Luanco,

Illán GARCÍA

Cayetano Pelayo Fernández, «Misuri», de 50 años, abre una serie de entrevistas con la que LA NUEVA ESPAÑA reunirá opiniones de los vecinos de la capital gozoniega, salpicadas de recuerdos, sugerencias y propuestas. Este hostelero pasó más de la mitad de su vida detrás de una barra de este negocio familiar, abierto al público en octubre de 1968. «A los diez años comencé a echar una mano a mis padres y a los diecisiete comencé a regentarlo», afirma Cayetano Pelayo Fernández, conocido como «Misuri». Y añade: «Quizá sea el local más antiguo de la villa que sigue manteniendo el mismo dueño». Es hijo de Serafín, el barquillero de Luanco. La entrevista se desarrolla en su local «Brisas del Misuri» mientras atiende a sus clientes.

-Descríbame el Luanco que vivió en su juventud. ¿En qué difiere del de ahora?

-La verdad, era más familiar. Nos conocíamos todos y los veraneantes eran casi los mismos. Como mi padre era el barquillero de Luanco, le ayudaba en la playa y vendíamos patatas fritas, barquillos y chucherías. Vendíamos por las calles ya que no había quioscos.

-¿Añora esa época?

-La juventud es la juventud. Ya no es lo que era.

-¿Qué recuerdos tiene su infancia?

-Nos reuníamos para jugar e ir a todos los sitios que podíamos. Siempre por la calle. Lo que más me prestaba era la camaradería que teníamos entre todos los críos. Hacíamos hogueras, las paisanas nos pedían que les trajeramos piñas. Luanco era marinero y antes de jugar, por ejemplo, en La Ribera y en el muelle, teníamos que apartar los pescados. Una vez en Semana Santa, el cura de entonces nos llegó a echar de la playa porque había que bendecir las aguas.

-Y ahora, ¿cómo ve a Luanco?

-Lo veo más ciudad, hay gente que no conoces, más impersonal. En cierta manera, es lógico, ahora somos 5.000 vecinos y antes seríamos unos 1.500 o 2.000.

-Luanco ha cambiado mucho a lo largo de los años, ¿no es así?

-Cuando llegó la industria, la pesca comenzó su declive paulatino. Ensidesa, montajes y la construcción tuvieron su auge e, indirectamente, cambiaron Luanco. Todo cambió mucho.

-¿Y el turismo?

-Tenemos un sector turístico importante y no queremos ser un simple pueblo dormitorio. Tenemos una rica gastronomía que hay que ofertar a los visitantes como también ha de hacerse con actividades culturales. Hay que hacer actividades para que la gente salga de casa, aunque es difícil, no hay un duro. Se organizan jornadas gastronómicas, que están bien, pero que hay que buscar otras fórmulas. Sería conveniente poner precios algo más baratos, para ser competitivos todo el año.

-¿Qué destacaría de su pueblo?

-Como vecino, la tranquilidad y como hostelero, el gran potencial turístico de este pueblo. Me gusta además la seguridad que hay en Luanco. Y lo peor, sin duda, es el número de parados. También tengo que decir la gran acogida que tuvieron mis padres cuando llegaron a Luanco desde Santander. Tuvieron un gran reconocimiento y desde hace pocos años, mi padre da nombre a un parque de la villa. Eso lo llevo muy dentro.

-Luanco pasó de tener un boom inmobiliario a sufrir a los pocos años los efectos de la crisis económica.

-Se nota mucho la crisis. No hay construcción y eso nos afecta a todos. Piense en los restaurantes que antes daban el menú del día a los trabajadores. Ahora, hay que adaptarse a los tiempos y atender las necesidades del pueblo en todos los sentidos, en el turismo y en todo.

-En los últimos meses se debate sobre la implantación de la «zona azul» en verano. ¿Qué opina?

-Hay que mirarlo todo porque, al final, repercute en el pueblo. Nadie quiere pagar pero tampoco quiere que le quiten los servicios y seguridad que hay en las playas. Yo quiero que cuando mi hijo va a la playa, haya socorristas y si el Ayuntamiento no tiene... habrá que colaborar entre todos.