Oviedo, M. S. MARQUÉS

Luis García Montero leyó ayer durante el homenaje a Gabriel Celaya de la Cátedra Alarcos «La poesía es un arma cargada de futuro», que representa con claridad la faceta de poeta social de Celaya y rebosa actualidad porque, como Carlos Marzal sugirió, responde a muchas de las reclamaciones que han convertido las plazas de España en campamentos de «indignados».

Marzal puso el dedo en la llaga. A partir de ahí, el homenaje se convirtió en un debate sobre el movimiento del 15-M, en el que García Montero y José Luis García Martín expusieron los motivos de su posicionamiento, a favor, el primero, y en su contra, en el caso del segundo. En el debate terció Josefina Martínez, que tiene claro que algo funciona mal. «La solución no está en la plaza de la Escandalera», dijo, «está aquí, en las aulas, pero estamos cinco alumnos y cinco profesores en un acto que reúne un plantel de autores de primerísima fila».

La respuesta a su queja le llegó de uno de los asistentes, un estudiante que culpó del vacío a «la dictadura de los exámenes -diez en tres días-». Tras señalar que aprendió más durante la semana que estuvo acampado en la Escandalera que durante los años de Facultad, lamentó que «la Universidad esté primando la memoria y dejando morir la cultura».

A propósito del movimiento del 15-M, García Martín tiene claro que no le interesa «soñar un mundo de fantasía y utopía», ni aceptar que unos cuantos jóvenes «que leyeron cuatro libros crean que van a cambiar el mundo». La réplica fue inmediata. En defensa de los «indignados» tomó la palabra la profesora Inés Illán, para quien la utopía siempre ha estado presente «aunque, como decía "El principito", los esencial es invisible a los ojos». Illán defendió el interés de los jóvenes y el interés con que reciben las críticas y animó a los organizadores del homenaje a pasarse por la plaza y leer allí un poema de Celaya».

También García Montero mostró su apoyo a las reivindicaciones de los acampados, «porque tienen que ver con un concepto de utopía que reivindica la transformación de un mundo sin olvidar los valores cívicos y humanos». «Esto es un verdadero homenaje a Celaya, estamos hablando de política», dijo García Montero, lo que el ex alcalde de Oviedo Antonio Masip, presente en la sala, aprovechó para orientar de nuevo el debate en la dirección del poeta vasco. Masip contó la llamada de atención de Amparo Gastón, viuda del escritor, en un diario, cuando éste se moría y nadie se acordaba de él. Masip lo visitó, «y el poeta resurgió».

Antes de que la cosa derivara por el camino de la utopía y las reivindicaciones de los jóvenes, los poetas participantes en el homenaje del centenario de Celaya, desarrollado en la Biblioteca de Humanidades, habían realizado una breve semblanza del escritor y leído algunos de sus versos. La novedad en el grupo la puso Carlos Marzal, «nuevo en esta plaza», como el mismo se encargó de señalar. Coincidieron todos en señalar que en Celaya hubo muchas más vertientes que la poesía social, con la que siempre se le identificó. «Su poética fue más compleja y en cierto modo más simple, con una unidad permanente que él expresó con suma sencillez», manifestó Josefina Martínez.

En el mismo sentido, García Montero le atribuyó un alto conocimiento de los recursos y las tradiciones, además de destacar su «evolución hacia el tratamiento lírico de lo cotidiano, algo que abrió camino a la Generación del 50», dijo, para añadir que su poesía «escapa de los clichés y de los tópicos establecidos». Aurora Luque, que leyó el largo poema «Mi residencia de estudiantes», dijo que Celaya es un poeta vivo, aunque no está de moda».