En realidad todo era una farsa. Una farsa perfectamente elaborada, eso sí. Miles de jóvenes se concentraban delante del televisor las mañanas de los sábados y domingos para ver un espectáculo intenso con una coreografía correctamente ensayada. De niño, uno podía resistir con resignación la verdad sobre los Reyes Magos o Papa Noel, pero revelar el funcionamiento real de la lucha libre era para muchos la experiencia más traumática de la niñez. Entre todos los personajes que se daban cita en el cuadrilátero, el interpretado por James Hellwig -fallecido esta semana a los 54 años de edad- bajo el seudónimo de El Último Guerrero era uno de los colosos. El otro era Hulk Hogan.

Ríanse ahora de la rivalidad Madrid y Barcelona. Aquello sí generaba controversias, discusiones y defensas encendidas. Hogan era americanismo puro. Los valores tradicionales de Estados Unidos eran interpretados por un tipo de frondoso bigote, en camiseta de tirantes y tanga amarillo fosforito. Famosos eran sus enfrentamientos contra el Sargento Slaughter, iraquí él. Hulk Hogan era el gran héroe americano, al que su incipiente barriga le daba un toque aún más cotidiano. El otro fenómeno, sin llegar a ser antagonista, representaba valores muy diferentes. El Último Guerrero era un rebelde, un alternativo, un antisistema con pinturas tribales y cintas de colores. A Hogan le gustaba salir ante las cámaras y predicar mensajes de todo tipo. El Último Guerrero apenas hablaba: lo suyo tenía que ver con las bofetadas. Al grano.

Por entonces todo era una tensa espera hasta que llegara el baile de San Vito. El guión, repetitivo pero imperceptible para el imberbe público entregado a la causa, exigía que el campeón sufriera, se tambaleara, se viera al borde del KO y entonces, sólo entonces, llegara la reacción. Comenzaban los aspavientos, al Último Guerrero le temblaba todo el cuerpo, como poseído por una fuerza extraña. El comentarista de turno -Héctor del Mar en la versión española de Telecinco- anunciaba lo que estaba por llegar: "¡Ya está aquí el baile de San Vito!". El público enloquecía y el Guerrero comenzaba una sucesión de golpes y acrobacias que terminaba con el rival en la lona en apenas unos segundos. La estrategia nunca fallaba.

James Hellwig era un rebelde también fuera de los escenarios. Nunca tuvo una relación fluida con compañeros ni promotores del wrestling. Se le acusaba de individualista. Su carácter no le ayudó cuando se apagaron los ecos de su estallido mediático. "El mundo estaría muerto si todos fueran homosexuales", llegó a declarar en una entrevista. Sacado de plano se dedicó a dar charlas sobre deporte y participó en competiciones con menos lustre. Una lenta caída hacia la nada, sin haberse logrado distanciar nunca de las acusaciones del uso de esteroides.

La muerte de Hellwig vuelve a destapar un negocio con demasiados puntos oscuros. La preparación de los luchadores es la más evidente. Desde que el espectáculo echó a andar en los años 80 las muertes de los deportistas han sido una constante. Clásicos del ring como el Poli Loco, el Cariñoso y Yokozuna fallecieron jóvenes. Otro luchador de prestigio, Terremoto Earthquake, murió de cáncer. Mayor fue el impacto de la muerte de Owen Hart: falleció en pleno combate cuando el cable que le transportaba al cuadrilátero falló y cayó desde una altura de 25 metros. O el de Chris Benoit, que en 2007 asesinó a su familia para después quitarse la vida, todo bajo los efectos de los esteroides.

Aquella tragedia fue un golpe que hizo al wrestling cambiar su filosofía. La WWE, la competición más popular, tiene una severa política antidroga y un programa para rehabilitar a los luchadores adictos; el último en recibir el tratamiento ha sido Jake Roberts, "La Serpiente", otro mito de los 90.

La última aparición pública de James Hellwig llegó apenas un par de días antes de su muerte y las pronunció en el ring, su hábitat natural. "El corazón, un día, golpe a golpe, llega a su fin. Los pulmones suspiran por última vez. Y si lo que el hombre hizo en su vida hace que el pulso de los demás se paralice, entonces su esencia y su espíritu serán inmortalizados por los contadores de historias, por la lealtad, por la memoria de los que le honran", apostilló como improvisado epitafio. En la tarde del pasado martes, el Último Guerrero se desplomaba a la salida del hotel Gainy Suites de Scottsdale (Arizona), sin que hayan trascendido las causas de su muerte.