Las dos estrategias clásicas de conservación de la naturaleza, establecer reservas y facilitar la regeneración de zonas degradadas, podrían ser insuficientes para detener el proceso de extinción masiva de especies. Al menos esto es lo que sostiene Michael Rosenzweig, un profesor de Ecología de la Universidad de Arizona. Según Rosenzweig, la tercera pata del tayuelo de la conservación de la naturaleza debe ser la reconciliación, hacer compatible la presencia de especies silvestres en áreas modificadas por las actividades humanas. Aunque por sí sola nunca podrá ser una alternativa a la conservación de espacios naturales, la ecología de la reconciliación es una idea interesante y ha generado un debate considerable.

Proteger las áreas que aún conservan ecosistemas naturales y que albergan los niveles más altos de diversidad debe ser el objetivo primordial de cualquier política de conservación. La destrucción del hábitat es la principal responsable de la pérdida de biodiversidad y para frenarla los gobiernos crean reservas, áreas protegidas con diversos niveles de restricción de las actividades humanas. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza establece una serie de categorías que van desde las reservas naturales estrictas, donde la presencia humana está muy limitada, hasta las áreas protegidas en las que se compatibiliza la conservación con el uso sostenible de los recursos naturales. Así, algo más del 10% de los ecosistemas terrestres y en torno al 1% de los marinos tiene algún grado de protección, es decir, de restricción de su uso. Sin embargo, los datos evidencian que este nivel de protección es insuficiente para detener la pérdida de especies y el deterioro de ecosistemas. Investigadores y organizaciones conservacionistas piden que se incremente el número y la superficie de las reservas, mientras que otros sugieren que bastaría con utilizar criterios científicos para mejorar la eficiencia de la red de áreas protegidas.

Es necesario también recuperar zonas degradadas para permitir que los ecosistemas vuelvan a su estado natural, más estable y resistente a las perturbaciones. Además, un ecosistema bien conservado proporciona una serie de servicios de los que depende la subsistencia de las sociedades humanas. Por ejemplo, los bosques maduros de la cabecera de los ríos retienen el agua en caso de precipitaciones intensas y así reducen el impacto de las inundaciones en los valles. Si estos bosques han sido destruidos por los incendios o reemplazados por pastizales, estaciones de esquí o minas a cielo abierto, la retención de agua y suelo será menor y ello producirá crecidas y arrastre de sedimentos a las vegas situadas en el fondo de los valles. En ocasiones, la restauración implica actuaciones directas para recrear las condiciones en las que se desarrolló el ecosistema aunque en general basta con que cese el impacto para que se inicie un proceso de regeneración natural. Por ejemplo, en el momento en que se abandona un pastizal se inicia un proceso que se conoce como sucesión ecológica, primero proliferan los matorrales que irán siendo remplazados por árboles para dar lugar a un bosque. En cualquier caso los procesos de regeneración precisan tiempo. La recuperación de un estuario puede llevar años, la de un bosque requiere décadas.

Pero mientras se protege sólo una pequeña porción del territorio y la regeneración es lenta, la humanidad crece a un ritmo exponencial. Esto implica un aumento de la superficie de los asentamientos humanos (pueblos y ciudades) y de los terrenos dedicados a la producción de alimentos, además de un incremento en la presión sobre los ecosistemas. Y así, el área disponible para las especies silvestres es cada vez menor. Hay un principio en ecología que dice que a medida que disminuye la superficie, disminuye el número de especies y por consiguiente la biodiversidad. La destrucción de hábitats es tan rápida y extensa que la estrategia de establecer más áreas protegidas en los pocos terrenos bien conservados que vayan quedando es esencial para, al menos, ralentizar la pérdida de especies. Sin embargo parece poco probable que, por sí sola, vaya a solucionar el problema. Y aquí es donde encaja la idea de Rosenzweig, de favorecer la reconciliación para tratar de evitar la desaparición de algunas especies.

La ecología de la reconciliación se basa en una idea tan simple como modificar y diversificar ambientes humanizados para que puedan albergar especies silvestres. Se trataría de compartir el espacio. Así, podríamos devolverle a algunas especies su área de distribución, de la que las hemos desplazado, sin que nosotros tengamos que renunciar del todo a ese territorio. Por ejemplo, en algunas grandes ciudades como Edimburgo, Chicago o Toronto, se promueve la plantación de especies silvestres en las azoteas, lo cual genera pequeñas parcelas con condiciones similares a las naturales que contribuyen a la conservación de ciertas especies en zonas de las que habían sido desplazadas.

Pero tal vez donde la ecología de la reconciliación puede tener más impacto es en las áreas dedicadas a usos agrícolas. Una cuarta parte de la superficie terrestre se dedica a la agricultura, lo que la convierte en la actividad humana que destruye más biodiversidad. Compatibilizar la agricultura con las necesidades de un gran número de especies es relativamente simple y con frecuencia sucede sin necesidad de poner en práctica medidas especiales. Los usos agrícolas tradicionales suelen ser compatibles con la presencia de muchas especies de animales y plantas, por ejemplo las campiñas asturianas que alternan prados de siega y diente con setos y pequeños bosques autóctonos. Es lo que Rosenzweig llama reconciliación accidental.

La mecanización y el uso de productos químicos como fertilizantes, pesticidas y herbicidas permiten producir más alimentos, dar de comer a más personas. En consecuencia estos métodos se han impuesto allí donde las sociedades humanas alcanzan cierto nivel económico y tecnológico. Pero estas formas de explotación intensiva destruyen suelos fértiles que han tardado siglos en generarse, desplazan especies y contaminan ríos y estuarios. La agricultura orgánica que se ha extendido en los últimos años como método de explotación alternativo representa un buen ejemplo de reconciliación intencionada. Su objetivo es producir alimentos reduciendo la pérdida de biodiversidad, para lo que se evita el uso de productos químicos y se acotan zonas que alberguen especies silvestres. Algunas de estas especies podrían devolver el favor. Por ejemplo, los pájaros insectívoros que ayudan a evitar la aparición de plagas para las cosechas, o los polinizadores que garantizan la producción de frutos. A corto plazo, los métodos orgánicos obtienen una productividad ligeramente inferior, pero con una perspectiva más amplia se pueden apreciar sus múltiples beneficios.

Por supuesto que Rosenzweig propone que la ecología de la reconciliación debe ser un suplemento, uno de los componentes en la caja de herramientas disponible para la conservación de la naturaleza. Por sí sola, nunca podrá ser una alternativa a la protección de las zonas mejor conservadas o de la regeneración de áreas deterioradas. Por eso no tiene sentido emprender actividades de reconciliación en zonas ocupadas por ecosistemas naturales o que se encuentren en proceso de regeneración. Desde el punto de vista de la biodiversidad, la reconciliación mediante usos agrícolas tradicionales es mejor que una explotación intensiva, pero mucho peor que permitir la regeneración natural del bosque en unos terrenos que han dejado de usarse. La reconciliación en ciudades o explotaciones agrícolas en activo es una forma de reducir el daño que éstas causan al hábitat de muchas especies.