando al compañero, y sabiendo que nuestra libertad terminaba donde empezaba la de los otros. Y todo aquello fue obra de Fernando, que consiguió, con la ayuda de algunos de sus colaboradores como José Luis Merino o Diego Mateo del Peral, por citar sólo dos de ellos, lo que se había propuesto: que el colegio mayor no fuese solamente un alojamiento, sino que constituyese también un lugar de estudio, formación y respetuosa convivencia.

Por eso esta tristeza nuestra de ahora ante su muerte, tristeza que aumenta con el resurgir de tantos y tan buenos recuerdos de nuestra estancia en aquel lugar en el que él residió, se casó y en donde nacieron sus hijos; tristeza que atenuará la presencia permanente entre nosotros de las enseñanzas de vida de quien tanto contribuyó a que seamos como ahora somos.

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