Opinión | Crítica / Danza

vicente cué

El Barroco en los tiempos del hip hop

La construcción de un frenético ritual que explora la locura del género humano

El Festival de danza "Oviedo 2024" se inauguró con "Folía" de la Compagnie Käfig, un grupo francés que ya actuó en el Campoamor en un espectáculo en el que los bailarines se colgaban de las paredes. Su director artístico y coreógrafo, Mourad Merzouki, en su juventud practicó en los suburbios de Lyon, donde nació, el hip hop, un baile callejero que desde entonces ha convertido en su leitmotiv. Esta es una especialidad con movimientos desestructurados, basados en el suelo y sobre todo improvisados.

Cuando yo vivía en Nueva York tuve la oportunidad de asistir al nacimiento del hip hop/breaking que sucedía en los parques y calles de los barrios de la ciudad. En realidad es en ese hábitat como se disfruta a plenitud de esta disciplina. Los ejecutantes siempre eran coreados y animados con gritos y expresiones. Su torrente energético y competitivo se acercaba más a un evento deportivo. No es casualidad que el hip hop/breaking se haya convertido en deporte olímpico para los Juegos de París 2024, y precisamente se llevará a cabo en la mítica Plaçe de la Concorde.

Algo parecido sucede con los bailes folclóricos, también creados para vivirlos en plazas y campos. Estoy de acuerdo en que tanto los bailes folclóricos como el hip hop se practiquen en escenarios teatrales. Ahora bien, por poner solo dos ejemplos, ninguna emoción es comparable como ver el Pericote en las plazas de Llanes o la Jota Aragonesa en la Plaza del Pilar.

"Folía" es una música renacentista y barroca que aparece en diferentes países bajo numerosas variantes. En otras latitudes "folía" significa jolgorio o locura. Merzouki, según sus propias palabras, no desea contar una historia sino mostrar ideas sobre el caos y la locura de la humanidad.

En "Folía" comparte protagonismo y escenario con los bailarines una orquesta barroca, Le Concert de L’Hostel Dieu, compuesta por seis músicos vestidos con levitas de la época y una soprano que circula por la escena cantando.

Esta es una elaboración en la que conviven o se enfrentan, según se mire, el hip hop, la acrobacia y la danza moderna con acentos en las gesticulaciones de la expresión corporal. Incluso hasta aparecen bailarinas en zapatillas de punta. Para rematar la noche, asistimos a un viaje místico folclórico de un derviche con sus vertiginosos giros y remolinos. Entre tanta algarabía emergen varias bolas gigantes. La que simboliza el planeta Tierra explota llenando el espacio de un polvo blanco. Todo este barullo lo realizan una docena de intérpretes con rostros inexpresivos, pero llenos de vitalidad que se mueven a los acordes de Vivaldi y otras músicas barrocas, folías, tarantelas o música electrónica.

Esta mezcla de artes callejeros y escénicos con músicas de diferentes épocas logran el universo caótico y frenético que el coreógrafo pretende. Y lo hace creando un ritual colectivo en un cosmos de hechizo envolvente que cautivó a un público entusiasmado que los premió puestos de pie, con bravos y una larga ovación.

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