Candás, Mónica G. SALAS

Dicen que las obras más insólitas se encuentran por la calle y Candás refleja a la perfección esta máxima. En cada esquina, en cada rincón, hay arte, ya sea un mural de pintura o una escultura. Así, lejos de que sus calles resulten monótonas, cada obra salpica de vida los alrededores de la villa. Uno de esos rincones artísticos es el monte de San Antonio, en el que sugerentes estructuras de acero, hormigón o bronce interactúan con el entorno al mismo tiempo que transmiten mensajes. Todas ellas conforman la colección permanente de veinte piezas del parque escultórico de Candás. Es el Museo Antón en estado puro.

La creación de este jardín artístico, pionero en la región, tuvo lugar en 1989, coincidiendo con la fundación del museo, fruto de la estrecha colaboración entre el Ayuntamiento de Carreño y el Principado de Asturias. En aras de que el centro no quedase reducido a las paredes de su edificio, se pensó en la prolongación de sus obras al aire libre. Así, dejaron su huella en Candás multitud de artistas ya consagrados, así como jóvenes promesas de la escultura gracias a la beca «Antón», que surge en 1990 con la idea de apoyar, estimular y fomentar las actividades creativas en torno a la escultura. De hecho, «la mayoría de las obras del parque se realizó precisamente con motivo de esta beca», explica Dolores Villameriel, directora del centro escultórico.

La primera obra que se instaló en este jardín fue «Encuentro en tres», del artista gijonés ya fallecido Joaquín Rubio Camín. Esta escultura, de acero laminado, fue realizada en el año 1985 y cedida al museo en 1989 por el Ayuntamiento de Oviedo. «Camín siempre jugó mucho con el ángulo diedro y en esta obra se centra en el triedro. Se trata de un encuentro de tres piezas al que cada persona le puede dar un significado diferente», explica Pablo Zapico, miembro de la junta rectora del Museo Antón y del patronato del Evaristo Valle. Pero ésta no es la única escultura de Camín en el parque escultórico de Candás. En 1989 se colocó «Otoño», que fue sustituida en 1994 por «Construcción».

En 1990, el Museo Antón concede ya su primera beca al artista maliayés Pablo Maojo, autor de la obra «Blacanal Serviados», de 1990. Será ésta la primera escultura que se coloque en el parque fruto de la subvención, que a partir de entonces otorgará el museo de forma anual a un artista. A través de esta escultura, compuesta por dos piezas, Maojo rinde homenaje a su amigo fallecido Baltasar Caravia. «Se trata de un juego con la presencia y la ausencia, que refleja cómo una persona puede estar presente en nuestras vidas sin estar ya presente», declara el artista.

Otro de los escultores que regalaron su arte a Candás fue Amador Rodríguez, ya fallecido, con el «Cubo vacío», de 1994. «Es un cubo, con extracción de cuadros, basándose en los números pitagóricos y que sugiere un paralelismo entre las matemáticas y la vida», asegura Pablo Zapico. De ese mismo año es también el «Pescador», de Amancio González, fruto de la beca «Antón» de 1993. En ella el artista leonés inmortaliza en el jardín adosado al museo a un pescador en bronce fundido con un pez en la mano derecha y que denuncia «a través de su mano izquierda, que está vacía, que Candás diera la espalda al mar cuando llegó la industria a la villa», describe González.

En esa misma época se consigue instalar una de las obras más significativas del parque escultórico del museo: «El obrero apenado» o «Al hombre bueno», de Antón. La pieza consiste en una copia en bronce fundido del original en piedra del año 1932, situada actualmente en el cementerio de San Juan de la Arena.

Por su parte, en 1997 Javier del Río inmortaliza sobre piedra arenisca «El Chato», en este caso con la beca de 1996. «En ella no se representa a nadie en particular, ya que en función de la piedra que encontraba Javier reflejaba una cosa u otra. Siempre dejaba a su público la interpretación libre de su obra», sostiene Guadalupe Rodríguez, viuda de Javier del Río. Precisamente, la exposición con la obra de este artista en el Museo Antón finaliza hoy.

«Trilobite», del año 2001, es la escultura que da nombre al «espacio transitable y cambiante» que pretendieron crear los artistas Antonio Sobrino y Mercedes Cano a raíz de la beca de 1999. «Queríamos que nuestra obra invitara a ser vivida, de manera que no resultara un mero objeto, dedicado a la contemplación», declaran. Posteriormente, en el año 2007, César Ripoll crea el «Obelisco», situado en las proximidades del faro de Candás, con la beca que le concedió el Museo Antón en 2005. Realizada en acero corten e inoxidable en la punta piramidal, la escultura de planta triangular obedece a una contemporánea reinterpretación de este elemento monumental. La pieza está compuesta por espacios geométricos, con elementos figurativos en cada cara. «Mi objetivo era crear una escultura que se convirtiera en una especie de faro, de forma que cuando incidiese el sol se transformara en un punto de luz natural, además de jugar con los huecos de la pieza y con el entorno», asegura Ripoll.

La última obra que se instaló en San Antonio, producto también de la beca «Antón», fue la escultura «Explosión de vacío», del artista andaluz José Ángel Merino, inaugurada en 2011. «Leyendo la biografía de Antón me quedé sorprendido por lo corta que fue su vida y lo intensa que fue su obra. Cuando supe que su muerte se debió al horror y la injusticia de la guerra, sentí un choque interior que tomó forma en la escultura», expresa Merino. La obra, según el artista, representa el ser por medio de un cubo desgarrado por una explosión interior de dolor y de vacío.

Aparte de los escultores citados, son muchos otros los que componen este peculiar espacio artístico, en la actualidad sin más actividad, aunque tanto la dirección del museo como los artistas expresan su deseo de enriquecer Candás con nuevas esculturas. No obstante, para ello, «habría que buscar nuevos emplazamientos, ya que esta zona está sobresaturada», señala Villameriel. De cualquier forma, con actividad o sin ella, lo que está claro es que el parque escultórico de Candás, tal y como afirma Merino, «posee una riqueza singular que acerca el arte a la población».