En la zona de aparcamiento de Parque Principado, frente al gran supermercado que acoge el centro comercial, se eleva un túmulo cubierto de hiedra sobre el que se aprecia una especie de gran escultura metálica en forma de cubo. De lejos, el lugar da la impresión de ser solamente un elemento decorativo del espacio. Para las miles de personas que transitan a diario el concurrido complejo, este punto pasa desapercibido. O al menos muy pocos saben cuál es su origen y su finalidad: recuerda la necrópolis tardorromana hallada en el entorno cuando se iniciaron las obras de construcción de la gigantesca área comercial y reproduce una de las más de treinta tumbas encontradas. Fue 1997 el año en que se produjo un hallazgo que también permitió localizar junto a los enterramientos decenas de piezas que conformaban los ajuares funerarios, tales como jarras de vidrio, vasijas de cerámica, utensilios diversos como un par de rudimentarias tijeras, abalorios y collares o restos de tachuelas del calzado de la época.

En realidad, el túmulo tiene en uno de sus extremos un camino de acceso y un recorrido de paneles explicativos que van conduciendo hasta la reproducción de una de las tumbas. Pero rara vez se ve a alguien acceder al pequeño montículo, pese a que lo que muestra merecería ser más conocido. La réplica del enterramiento que se puede visitar está realizada a escala, dentro de una gran urna metálica y de cristal, sobre la que se refleja la gran escultura que preside este punto. Dentro se aprecia cómo eran las sepulturas que se preparaban para los enterramientos: una fosa forrada con mampostería de ladrillos y cubierta de regula con una especie de tejado a dos aguas. Esta modalidad, precisa la información que se ofrece en los paneles, es conocida como “cubierta capuchina”. En el interior se replica también una figura humana con el rostro cubierto con un paño.

Detalle de la reproducción del enterramiento, con ofrendas cerámicas y el fallecido cubierto con paño P. Tamargo

“Todo difunto pasaba por un meticuloso proceso antes de ser enterrado. Era vestido y calzado, se le introducía en una caja de madera de roble con clavazón metálica, el ataúd se depositaba en el interior de una fosa y, en la mayoría de casos, se cubrían con tégula (teja plana) e ímbrica (teja curva) formando un tejadillo”, describen los textos explicativos en el lugar. La acidez del suelo no permitió que se conservaran restos óseos, pero los estudios realizados con el material documentado en la excavación hicieron posible concluir que el rito funerario utilizado era la inhumación. Las ofrendas halladas en los enterramientos se depositaban con la creencia de que “impulsaban al difunto a cruzar el camino y le ayudaban en su nueva vida”. “Una de las tradiciones más comunes era depositarlas en el interior de las tumbas. De este modo se expresaba el dolor de las familias. La mayoría de las veces se ofrecían vasijas y jarras de cerámica y vidrio con provisiones para que el muerto pudiera comenzar su vida en el más allá”, explica la información que puede leerse en el recorrido. Muchas de estas piezas, algunas de vidrio, de gran finura en el diseño y en la talla, están expuestas en el Museo Arqueológico de Asturias, en Oviedo.

Entre las ofrendas también se aportaban utensilios relacionados con la profesión del difunto. Así, se hallaron tijeras en las tumbas numeradas como 29 y 32, aunque solo en la primera la pieza estaba completa. Se trata de útiles tipo “pinza” y “representan el ajuar de pequeños profesionales de las comunidades rurales bajorromanas, carpinteros o herreros, oficios imprescindibles en las sociedades campesinas”. También se acompañaba a los fallecidos de perfumes o productos cosméticos o alimentos como “gachas, legumbres, productos cárnicos o en salazón, huevos, etcétera”. En cuanto a la indumentaria y objetos de adorno personal de los muertos, se documentaron collares de pasta vítrea, anillos y las tachuelas del calzado de la época, “constatando el uso de las botas ‘clavetea’ identificadas en ocho de los enterramientos”.

Zona donde se ubica la reproducción de la tumba, en una de las zonas de aparcamiento. P. Tamargo

¿Pero qué más información fue posible obtener a partir de los hallazgos de la necropólis? Incluso, a través de los análisis de restos de polen en muestras de terreno de este punto, se pudo hacer un esbozo de cómo sería el paisaje y las condiciones ambientales de la zona en los siglos IV y V después de Cristo. Se concluyó que se daban “unas condiciones más o menos templadas”, actividad humana en el lugar y se constató “la existencia de un paisaje relativamente abierto, con pinos, robles y castaños”, donde el “componente arbusto es escaso y el estrato herbáceo variado, no pudiendo hablarse de ningún elemento dominante, aunque los porcentajes de leguminosas resultan algo más elevadas que el resto”.

Hace ya más de 20 años que se inauguró el gran complejo comercial que atrae a asturianos de todos los municipios de Asturias –abrió sus puertas un 23 de abril de 2021- pero, pese a que el lugar del hallazgo esté dignificado, la mayoría de los visitantes desconoce esta parte de la historia que se desenterró gracias a las obras del centro, ubicado a escasa distancia del punto donde se identificó la villa romana Monte les Muries, el núcleo de población al que se supone que podría estar vinculada la necrópolis. Sus moradores no olvidaban a sus fallecidos: en los aniversarios de nacimiento y muerte los familiares “se reunían en el lugar de enterramiento y adornaban las tumbas” y “también durante las conmemoraciones anuales oficiales, en febrero (parentalia) y mayo (lemuria), cuando se creía que los espíritus de los muertos volvían a casa y debían ser agasajados, se hacían sacrificios en las tumbas, se celebraban comidas y en ocasiones se depositaban en los enterramientos alimentos y vino a través de conductos en la tierra”.