Honorino fue mineru un verano, luego comisario de Policía y ahora ye aldeanín

"Ahora soy feliz en La Llonga, donde rehabilité la casa de mis abuelos"

ASTURIANOS EN SAN MARTÍN DEL REY AURELIO: Honorino Laviana

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Honorino Laviana, comisario de la Policía Nacional retirado. Nació en El Entrego, en 1955. Lleva tres años jubilado de la Policía Nacional, donde ocupó distintos puestos y destinos en Pamplona, Lérida, Oviedo y las Cuencas. Fue jefe de grupo y de sección de grupos de homicidios y de delincuencia organizada. En 2009 fue nombrado comisario de Mieres y, entre 2011 y 2020, de Langreo y San Martín del Rey Aurelio. Entre los muchos casos que investigó, está el crimen de la «casa de los horrores» de Vallobín, en Oviedo, en 2009.

"Soy nacido y criado en El Entrego y va a hacer ya tres años que estoy jubilado. Aunque viví en Oviedo desde 1980, por familia estoy muy vinculáu al valle de la Hueria Carrocera, donde recuperé una casina que ya era de mis abuelos y que heredé de mi padre. Es arriba del todo, en un pueblu que se llama La Llonga, en el valle de Los Artos. Y ahí estamos la mujer y yo desde el año pasado, haciendo vida de aldeanín total, que es a lo que me dedico ahora. Estoy apegado a esa tierrina. Y como los caminos se están cerrando, pues vas con la foz por ahí abriendo camín y quitando maleza. Y vas a mores y a castañes. Para encontrar un poco la paz, volver a tus ancestros y no dejar que se pierda tampoco un poco de patrimonio, una casina. Tampoco hay mucha más literatura detrás. Desde esi pueblu ves hasta la sierra del Aramo, ves todo el valle a tus pies. Creo que acabaré empadronándome en San Martín. Lo que me queda de vida, quiero vivirlo aquí. Aquí tengo todo lo que necesito, no necesito mucho más, ¿sabes?".

"En mi familia son mineros por les dos víes, por parte de padre y de madre. Mi abuelo paterno era un personaje; un mineru bastante especial. Fue el vigilante primeru en la mina La Encarná, que desapareció en los años 60, me parece que fue. Mi abuelo materno fue uno de los dos supervivientes en la gran explosión de grisú en el Pozo María Luisa de la que habla la canción. Y mi primo Sabino Crespo de Bedavo, en El entrego, un gran minero y muy buena persona, muy admirado por mí, falleció en el pozo Soton en un desgraciado accidente. Aquel día le relevaba en el tayu mi vecino en La Llonga, Rufino".

"Igual viste por ahí que cuando me hicieron comisario jefe de Langreo y de Mieres, el delegado del Gobierno al hablar de mi currículum contó que yo había sido mineru en el Pozo Venturo. Eso fue una aventura mía antes de sacar la oposición a la Policía. Tenía mucho interés en saber cómo era la mina por dentro. Año 73, recién cumplidos 18 años, decido saber de qué va eso. Pido modo y a los 15 días ya estaba haciendo las pruebas de ayudante mineru. Luego aprobé la oposición y no volví. Así que fue un verano nada más. Tampoco voy a contar ninguna historia porque ya sabes lo que pasa. Algún día bromeaba alguno del SOMA diciendo: ‘Mira, Honorino, trabayó 20 minutos en la mina’. Bueno, fueron 20 minutos voluntarios. No deja de ser una anécdota curiosa, nada más”.

"Franco muere cuando yo estoy en la escuela de la Policía. Vivo toda la Transición dentro de la Policía. La transformación fue total. Hace poco, en una comida con amigos, para explicar cómo había sido el cambio les contaba que en 1975 había una ley de peligrosidad y rehabilitación social donde ser gay no era un delito en sí mismo, pero sí podías aplicar medidas, ¿entiendes? Lo mismo que la ley de vagos y maleantes. Había policías en el año 75 que pensaban que ya no íbamos a esclarecer ningún delito porque ahora resultaba que el malo, el delincuente, iba a tener derecho a un abogado. O date cuenta de que, en 1975, las reuniones necesitaban autorización previa y asistía un Delegado Gubernativo".

–Y hablando de manifestaciones, en 2012 a usted, como jefe de la policía en Langreo y San Martín, le tocó la última gran movilización minera.

–Mira, un día me dijeron algo que me valió muchísimo. Un mineru del SOMA, cuando salían de una reunión, me dijo: ‘Norino, tienes muy buena fama entre los mineros’. Y eso me llegó. No porque yo fuera tolerante, entre comillas, o porque yo me saltara mis obligaciones. Eso indicaba que ahí había un respeto. Y en aquellas movilizaciones procuré trabajármelo yo personalmente. No meter a mis policías. Se trataba de investigar, de saber quién estaba corriendo riesgo, intentar que ningún policía saliera lesionado. Y tampoco fastidiar la vida profesional a algún chaval que por ser un poco... Bueno, creo que de todo aquello no debería de hablar. En resumen, creo que la pasamos sin mayores consecuencias. Y creo que dio buen resultado la apuesta del jefe superior, Baldomero Araújo, de ponerme de jefe de la Policía Nacional en el pueblo donde me había criado y donde me conocía todo el mundo.

