Opinión

Pediatra, naviego hondo y amigo de sus amigos, apuntes sobre la vida y obra de Jesús Martínez en su centenario

Jesús Martínez, a la izquierda, con Antonio García y Bellido en 1963.

Jesús Martínez, a la izquierda, con Antonio García y Bellido en 1963. / LNE

Los temas de su interés como investigador y publicista fueron, sucesivamente, la pediatría y el Instituto de Puericultura, Gaspar Casal y Jovellanos, la cultura castreña, Campoamor... y Navia –siempre Navia– en todas y cada una de esas épocas. En total, 134 publicaciones –78 pediátricas y 38 en el boletín del RIDEA– disponibles en bases de datos internacionales, además cientos de escritos no recogidos en los listados bibliográficos.

Todo ello sin salir de Navia y sin grandes medios técnicos, consultando archivos, escribiéndose con los más entendidos en cada tema y recuperando lo más importante que iba apareciendo en libros y revistas. Escribió sobre lo que quiso y lo hizo con felicidad. A veces, era un fluir espontáneo; otras, resultado de una destilación pausada que concretaba las ideas y construía imágenes sencillas y eficaces.

Para mí, después de pensar mucho en ello, el secreto de su vida es que supo desde muy joven lo que quería ser y hacer, y se puso pronto a ello, construyendo una personalidad múltiple y diversa. Porque fue médico comprometido con la vida de los demás, historiador, escritor, profesor –primero de Patología Médica en la Universidad de Santiago, luego de biología durante 30 años en el Instituto de Navia–; investigador (registró dos patentes); fue hombre popular, respetado y querido; contertulio todos los días; líder social –algunos que lo conocieron recordarán su participación como impulsor o colaborador de numerosas actividades benéficas y culturales–; fue conferenciante de éxito y naviego hondo, todo ello desarrollado voluntariamente y con decisión, haciéndose conscientemente y, como digo, desde muy pronto, arquitecto de su propio destino.

Cuando hace muchos años le pidieron para una revista cultural un resumen de su semblanza, afirmó que lo genuino de su personalidad se resumía en estas cualidades: pediatra, naviego y amigo de sus amigos. Era una persona vital, y esa vitalidad estaba compuesta de generosidad, inteligencia y creatividad. Pensaba y trabajaba constantemente y lo hacía con método e imaginación. Completarían este retrato, el pitillo o el puro, según cual fuese la hora del día y el momento. Fumaba, me dijo, porque "el tabaco me hace mucha compañía y me ayuda a concentrarme". Yo creo que ya en ese momento fumaba porque no podía dejarlo, y cuando pudo era demasiado tarde.

Pediatra, naviego hondo y amigo de sus amigos

Jesús Martínez, izquierda, con Severo Ochoa en 2963. / LNE

Al aproximarse a su vida interior, sobrepuja una condición de arraigada religiosidad que le acompañó siempre, muy en consonancia con sus tres estados espirituales dominantes: la melancolía, la esperanza y la serenidad. Según afirmaba un amigo suyo, pudo tener "algo de ermitaño y de estoico", aunque al más leve trato se hacía notar hambriento de cordialidad humana, con un optimismo abierto y con gran sentido del humor.

Fue exigente consigo mismo y tolerante con los demás. Rechazaba juzgar por miedo a no hacerlo con objetividad. También porque le interesaba más encontrar una explicación a las cosas del mundo y de las actitudes personales que enfrentarse a ellas. "Si algo no te gusta, piensa por qué es", me dijo una tarde mientras escardaba su huerto.

Evitaba escrupulosamente los cambios de horario y cualquier convencionalismo social que alterase la organización de su tiempo. Todo ello con el fin de ahorrar horas y días para dedicarse a leer, a escribir, a pensar en sus obligaciones y a las conversaciones amistosas. Su ingente producción escrita, su intervención en diferentes instituciones profesionales, culturales y sociales, su centenar de conferencias de todo tipo, su bien cuidada vida social a través de las cartas, su inmensa laboriosidad, las hacía compatibles con el coloquio y la tertulia.

Me atrevo a decir que su forma de ser libre y defender su libertad fueron sus amigos, su biblioteca y su pequeño refugio a orillas de los acantilados de Foxos.

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