La prostitución callejera, la que no tiene para cama ni bidé, la de las parias y la famélica legión que sufren en su mayoría obesidad mórbida debido a la basura que beben y comen, con esto de la crisis ha llegado hasta las mismas puertas de gentes que acaso quieran ver pornografía fina y no coyundas sórdidas, pero no se ha metido, claro, en el territorio de los altos, ricos, esbeltos, morenos no de lámpara, sino de yate, pero siempre blancos y rubios en su interior, y que, severos y ceñudos, aseguran que hay que tomar medidas respecto de esa actividad que con pomposidad llaman lacra social. Lacra social es una etiqueta muy pegadiza. Lo mismo se le pone a la ETA como al suicidio o a la mendicidad. No se le pega, en cambio, jamás a la gordura inexplicable de las cuentas bancarias de tanto ladrón con alas y sin guantes, a quienes no les importa dejar huellas porque, aunque los trinquen, nunca tienen que devolver la pasta. Pues, bueno, que esos de las alturas dicen que no se puede ser hipócrita y es necesaria una urgente solución y bla, ble, bli, blo, blu. Es cierto que la hipocresía es algo muy feo, pero mucho más repugnante es quien suelta esa máxima y echa a correr. La prostitución, se afirma también, es el oficio más viejo del mundo. Tiene milenios, eso sin duda, pero, como trabajo, le gana en antigüedad el de asesino mercenario. Ahora bien, dejando aparte el pedigrí cronológico de ambas actividades, lo que está claro es que ninguno de los dos oficios se va a acabar de momento. Así que, en primer lugar, debe puntualizarse que aquí las prostitutas no cometen ningún acto ilegal con sus servicios, siempre que los realicen en un lugar privado, porque las leyes de este país regulan la venta ambulante, determinando qué tipos de productos pueden ser venales y el lugar en que puede realizarse ese comercio. Por eso es preciso que esas jornaleras del sexo tengan un mercadillo propio, con pabellones higiénicos y sanitarios, regentado por una mujer de edad y con experiencia en ese quehacer, donde las trabajadoras, afiliadas a la Seguridad Social, estén protegidas por revisiones médicas periódicas y vivan como ciudadanas libres, no sometidas a la explotación de chulos y rufianes ni esclavizadas por la mafia de los proxenetas. Sin embargo, dado precisamente el altísimo grado de falsedad y santurronería, esto es tan utópico e inalcanzable como que? No sé. ¿Como que el rey use pendientes de pinza? Sí, algo similar de fabuloso. En este país lo recto y correcto son las tapas, tapas de pan pringado para que no caigan moscas en las copas, tapas para impedirles a las bocas decir verdades, tapas para esconder la basura, tapas para ocultar la suciedad que producimos y, además, en este caso, para el usuario está el placer del riesgo, de la clandestinidad, del ocultamiento, de morder la manzana prohibida. En consecuencia, que las prostitutas pobres se larguen con su viento corrupto a los poblados chaboleros, extramuros de la ciudad, al descampado, a los vertederos de basura, y que sus clientes las visiten allí de tapadillo, como los que acuden a hallar consolación y alegría en sus camellos. Las prostitutas pobres deberían morirse, me dijo sentenciadoramente una señora muy enseñorada, parecida a una gallina y llena de remiendos que le cosieron de niña en el interior de su cabeza y que jamás quiso arrancarse. Y eso seguro que lo piensan muchas otras personas, que se quedarían impertérritas si les dijeran que iban a meter a esas mujeres en una cámara de gas o a deportarlas al infierno de una isla desierta, para que el sol las quemara vivas. Hice la prueba con media docena y dio positiva. Pero de ese modo tampoco se terminaría con ellas, porque son la droga de muchos hombres, muchísimos, y la caudalosa fuente de ingresos de otros que, conocedores de esa necesidad, las obligan a creer que sólo sirven para esa tarea, que al otro lado de ese mundo todo está ya ocupado, no hay un hueco libre y, si pusieran un pie fuera del lugar al que pertenecen, sólo encontrarían un pedazo de tierra en el cementerio, pues únicamente son mercancías. En el fondo, esa gente exterminadora, ese grupo de odio que pavorosamente es numeroso, intentaría acabar con todos los pobres de la tierra o miraría con complacencia su desfile hacia el matadero, sin que se les pasase por sus cabecitas de cráneo alargado y de ideas cortas, pero muy repeinadas con fijador y gomina, averiguar la causa de la pobreza, algo tan de viejo y actual como la prostitución.