Opinión | Lo que hay que oír

A palabras pobres, pensamientos pobres

La dieta mediterránea del espíritu

Hurté el título de estas líneas a "Le otto montagne" (o "Las ocho montañas"), película italiana sobre la amistad, el paso del tiempo, el lugar que uno ocupa en el mundo y no sé cuántas cosas más, y que fue "Premio del Jurado" en Cannes junto con no sé cuántos galardones más de aquí y allá. Se me pasó en un suspiro el verla (147’) aunque entiendo que −al no contener evisceraciones, ni adolescentes saltarines por el bosque a punto de ser troceados por una banda de motoserreros, al no ser película de animación, ni de tensiones sexuales no resueltas, medio resueltas o resolventes (perdón: me he venido arriba)− no faltarán multitudes a quienes resulte un peñazo.

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Como les resultaría entonces −acaso, ruego al cielo que no− el libro cuya lectura interrumpí para verla: "Medir las palabras", del sabio académico Pedro Álvarez de Miranda (y muy educado académico: consiguió mi correo para agradecerme un artículo, rara avis). Una palabra o una expresión ("vacuna" o "brazo de gitano") le sirven para explayarse sobre un buen puñado de asuntos referentes al tan vapuleado idioma español: sin mala leche, con una gracia en el decir y un tronío en el saber (o al revés) que para mí quisiera yo. Y es que las palabras pobres y las construcciones gramaticales mal trabadas revelan no pocas veces muy floja manera de pensar, amén de censurable falta de respeto por el interlocutor.

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Así, me cuenta un buen amigo escritor (oxímoron) que oyó decir a cierto descuidado portavoz en el ayuntamiento de mi ciudad natal "humo de borrajas", fundiendo malamente en una las locuciones "a humo de pajas" (o sea, sin hacer ni decir algo vanamente, sino con su fin y provecho) y "agua de borrajas" (es decir, cosa de poca o ninguna importancia, especialmente cuando en un principio parecía tenerla). Otro sabio, José María Iribarren, ya nos explica en su "El porqué de los dichos" que ese modismo "agua de borrajas" es una corrupción de "agua de cerrajas". Al parecer, las cerrajas gozaron de inmerecida fama como hierbas medicinales utilísimas. Al demostrarse que no servían como curativo de nada, pasaron a considerarse sinónimo de lo que llega con grande aparataje... y termina por diluirse en algo insustancial. Quevedo, por cierto, usaba "cerrajas".

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El lapsus del portavoz citado (yo mismo cometo tantos, ay de mí) parece descuido culpable en unos youtubes sobre la ciudad de Madrid que filman y explican en plan charleta muy suelta y postposmoderna que lo flipas. Allí oigo que son muy importantes los "incunibles de la Biblioteca Nacional" (los incunables son las ediciones hechas entre la invención de la imprenta y el año 1500). Y siguen, gozando gozosos, haciéndonos saber que el Museo del Prado alberga "infinitud" de obras de arte, lo que les suena más rico que el adecuado infinidad.

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La extrema derecha españolista se quedó en 1968 con las ganas de llevar a la hoguera a Joan Manuel Serrat por querer cantar en catalán el "La, la, la". Hubo de conformarse con las poderosas censuras de rigor. La extrema izquierda catalanista se sigue quedando con las ganas de llevar a la hoguera a Juan Manuel Serrat por no querer cantar en catalán cuando no le da la gana de cantar en catalán. Tiene que conformarse con arrojarle las consignas que la caracterizan: fascista, y, ahora, monárquico. El caso es no querer (ni saber) convivir. Arrugar el ceño. Crispar. Difamar. Calumniar. Qué pena. Cuánta mala gente que camina y va apestando la tierra. Enhorabuena, Nano, colosal artista.

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Y como prometí una cita casi todas las semanas, ahí van unas atinadísimas, a mi juicio, palabras dietéticas del ensayista pamplonica Ramón Andrés, a quien con tanto gusto leo: "Percibir silenciosamente la existencia, dar tiempo a reposar los hechos cotidianos, saber escuchar, no adueñarse de nada, vivir despacio, no imponer, no ser colaboracionistas, viene a ser la dieta mediterránea del espíritu". La que trato de cultivar.

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