Si la tarde del sábado pasado está ya sellada para la intrahistoria de este país con un par de números -6-2, a la inversa en el marcador-, la madrugada que siguió quedará guardada en la memoria de unos cuantos afortunados con otros dos guarismos: 6.1. Para los entendidos en ingeniería acústica, ese número de versión designa la excelencia: uno de los más sofisticados y poderosos sistemas de sonido existentes; para los profanos, después de la sesión que marcó la cima y la apoteosis del tercer LEV Festival, es ya el equivalente a una experiencia de las que no se olvidan: casi dos horas de inmersión en el apabullante, perturbador e incalificable universo sonoro de Aphex Twin, el gran gurú de la música electrónica del último cuarto de siglo, amplificado por un sistema 6.1 en un espectáculo que se dirige no sólo a los ojos y a los oídos, sino al cuerpo entero (vísceras incluidas).

Tal y como se esperaba, la confabulación entre el enciclopédico y desprejuiciado genio creativo de Richard T. James y la maestría técnica de Florian Hecker, llevadas al extremo por la excepcional acústica del teatro de la Ciudad de la Cultura y un montaje de luces en la tercera fase, redondearon la actuación más esperada de las programadas para este año. Pero sería muy injusto dejar la cosa aquí. Y también lo sería pararse sólo en las sesiones de música en directo. El colectivo Datatrón, aliado con Laboral Teatro y Laboral Centro de Arte, ha conseguido plenamente uno de sus objetivos: aprovechar la excepcional versatilidad y el casi excéntrico diálogo entre el edificio la Universidad Laboral y la cultura de vanguardia para ofrecer un festival «expandido» en el que otras manifestaciones artísticas estrechamente vinculadas a la música y al uso de «new media» van cobrando tanto peso como la música misma y en el que lo cultural, lo experimental, lo divulgativo y lo abiertamente festivo -que también lo hubo, y mucho- pueden servirse en equilibrio, sin estorbarse.

La mejor prueba estuvo quizá en el sorprendente «Zoetrope», una fusión perfecta de pop electrónico y experimental en directo con coreografías y audiovisuales de Rui Horta que dejaron boquiabierto al público. Seguro que la muesca que dejó el espectáculo de los portugueses en la memoria de muchos se codea con el recuerdo de Aphex Twin y con otros momentos estelares del programa, como la depuradísima sesión de Alva Noto, la efervescencia del fin de fiesta del viernes con Nathan Fake y lo de Isolée o Byetone.

Unas 1.700 personas que entraron y salieron a su aire de cada «barrio» de la Ciudad de la Cultura a sus anchas pueden dar fe de todo ello, y también de que, para estar a la altura de la creatividad de los tiempos, vale menos predicar que dar trigo. Porque mucha prédica -y enredona y falsaria, injusta con la organización- fue la que impartió Peter Greenaway desde su púlpito electrónico en la iglesia, aunque su sesión como «video-jockey» multipantalla resultó mucho más convencional de lo que el propio Greenaway parece creer. Cosas de las grandes antiestrellas. Con mucha menos prosopopeya, la abundante participación asturiana -Fasenuova, .tape., Normaa, Bacanal Intruder, It_Boy, Juan Rayos?- sobrepasó holgadamente la dignidad.

Finalmente, el tercer LEV de una lista que merece ser larga, porque con sólo tres ediciones se ha constituido en una referencia nacional de primer orden, sirvió también para dejar claro que la Universidad Laboral no está lejos cuando se toca la fibra adecuada en el público, y que la Ciudad de la Cultura puede estar realmente viva sin merma de la calidad, la exigencia o la vanguardia. Una proeza que convierte al Laboratorio de Electrónica Visual asturiano en un 6.1 en su género: la excelencia.