¡Déjennos aburrirnos!
Este Gobierno, que día y noche anda obsesionado con la “ampliación de derechos”, olvida proteger uno esencial: el derecho que nos asiste a aburrirnos. Peor aún más que olvidarlo se diría que desea arrebatárnoslo. Algo así sucedió en La Pola de Gordón durante el confinamiento pandémico, cuando la alcaldesa socialista tuvo la infeliz ocurrencia de prohibir “el enfado, el desánimo, la tristeza y el aburrimiento”. ¿De verdad merecían los gordoneses semejante suplicio?
Durante la pandemia, miles de niños habituados a una estimulación constante tuvieron que enfrentarse, acaso por primera vez, al gran problema de no saber cómo llenar las largas horas de confinamiento hogareño. Y en vez de enseñarles a tomar al toro del aburrimiento por los cuernos, a manejarlo, a tolerar esa frustración y a aprovechar sus posibilidades de manera creativa, sus padres les permitieron engancharse aún más al mundo virtual de las pantallitas. La industria del videojuego experimentó un notable auge durante aquellos meses, aunque hace tiempo que las aguas volvieron a su cauce. Qué gran oportunidad perdida.
En serio, ¿qué hay de terrible en el aburrimiento? ¿Acaso no es una emoción a la que nos enfrentamos todos en distintos momentos de nuestras vidas? ¿Por qué no aprender entonces, no sólo a convivir con ella, sino también a sacarle partido? ¿Qué temen los gobiernos y las empresas que hagamos con nuestras horas muertas?
Algo temen, sin duda, y por eso han implantado esa cosa llamada “gamificación” (innecesario barbarismo donde los haya) en el entorno laboral y en la escuela. ¿Que el trabajo en un almacén de Amazon resulta aburrido? La solución que aporta la empresa es “gamificar” las tareas mediante juegos como MissionRacer, PicksInSpace, Dragon Duel o CastleCrafter. ¿Que los alumnos se aburren en las aulas de colegios e institutos? La solución propuesta por las “nuevas pedagogías” consiste también , ¡oh sorpresa!, en “gamificar” las asignaturas. Claro está, con el apoyo entusiasta de ciertas empresas digitales que ofrecen sus Kahoot!, Quizziz, Plickers, SuperTeacherTools, y demás aplicaciones lúdicas a un módico precio mensual, faltaría más.
Hay quien piensa, sin embargo, que los empleados de las multinacionales de comercio electrónico trabajarían más felices con una simple mejora de sus condiciones laborales. Otras voces retrógradas, como la de aquel heterónimo de Antonio Machado, el maestro Juan de Mairena, han osado dudar del valor educativo del juego. “Es muy posible que los niños, en quienes el juego parece ser la actividad más espontánea, no aprendan nada jugando ; ni siquiera a jugar”, sentenciaba Mairena. No sé ustedes, pero yo creo que estas voces no andan tan erradas.
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