El perfil de Bolo: El "amigo" de los futbolistas que nunca dio con la tecla

Cercano a los jugadores, le marcó no ser una elección de Pachuca y le condenó un juez irrebatible: los resultados

Bolo, entrenador del Oviedo

Bolo, entrenador del Oviedo / LNE

Nacho Azparren

Nacho Azparren

Jon Pérez Bolo muestra síntomas de lo que en el mundillo algunos llaman el “síndrome del exjugador”. Se siente futbolista aunque haya colgado las botas. Es uno más. Esta condición afecta a entrenadores, asistentes e incluso directores deportivos, algunos empeñados en hacer vida de vestuario cuando su rol está por encima, cuando han ascendido en el escalafón de responsabilidad. No es por norma un papel equivocado, de hecho esa forma de gestión sí le funcionó en Ponferrada, donde más que un entrenador se convirtió en un emblema, portavoz y destinatario de los elogios. En Oviedo trató de repetir fórmula pero no le ha funcionado. Los caminos del fútbol son inexplicables: lo que triunfa en un lado se va a la basura en otro distinto.

El sábado, cuando aún masticaba la derrota e intuía la cercanía del despido, volvió a quejarse del juego de los suyos, así lo ha hecho en los últimos partidos, pero cuando se le preguntó si se sentía decepcionado con los futbolistas rechazó la oferta y tomó el camino contrario: “Pase lo que pase, saben que tienen un amigo”. El “síndrome del exfutbolista” hasta las últimas consecuencias.

Bolo aterrizó en Oviedo como apuesta del consejo de administración tras la salida de Ziganda. Tito asumió la dirección deportiva con otro nombre en su agenda, el de Julio Velázquez, pero la decisión estaba tomada: Bolo asumiría el mando. Prometía un estilo ofensivo y directo que parecía encajar con el exigente paladar del Tartiere.

Llegó con ambición, consciente de donde estaba. Al poco de empezar la pretemporada, la plantilla recibió las zapatillas deportivas de una marca importante. No eran la gama más alta. Bolo se quejó en el club, consideraba que en un club como Oviedo tenía que haber siempre lo mejor. El club se puso en contacto con la marca y esta mandó algunos días más tarde otro modelo superior de zapatillas. Puntilloso, pendiente de cada detalle, aunque no tanto como en Ponferrada, donde metía mano hasta en los desplazamientos del equipo.

Bolo no era la elección de Tito pero ambos congeniaron de inmediato. Entendieron que en un terreno tan inestable como el Oviedo era mejor tenerse de aliados. Más aún cuando en pleno julio se produjo el seísmo: cambio de propiedad. Y Pachuca no era Carso; Pachuca es intervencionista.

Jesús Martínez asumió el reto con algunas herencias. La del entrenador y el director deportivo eran las más claras. Bolo empezó marcado por no ser una elección de Pachuca pero no fue eso lo que le condenó. La sentencia se la dieron los resultados.

La propiedad le dio margen. Creyó en él desde el primer día al entender que los tiempos no le daban margen de maniobra. Pachuca cerró la contratación de Enrich, la petición más insistente del técnico, e inyectó dinero cuando este pidió otro medio. Le ficharon a Koba. Bolo no había sido su elección pero sí era su entrenador. Con todas las consecuencias.

La armonía se truncó con el balón en juego. La pretemporada mostró algunos síntomas inquietantes que la competición se encargó de confirmar. Los resultados empezaron sonriendo pero no tardaron en ir dando la espalda al equipo. Pero había algo que preocupaba más que los números: la imagen, los pobres registros en ataque, el mal pie en la construcción. Un juego insulso, en definitiva. El fracaso siempre puede planear en cualquier proyecto futbolístico, ley de vida en el deporte, pero lo que pocos se imaginaban es que Bolo se la pegara sin apenas llegar al área contraria. Esa ha sido la gran sorpresa.

Ese juego ramplón fue consumiendo al técnico, que lo intentó de mil maneras, con cambios de esquema, de futbolistas, de estilo de juego… En el vestuario sí sorprendió de primeras que no era un entrenador que diseccionara de forma profunda a los rivales, algo que sí hacía por ejemplo Ziganda. Bolo empleó más tiempo en intentar plasmar sus ideas que en desactivar a los enemigos. No logró ni una cosa ni la otra.

La lista de errores empieza con el juego, en la construcción y en la definición, pero se infla con la plaga de lesiones (alguna responsabilidad se le atribuye al técnico), con la nula eficacia a balón parado e incluso con alguna intervención pública. Sorprendió en el club que a finales de septiembre, en plena crisis de resultados, subrayara que los medios solo buscaban lo negativo que rodeaba al equipo.

Once jornadas ha durado la relación de Bolo y el Oviedo. Un binomio que prometía rock&roll y que nunca encontró el tono. Once jornadas de eterna búsqueda de una fórmula que siempre esquivó al técnico. Bolo, que tiene planeado quedarse de momento en Asturias donde se encuentra a gusto, no ha logrado el éxito perseguido. Oviedo se le ha atragantado por un cúmulo de circunstancias y unos pésimos resultados como condena.

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