Pepín Salazar (León, 1940) es un grande de la guitarra flamenca que se descubrió en Asturias, donde vive, pero recorrió Europa entera y Japón con su arte. Su nombre está en carteles con Pilar López, Antonio Gades, Paco de Lucía, Camarón de la Isla o Enrique Morente... Su leyenda no se apagó ni en los 35 años que dedicó al ministerio evangélico, abandonando su instrumento. Es un padre de la Iglesia Evangélica de Asturias que ha dejado la primera línea y hace cuatro años que empezó a regresar a los escenarios. Tiene 5 hijos y tres nietos. Acaba de grabar un disco que promueve José María Menéndez, «De Norte a Sur», con su hija Aurori, cantante, en el estudio de Fernando Menéndez.

-Salió a Madrid con su hermano Diego, para ser contratado por el ballet de Pilar López.

En su casa de la calle Goded, número 42, 3.º, me recibió el marido, Tomás Ríos, director del ballet. Ella salía en ese momento, se presentó y me dio un beso. Tenía 55 años. Era muy estricta. La compañía éramos 20 entre bailaores y guitarristas. Primer bailarín, Antonio Gades; segundo guitarrista, yo. Partíamos para Roma al día siguiente, en tren. Era la primera vez que salía de casa. Actuamos en el teatro de la Ópera, donde estaban haciendo «La vida breve», de Manuel de Falla, cantada por Giuseppe di Stefano y Mario del Monaco, los más grandes entonces. Luego hicimos una «tournée» de tres meses por toda Italia.

-¿Qué tal el otro guitarrista?

Bien. Me hacía trampas. Al tocar por rumbas había que ponerse de pie. Él hacía como que afinaba la guitarra y yo tocaba de pie, que es muy cansado.

-¡Solo en Italia! Con 20 años.

Pasé mucha pena. Quería estar con mi familia.

-¡Reconocido como artista!

Antonio Gades se volvió loco cuando me oyó. Un bailaor italiano, Elvezio Brancaleoni, «El Camborio», cuando me vio en el tren sin conocer a nadie me acogió. Era cinco años mayor, pero viajado, dicharachero, bailarín de la Scala de Milán. Me dio su corazón. Dormíamos en la misma habitación, desayunábamos, comíamos, ensayábamos juntos. Me decía: «¿Qué te pasa, que te levantas por las noches llamando a tu madre?». Mi madre me quiso más que a ningún hijo y yo estaba muy enmadrado. Tenía que escribir una postal diaria para que supieran que no me había pasado nada.

-¿José «el Camborio» le enseñó otra vida?

Sí, con amigos, a buen nivel. De beber, nada. Fumar, sí, lo dejé hace 40 años. Nos invitaban a comer, nos regalaban corbatas? Ligábamos con admiradoras, pero mi corazón estaba en Oviedo y cuando regresé no quería viajar más. Los Cores, el catedrático de Medicina Ventura Losa -que tocaba la guitarra, cantaba y bailaba, era persona de la gracia-, el pintor Juanín Quirós, los Uría me animaban a salir. También «Los Tres Luises de Oro», Riera, Pérez Herrero y Luis Estrada, el médico del estómago. Me reunía en su casa, porque la mujer de Riera, Chechu, cantaba maravillosamente rancheras y tangos.

-Salió otra gira.

De primer guitarra. A Madrid. Mis padres no querían. Vino conmigo mi hermana Aurora, para cuidarme, y no me dejaba ligar para que no me pervirtiera. Cosas de mi madre, que era la jefa. La gente empezó a conocerme porque Pilar López me pagaba nómina, hubiera actuación o no. Como yo conocía todos los palos, me encontraba trabajo en tablaos. Ahí conocí a Carmen Linares, a José Mercé, a Enrique Morente, el maestro, y a muchos más. Esto era 1964 o 1965. Morente y yo ganamos el premio «La taranta de guitarra y cante». Éramos muy jóvenes. Nos veíamos en el café Carretas, en la plaza de Jacinto Benavente. Él estaba muy relacionado y me presentó a mucha gente. Se documentaba con artistas mayores muy buena, que ya no suenan, Pepe el de la Matrona, Bernardo el de los Lobitos, Fosforito, el viejo, con los que aprendí a acompañar muy bien.

-Pronto salió de los tablaos.

