Si hay una historia singular de una parroquia de Oviedo es la de San Francisco Javier de la Tenderina. No sólo porque se remonta a sesenta años de intenso trabajo de parroquianos y curas para hacer realidad su objetivo, construir una iglesia, sino por su trayectoria, que da para el argumento de una novela costumbrista, que discurrió con un curioso paralelismo con la concepción de Iglesia que había marcado en la misma época el Concilio Vaticano II. Hace unos días se reanudaron las obras de construcción del nuevo templo, tal vez el último que se levante en Oviedo. Es el momento de mirar atrás.

En la Tenderina empezaron en un humilde almacén a punto de finalizar la década de los años cincuenta del pasado siglo, muy cerca de la iglesia actual. Se traba de un lugar pequeño al que acudían personas guiadas por la fe para asistir a la eucaristía y también a la celebración de alguna boda. Con el paso del tiempo terminó siendo una tapicería. Los metros cuadrados daban para poco más.

El siguiente paso fue de los largos. En el lugar que con el paso del tiempo ocuparía la futura iglesia se levantó un edificio con el esfuerzo económico de los apenas siete mil vecinos del barrio y algunas ayudas externas, al que dieron el nombre de "El hogar parroquial de San Francisco Javier". Todo, gracias a un grupo de entusiastas parroquianos que, animados por el sacerdote don Manuel Gutiérrez, certificaron que la fe mueve montañas.

"El hogar parroquial de San Francisco Javier" se convirtió pronto en un motor inimaginable de la vida cotidiana del barrio. Comenzó a editar la revista "Familia", abrió una biblioteca, creó un equipo de fútbol -CD San Javier-, una rondalla, un grupo de teatro, se proyectaban películas donadas por distintas embajadas y, sobre todo, se impartía catequesis. Además, un pequeño bar servía de lugar de reunión del vecindario -unas 7.000 personas-, al que acudía los domingos a tomar el vermú y fumar unos pitillos el entonces arzobispo de Oviedo, Vicente Enrique Tarancón, que, sorprendido de la intensa vida religiosa de este barrio, quiso compartirla.

El Arzobispo se encontraba tan a gusto que frecuentemente acudía a la Tenderina con alguna de las caja de naranjas que sus paisanos de Castellón le enviaban periódicamente. Entre los parroquianos causaban sensación por su gran calidad. Nunca habían saboreado unas naranjas iguales.

Pero los comienzos del sacerdote, don Manuel, no fueron fáciles, aunque encontró pronto remedio para solventar algunas de las dificultades. Su sobrina, Neli Gutiérrez, recordaba el primer día que su tío convocó a los vecinos, poco después de llegar, y sólo acudieron mujeres. "¿Y los hombres?", preguntó. "En el chigre", le respondieron. La contestación no se hizo esperar: "Pues iré allí a buscarlos. Si ellos no se acercan a mí, tendré que acercarme a ellos". Asunto solucionado.

"Entonces", siguió recordando Neli, "en nuestra parroquia había tantas actividades culturales como puede haber ahora en cualquier Ayuntamiento, aunque lógicamente a menos escala".

Una de las primeras catequistas de esta parroquia fue Elia González, que rememoró aquellos tiempos para este periódico junto a su marido, José Manuel Soto. "Entonces el barrio ya estaba totalmente volcado para construir una iglesia. Éste era nuestro reto, y en este objetivo se comprometieron tanto las personas mayores como los jóvenes, entre ellos medio millar de la catequesis".

Y detrás, siempre, don Manuel moviendo todos los hilos que tenía a su alcance, que no eran pocos. Al final terminarían volviéndose en su contra porque Tarancón sabía de su gran valía. De ello dio fe José Manuel Soto, que había coincidido con el cura en Grandas de Salime.

"Estaba en el despacho del párroco, sonó el teléfono y yo lo cogí. Al otro lado una voz familiar dijo: 'Manolo, tengo que darte una buena noticia: eres el nuevo rector del Seminario' ". Al cura del barrio le cayó el alma a los pies. "Era tan feliz en la Tenderina. Representaba la bondad personificada, igual que ahora nuestro párroco, Alberto Reigada". Pero lo más importante. Dejó plantada la semilla de la actual iglesia, que se levantaría en el año 1960, aunque el proyecto inicial era mucho más ambicioso. "La idea era construirla en medio de la plaza actual, a imagen de las grandes iglesias francesas de los años sesenta, que incluiría hogar parroquial, cine y sala de reuniones, pero al final se desechó", lamentó Alberto Reigada, pensando tal vez que si se hiciera realidad este proyecto no tendrían que estar ahora levantando un nuevo templo. "Pero lo importante es que se hizo una iglesia y ahora se está construyendo otra, eso sí, con gran esfuerzo de todos los vecinos, parroquias de Oviedo y Arzobispado, que inauguraremos en septiembre", concluyó.