Serie "Asturianos": Cangas del Narcea

Escena final en el país de los coches color antracita

«El carbón generó tal adicción que nadie pensó en diversificar»

ASTURIANOS EN CANGAS DEL NARCEA: Benito Sierra

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Benito Sierra, cineasta. El cangués Benito Sierra González, director de fotografía, productor, montador y director, nació en marzo de 1976 en una familia minera. Acumula una larga carrera en el sector audiovisual –ahora participa en un rodaje en las Hurdes que sigue las huellas de Buñuel en la comarca extremeña, donde rodó su documental «Tierra sin pan»– y su primer largometraje documental se estrenó con mucho éxito de asistencia en el teatro Toreno de la villa canguesa. Se titula «Huellas mineras» y rastrea qué quedó de la minería que hizo de Cangas El Dorado del Suroccidente

«Soy Benito Sierra, productor audiovisual y soy el autor del documental ‘Huellas mineras’, que va sobre el patrimonio industrial minero que queda en Cangas del Narcea. Estoy preparando otro, con testimonios de los trabajadores de la primera época de la minería canguesa, que se titulará ‘Memoria de los nuestros’. Son personas que casi desde críos, a mediados de los cincuenta, venían de trabajar en las vides y en la ganadería, e iban a buscarse la vida a la mina».

–¿Y qué rastreaba en «Huellas mineras»?

–Ver lo que queda de la minería canguesa y también buscar las raíces de mi familia, que fue minera. Realmente ahora no queda casi nada. La minería dejó muy buen sabor de boca en el sentido de que los que comenzaron a trabajar en ella venían de la ganadería o de las viñas y allí ganaban muy poco o nada. Y muchos vieron en la mina una oportunidad de vida, aunque en los comienzos de la actividad trabajasen en muy malas condiciones. Pero la mayoría ganaban muy buenos sueldos y gracias a eso hicieron nuevas casas. Hasta los que perdieron a seres queridos, incluso hijos, en la mina dicen que volverían a trabajar en la mina. Sin embargo, también pasa una cosa: en Cangas, a pesar de que hubo tanta minería, apenas quedan restos de la cultura minera. Salvo la fiesta de Santa Bárbara o el monumento a los mineros (Plaza del Ayuntamiento) no ves nada que te recuerde a la mina. No ves, por ejemplo, un bar con iconografía minera. En Villablino, sí. Tú vas a una boda a Villablino y sí ponen el cuadro minero con la pala, con el pico y con la lámpara. En Cangas, no. No sabría decirte por qué es. Tampoco apenas quedan restos materiales. Mucha de la infraestructura se vendió para chatarra y no se puede considerar que se haya restaurado nada.

–¿Qué vinculación tiene usted con la minería?

–Mi padre y mi abuelo fueron mineros. El primer recuerdo que tengo del movimiento que generaba la mina era del bar de mi abuela María Luisa, en Las Mestas que ahora lo lleva mi tío. Mi abuela se levantaba a las cinco o las seis de la mañana para poner la copa de anís a los mineros que entraban al turno de la mañana. Mi padre empezó en Uribe, fue su primera mina. Luego pasó a Minarsa y lo dejó en 1976, cuando yo nací. Luego fue a García Montés y ahí pasó de ganar 17.000 a cobrar 70.000 pesetas, fíjate qué diferencia. Entonces fue cuando hizo la casa en la que vivimos».

«En Cangas entonces había mucho dinero. La expansión de la minería fue de los años 80 a los 90. Yo tenía como unos quince años. Ahí se generó mucho ocio nocturno. En Cangas se vendían coches que en Oviedo no se vendían: los Lancia Delta y los Toyota Celica. Aquí se vendían porque cualquier chavalete que empezaba en la mina pedía el préstamo y se lo podía permitir».

«La mina daba mucho trabajo. Tanto para los que valían para mucho como para los que no tenían tanta idea ni capacidad. Unos iban a un sitio y otros a otro, pero siempre había trabajo para todos. Para el que se dedicaba a limpiar o a ordenar y para el más habilidoso que iba a barrenista o picador. También dependía de lo que valorase cada uno la salud. A mi padre lo metían para adentro pero nunca quiso por el tema de la salud y la peligrosidad. Y aún así, aunque estuvo en mantenimiento, perdió un dedo arreglando un basculante».

