La sección a concurso de Gijón 09 elevó ayer el listón de sus apuestas con dos películas absolutamente distintas y por razones absolutamente distintas, pero sin rebajar la intensidad emocional que define el horizonte de lo que va de la competición este año. De una parte, la francesa «Welcome», de Philippe Lioret, trenza la historia de dos amores, una amistad y una tragedia colectiva en la que todos los elementos en juego se retroalimentan hasta redondear una película francamente hermosa; de otra, el cingalés Vimukthi Jayasundara nos enfrenta en «Ahasin Wetei» («Between two worlds») al estupor ante lo radicalmente ajeno (al menos, para un espectador de estos pagos), a través de los códigos más puros del cine.

En «Welcome» el territorio nos es, por desgracia, conocido. Calais, pórtico entre el continente y el Reino Unido, ha pasado de ser un finisterre geográfico a serlo también humano y moral. Las puertas por las que circulan sin cesar las mercancías con cadencia febril, que Lioret filma de manera apabullante en los primeros compases de la película, están cerradas a cal y canto para los sin papeles que ignoran que el «melting pot» inglés ya no admite más ingredientes, de manera que se ven aplastados contra esa frontera a la vez física y política: cientos de inmigrantes que las autoridades francesas intentan sacarse de encima a cualquier precio, persiguiendo por igual a los sin papeles y a quienes los auxilian.

Contra ese trasfondo, y sin perder jamás el tono de vigorosa crónica y denuncia social, Lioret dibuja dos historias de amor cruzadas: la del joven kurdo empeñado en atravesar a nado el Canal para reunirse con su amada y la del maduro y taciturno entrenador de natación a punto de divorciarse de una mujer a la que todavía ama. Pivotando en torno al excelente trabajo de Vincent Lindon, la película pone un nudo en la garganta al narrar con sencillez y mucho oficio el modo en el que los mismos motivos que, en un principio, originan el desamor, la soledad y la tristeza pueden transformarse un nuevo tipo de amor: una generosidad que consigue dar sentido, al menos momentáneo, a una vida desolada. Al fondo, Lindon muestra una sociedad mezquina e inhumana, y finalmente tan inclemente como el mismo océano.

Frente a esas realidades tan familiares, las que hay en la semilla de «Between two worlds» permanecen seguramente inaccesibles para la mayor parte de espectadores. La guerra civil que asuela Sri Lanka desde hace décadas y las mitologías y el folclore de la isla guardan las claves de una historia hermética y llena de simbolismos, pero visualmente muy atractiva que, para ser disfrutada, obliga a rendirse a la poesía elemental y a la musicalidad de sus imágenes (también a la fuerza narrativa de una banda sonora que -en los sonidos y la música- cuenta como las imágenes mismas).