Durante muchos años la forma de llegar a Villaviciosa, desde Oviedo, era hacerlo por la entonces AS-113 y hoy AS-267, hacia el alto de la Campa, carretera sinuosa y estrecha cuyas curvas y de niños nos marearon más de una vez en el coche familiar. Hoy, años después de la apertura de la Autovía del Cantábrico, por el alto de la Campa, además de los vecinos que viven en los pueblos que lo rodean, los que más transitan son los ciclistas, los peregrinos que realizan el Camino Primitivo hacia Santiago, los enamorados de conducir por carretas en medio de paisajes impresionantes y los que gustan de comer rico, bien, abundante y a buen precio, es decir, los que van al bar El Mariñán.

Rocío Monestina Martínez lleva ya 15 años tras los fogones primero y en los últimos tiempos tras la barra y en atención al cliente, haciendo realidad lo que aprendió al poco de llegar a este establecimiento tras casarse con Tino, el nieto de quien sería su principal maestra, la abuela Elvira, quien a su vez también se inició en la hostelería de mano de sus padres, los fundadores de este local en 1945. Hoy su fachada alicatada como muchos barinos de los pueblos asturianos se asoma pegada a una casa de azul intenso y a la izquierda o derecha, según se venga o vaya, de una gasolinera fuera de servicio hace años. «Siempre tuvimos miedo cuando abrieron la autovía de que nos afectase mucho, que cayésemos en el olvido de la gente, pero afortunadamente el que nos conoce y sabe cómo se cocina en El Mariñán sigue viniendo», dice con una sonrisa Rocío Monestina, quien al hilo de este comentario recuerda el paso de algunos peregrinos que, haciendo el Camino de Santiago, se detuvieron en su bar a comer y luego escribieron en internet recomendándolo.

El local, sencillo y limpio, luce ordenado a media mañana con todas sus mesas vestidas con mantel de papel de cuadros azules y blancos, pan y copas a la espera de que lleguen los primeros comensales a degustar un menú semanal con cuatro primeros, cuatro segundos y postres caseros a elegir. Entre su clientela buena parte son trabajadores que suben hasta el bar a comer, por lo que Marisol y Carmen, las cocineras, ultiman con rapidez los platos del día para que puedan sentarse pronto a la mesa.

Entre sus platos más destacados están los callos, las manos de cerdo, la fabada, el pote, el lenguado mariñán, el bombón de merluza, el cordero, las fabes con almejas, el hígado encebollado y los postres caseros como la tarta de turrón, la de naranja o el arroz con leche, sorprendiendo, además, la abundancia de todo ello. Y es que Rocío ha hecho suya una de las principales lecciones de la abuela Elvira: «No puede ser que la gente marche con fame y todavía menos los que están trabayando», dice con firmeza. Todo servido, además, con dos ingredientes muy importantes que el cliente agradecido nunca olvida: la cordialidad y la simpatía de quien les atiende tras la barra.

Cazuela de callos servida en el bar restaurante El Mariñán.| ana paz paredes.