Opinión | Crítica / Teatro
Elogio de la diferencia
Chevi Muraday ha conseguido en "Pandataria" orquestar un espectáculo de gran fuerza plástica, poética y musical. Un elogio de la diferencia y la diversidad que se convierte en proclama del amor y la aceptación del otro, por encima de patrias, géneros y clases, como ya demuestra la elección de un heterogéneo reparto, compuesto por el rapero de Aluche Elio Toffana, el acróbata musulmán Basem Nahnoub, el bailarín de origen africano Chus Western y la andrógina bailarina de origen cubano Lisvet Barcia. La obra se divide en dos partes, una primera en la que cobra protagonismo la historia de la isla Pandataria a comienzos del Imperio Romano, lugar de destierro de las mujeres de la dinastía Julio-Claudia, recreada con una plataforma tenebrosa, azotada por el oleaje marino, en la que emerge la figura sobresaliente de Cayetana Guillén con su túnica color marfil encarnando a Julia la Mayor, la hija de Augusto condenada al destierro por adulterio, a su hija Agripina la Mayor, y a su nieta Julia Livila. Mujeres que desafiaron la moral sexual de su época, o se vieron envueltas en las conspiraciones sucesorias. Curiosamente esta isla, después llamada Ventotene, volvió a convertirse en prisión en época de Mussolini, donde los exiliados italianos Spinelli, Rossi y Colorni redactaron el manifiesto "Por una Europa libre y unida", que logró sacar de la isla Úrsula Hirschman, judía apátrida, mujer de Colorni y precursora del federalismo europeo, en la que se transforma Cayetana con atuendo militar en una segunda parte mucho más colorista, dominada por las figuras caleidoscópicas y geométricas de Okuda, el artista urbano cuya estrella del caos se proyecta como fondo de pantalla y máscara de los bailarines. La música de Mariano Marín, muy bella y sugerente, con componentes más clásicos al principio evoluciona al metal hasta desembocar en un desenlace in crescendo en que la plataforma se convierte en barco pirata para surcar el escenario y en un tono próximo a la arenga realizar una reivindicación de la libertad y el caos frente a la civilización coercitiva. Cayetana se luce entonando el grito desgarrador de las mujeres silenciadas, apartadas y proscritas y ejecutando también con brillantez sus partes coreografiadas. Chevi Muraday, además de dirigir y bailar, recita monólogos, en los que no desentona en este conjunto coral y polifónico, donde prima la belleza y la sensualidad de los cuerpos que se buscan y se rechazan, se abrazan y se estremecen. Los textos de Laila Ripoll, muy poéticos, compaginan desde el recitado en latín de fragmentos de la Lex Iulia de adulteriis coercendis a consignas de activistas o el "Si no tengo amor, nada soy" de San Pablo, que resume este necesario alegato por la dignidad humana y el respeto en una sociedad tan polarizada como la nuestra. Un espectáculo redondo que asombró y logró el aplauso unánime de un Campoamor lleno.
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