«A mi padre nunca le gustó marchar de Cangas, porque tenía la casa aquí y era grande y él estaba muy apegado a esto, pero cuando comenzaron las prejubilaciones muchos empezaron a irse del concejo. A lo mejor era gente que había venido de fuera o que tenía menos raíces aquí. La mayoría marcharon para Oviedo o Gijón. Fue un momento en el que Cangas quedó deshabitado directamente. No hay mucha gente de mi generación en Cangas, que aún somos los del ‘baby boom’, todos están trabajando fuera. Y ya no fuera de Cangas del Narcea, ya directamente fuera de Asturias».

«En Cangas pasó lo que en muchas zonas mineras. El carbón, como los monocultivos de cualquier cosa, genera tal adicción que no se desarrolla otra cosa. Todas las industrias estaban relacionadas con el carbón. Ni desde los propios paisanos ni desde las autoridades se pensaba en diversificar. Entonces, una vez que la minería se acabó, con los fondos europeos se quiso atajar eso, pero en general no funcionó. No hubo nada que sujetara. Se pusieron muchas casas rurales que eran de gente que las utilizaba luego para vivir en ellas. Las mantuvieron equis años para el negocio, que no les importaba que viniera gente o no, cumplían con los cinco años que tuvieran que tener abiertas y luego se quedaron con la casa. Ahorraron un dinero».

«No se llegó a construir un tejido industrial alternativo. En Cangas, directamente, el tejido industrial desapareció. Hoy está Talleres Jaime que tendrá sus contratos con la Fábrica de Armas, vinculado al sector de Defensa; está la gente que trabaja en el hospital y los maestros, que cada van y vienen más al trabajo, aunque ahora con el tema del precio de la gasolina hay gente de fuera que se está quedando. Luego están los supermercados, la panaderías, etcétera, que tienen que existir. Y ese es el tejido que tenemos. Gracias a Dios quedaron las prejubilaciones, una forma en la que hoy en día se sostiene la economía y las familias de nuestra zona. Si no llega a ser por ello, Cangas realmente no tendría ningún soporte».

«Si de aquella, en los años 90 o los años 80, cuando la minería generaba tanto dinero en Cangas del Narcea, hubiéramos luchado por conseguir una conexión con Ponferrada hubiéramos mejorado mucho. Ahora no tenemos buena conexión con Ponferrada ni con Oviedo. Yo ando mucho por ahí que toda la vida, ya marché con diecisiete años a estudiar fuera, y las carreteras aquí son un cacao. Son malas, son peligrosas. Yo tuve dos accidentes, se me escapó el coche con agua, aquí donde el embalse (de Calabazos). Gracias a Dios que pegué contra la pared y nada más. Si no, no lo cuento. Mucha gente perdió la vida en el embalse, en las carreteras por ahí. Mientras, la autovía quedó estancada en Cornellana y, en ese sentido, sí que estamos como olvidados».

«Para cualquiera que tenga una empresa las comunicaciones son un peñazo. Cuando voy a Oviedo a grabar no sólo es el gasto de gasolina, es hora y cuarto de viaje y el peligro que supone andar por la carretera. Estamos abandonados. Porque realmente hay tan poca población que, al final, los políticos no miran para las pequeñas poblaciones».

«Mira, estoy en la asociación Tous pa Tous y hace poco inauguramos una exposición sobre José Francisco Uría y Riego (político cangués de Santa Eulalia, director general de obras públicas en el siglo XIX, en el gobierno de O’Donnell; a él están dedicadas las calles Uría de Oviedo y Gijón), que luchó para conseguir una carretera que nos uniera con la Meseta. Si no llega a ser por eso Cangas del Narcea hubiera sido, pues no sé, algo como Grandas de Salime, que están súper desconectados. O seríamos un Ibias».