El Mirandés sonroja en El Molinón a un Sporting a la deriva: 3-4 y la afición mira al palco

Los rojiblancos muestran la peor imagen de la temporada al caer con estrépito ante un rival que pudo irse con una goleada más amplia

Ángel Cabranes

Ángel Cabranes

No se piden milagros. Simplemente un Sporting identificable, que compita. Lejos de corregir su irregularidad, de enderezar el rumbo aunque sea lentamente, el equipo gijonés protagonizó ante el Mirandés un partido de sonrojo. Recibió cuatro goles en casa, pero pudieron ser mucho más ante un rival que dio en El Molinón un paso importante hacia la permanencia. La misma que en Gijón se ve amenazada a la espera de ver progresar un proceso que, viendo lo visto, solo pasa por centrarse en atar la salvación cuanto antes. La bronca de la afición no sólo fue con el verde, también señaló, por primera vez en la era Orlegi, al palco. 

Rercodó el partido desde el inicio a mucho de lo visto la semana anterior en Albacete. Otra vez un Sporting blandito, muy blandito. Otra vez dos goles en contra y uno solo a favor para los rojiblancos antes del descanso. El orden, en esta ocasión, fue inverso. El inicio mostró dos equipos alegres, con ganas de pisar área rival. Milo, sustituto arriba del lesionado Djuka, incluso inauguró el marcador a los diez minutos. No dio para celebrar. El silbato del árbitro sonó para anular su testarazo, a centro de José Ángel, por fuera de juego. Fue dos minutos antes de que la defensa empezara a hacer aguas. Otra vez, y ya van unas cuantas desde a llegada de Ramírez, en una acción a balón parado.

Un saque de banda en el costado zurdo del Sporting le dio al Mirandés para volver loca a la zaga rojiblanca. Juanlu sacó hacia Jofre, devolviéndosela para hacerle ganar línea de fondo. Centró atrás para que Salinas fusilara sin oposición. No fue un accidente. Como en el Carlos Belmonte, se repitió. Tras un lejano disparo de José Ángel para hacer estirarse al exazul Alfonso Herrero, el siguiente remate entre palos de los visitantes se fue para adentro. Jofre emergió desde segunda línea para ganarle la espalda a Marsà y aprovechar el balón al espacio de Raúl García después de una mala salida de balón de los de Ramírez. Dos remates, dos goles y el partido muy cuesta arriba cuando ni siquiera se había cumplido la media hora de juego. 

Tuvo suerte el Sporting porque no le cayó el tercero de misericordia. Aturdido por el doble golpe burgalés, Cuéllar se encontró con un blando disparo de Raúl García cuando el máximo artillero tenía toda la portería para ajustar la enésima concesión defensiva rojiblanca. El Molinón silbaba ya con fuerza el martirio de ver a su equipo tremendamente vulnerable cada vez que el rival se asomaba al balcón del área. 

Un derechazo de Pedro rescató al Sporting del ridículo. Otro centro de José Ángel acabó despejado por la zaga jabata hacia un lateral de la frontal. Golpeó el canterano con toda la rabia acumulada del equipo y del sportinguismo para clavar un golazo. Inapelable disparo. El tanto reducía distancias en el marcador y daba oportunidad a reengancharse al partido. No despejó las dudas. Ver al Sporting irse al descanso con Queipo y José Ángel pasándose el balón sin ver claro el centro al área fue una muestra de la indecisión general del equipo. En ataque y mucho más, en defensa.

El paso por vestuarios devolvió los problemas. Lejos de reaccionar, el Sporting se dejó llevar. Pinchi hizo el tercero a los tres minutos de la reanudación en otra pérdida de un equipo empeñado en facilitar las cosas a su rival a costa de buscar pases entre fantasmas. Rivera no encontró compañero, el Mirandés presionó arriba, y Pinchi se la llevó para volver a poner tierra de por medio. Diez minutos después, el que encontró premio fue Juanlu. Otra disputa ganada arriba por el Mirandés, balón al segundo palo, y el carrilero visitante haciendo el partido de su vida. Ajustó al palo defendido por Cuéllar, que hizo la estatua. El sonrojo al que estaba sometiendo el equipo de Etxebarría al conjunto gijonés, de los gordos. Pañolada al palco. El proceso, explotando por los aires. 

Salieron Aitor y Varane. Más tarde Jony. La dinámica apenas cambió. La decepción, tornándose ya en desafección. Parte del público inició la vuelta a casa mientras el Sporting encadenaba pases y el Mirandés amenazaba con hacer el roto aún más grande. Raúl García se quedó cerca del quinto poco antes de que Aitor hiciera el gol del Sporting menos celebrado en El Molinón en mucho tiempo. A diez del final, el de Gibraleón remató con derecha, abajo, al aprovechar un centro mordido de Pol Valentín, recién incorporado junto a Jordan. Con los visitantes sin ver peligrar ya un marcador lo suficientemente contundente, el empeño de Aitor dio para hacer otro gol en el tiempo añadido. El Molinón, en otro gesto de su inmensa grandeza, volvió a animar en unos últimos minutos que no dieron para arreglar el tremendo despropósito anterior. Lo apretado del marcador fue una anécdota. La dura realidad, la de un Sporting peligrosamente perdido.

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