Antonio Gades me llevó por toda Europa, año y medio, de primera guitarra. Tenía buen corazón. Cuando había risa, nos reíamos, pero cuando había que ensayar, ni una mosca se movía. Cuando conocí a La Singla, una bailaora, pude llevar a la familia conmigo. Estuve tres años con el Festival flamenco gitano La Singla, con Paco de Lucía, Camarón de la Isla -con 18 años-, El Lebrijano, Paco Cepero, un gran bailaor, El Güito. Éramos quince. Yo tenía piso en Madrid, calle Antonio Leiva, 16, 5.º A. Teníamos portero físico y pagaba mil duros de comunidad.

-¿A quién llevó de la familia?

A Aurora, a mis padres y a Juan, mi hermano pequeño. Aurora vivió para cuidarnos. Es un ángel del cielo, siento pasión por ella, es adorable. Ahora vive con mi hijo Israel, el mayor, y con Juan, mi hermano.

-¿Cómo era La Singla?

Un poco sorda, y se guiaba por el movimiento de mi mano y por las palmas. El guitarrista tiene que seguir a la bailaora y estar con 40 ojos. Le cogí el tranquillo, me hice tres «tournées» por Europa con ella y me llevé un dineral, con el que pagué la mitad del piso. Era muy pura bailando. Iba el padre con ella y no me la dejó ni un instante. En esa época me espabilé. Había muy buen ambiente y había que defenderse a mucha altura. Por Alemania e Inglaterra las admiradoras tenían un cariño especial a los gitanos. Tenía 28 años. Esas «tournées» las hice solo.

-¿Había tenido novias?

En ese sentido no me podía quejar, pero en casa no éramos de casarnos jóvenes. Mi padre nos decía que el que se casa tiene que saber mantener una mujer.

-¿Qué tal con Paco de Lucía?

Entonces ya le teníamos como un dios. Cuando le oí por primera vez se me cayeron los pantalones.

-Luego vino la compañía de Sara Lezana.

Me llevó a Japón, tres meses. Recorrimos el archipiélago entero. En 1970 tenían trenes que circulaban a 300 por hora. El flamenco es una religión para ellos. A la vuelta de Japón me casé. También empezó mi nueva vida espiritual.

-¿Hasta entonces era religioso?

En casa éramos católicos, apostólicos y romanos. Fui a Japón pensando como evangelista. El Evangelio de Jesucristo -no de ningún hombre- vino a España alrededor de 1965 por medio de cuatro gitanos, héroes de la fe, que habían estado en la vendimia en Francia. Uno tiró para Levante, otro para Andalucía, otro al norte y otro a Aragón.

-¿Cómo le llega a usted?

Por Chiqui, hijo del hermano Emiliano, el que vino al norte. Nos conocíamos de pequeños de León. Estando con el ballet de Antonio Gades en Barcelona, Aurora y yo nos enteramos de que Chiqui, que tenía un hermano casado con una bailaora, estaba cerca. Sabía que había entregado su alma a Dios, su vida al Evangelio de Jesucristo. Reencontrarnos nos dio gran alegría. Me habló del Evangelio de Jesucristo, me dijo que teníamos un alma que salvar, que Jesús vino a salvar al mundo...

-¿No se lo habían dicho antes?

No. Me dijeron que los buenos iban al Cielo y los malos al Infierno, pero del alma nunca me hablaron. Aprendí el Catecismo, hice la primera comunión en León con 10 añines. Tuve una mala experiencia con un cura a los 16 años. Chiqui me habló de un Dios tan sencillo, amoroso, que se compadece del débil, que pone fuerzas donde no hay ninguna, y era el Dios que estaba esperando. Me evangelizó. Fui a Japón con el alma salvada, porque el hombre no salva, eso es muy importante, salva Jesucristo. En Japón se convirtieron Sara Lezana y su novio, allí oí el llamado de servir y a la vuelta regresé a Asturias y dejé la guitarra. Reconocido por la dirección, prediqué a todos los gitanos de Asturias. Estudié la Biblia, me dediqué al ministerio y pasé 35 años en primera línea. Soy un padre de la obra de Asturias. Hay veintitantas iglesias, somos más de 2.500 y he dejado paso a los jóvenes.

-¿Cómo siente que le ha tratado la vida?

Muy bien. En la humana he sido querido, admirado, respetado y valorado por todas mis amistades. Estuve en el ballet flamenco más grande del mundo que colmaba todas mis aspiraciones. Tengo unos hijos muy buenos y damos la vida unos por otros. Conocí el Evangelio y con él la verdadera vida y la felicidad, porque, lo dice Pablo, para mí el vivir es Cristo, y el morir, ganancia.