–¿Y cuánto cambió ese pueblo?

–¿No sabes esos niños del humo de los que habla Aitana Castaño en su libro? Pues yo soy uno de esos niños del humo. Había miles de chimenees echando humo allá donde fueras. Pasaben líneas de ferrocarril que transportaben carbón arriba y abajo. Había tres cines en El Entrego, tres cines. Más los fines de semana, que había en Sotrondio, en Blimea, en Laviana... Había hasta baile en la Hueria Carrocera. Y aquellos chigres…. Ahora, llegues al barrio del Coto, donde me crie, hueles un poco a fumo dices, coño, una chimenea, la única que hay. El cambio es absolutamente radical cuando empiezas a ver pisos, uno y otru y otru, vacíos. Ya no existe la Cuenca que yo viví como hijo del humo. Es cierto que la cantidad de viviendas vacías y barrios un poco deterioraos puede incidir negativamente en la imagen de esta zona. Pero, oye, hay gente de fuera que está comprando aquí. En La Llonga todavía hace un mes se vendió una casina a dos personas de Tarragona, que yo pensé que era imposible que alguien comprara. Una segunda vivienda para el verano, ahí, en una aldeína donde muere la carretera.

–¿La policía tiene más trabajo en les Cuenques?

–Bueno, cuando yo era jefe de la policía, la estadística pura nos decía que no, que la Cuenca no es un lugar poco seguro, en absoluto. Estás hablando con un jubilado de hace tres años, pero la tónica general es ésa. Que, efectivamente, hay un efecto llamada a determinada gente no deseada que se instaló donde hay una vivienda muy barata, eso parece que es un dato objetivo. Tienes una serie de barrios por ahí –no sé si mencionátelos, pero los que tú sabes–, donde la vivienda está tirada y viene siendo ocupada por gente que ye más próxima a la delincuencia. Cuando yo estaba en activo y me entrevistaben, siempre lo decía: al final delinquen los mismos. Pero las cifras de delincuencia en la Cuenca y en Asturias están por debajo de la media nacional».

(A lo largo de tu trayectoria, Honorino Laviana resolvió casos de todo tipo. Hubo crímenes sonados. Fue, por ejemplo, el comisario que investigó el horrible asesinato de Vallobín, en Oviedo, en 2009. Cuatro personas fueron condenadas, entre ellas el hermano de la víctima, una discapacitada que fue descuartizada después de ser torturada y cuya cabeza acabó en la nevera de aquel «piso de los horrores» donde aquellos jóvenes convivían).

–De todos los casos en los que trabajó, ¿se atrevería a seleccionar uno?

–Hay uno que... Mira tú que cosa más tonta. Uno de los casos de los que más orgullosu me siento y que siempre lo citaba cuando daba clases a los policías sobre la importancia de saber escuchar al interrogar, es el caso dos chicos jóvenes que aparecían acusados por la Policía Local de un incendio intencionado en la base del Naranco, en el barrio de Las Campas, en Oviedo. Fueron detenidos y me los presentan como posibles autores. Llevaban una pastilla incendiaria, eran los acusados por un testimonio directo… Quiero decir que, prácticamente, se les daba como autores y a mí me encargan que les haga confesar el resto de incendios que había habido en la zona. Así que hablo con los chavales y ellos, junto con otras pruebas que encuentro, me convencen de que no son los autores. Me dicen que habían ido allí a fumar un porro y que la pastilla era para encender una pipa. Había dos testigos. Una señora que tenía prejuicios con la gente joven y que dice que fueron ellos, y otro señor mayor, que también estaba allí cuando los detienen. Cuando le preguntan al señor, él dice: ‘Coño, yo nun ví nada’. Dijo eso ante la Policía Local y ante un inspector mío. Pero volví a hablar con aquel paisano: ‘¿Entós, qué fue lo que vio? Cuéntemelo desde el principio’. Y entonces el señor cuenta que, efectivamente, estaba allí, que le había dicho a la otra señora que aquello había quemado el día anterior y que tenía pinta de reavivarse el fuego de forma espontánea. Y añade que él no había visto que los chavales hubieran hecho ná. Por eso decía: ‘Yo nun vi ná’. Gracias a la declaración de aquel paisano pude poner en libertad, sin cargos a los dos chicos, demostrando su inocencia».

"En un interrogatorio hay que saber escuchar, saber ponerte a la altura de la persona que tienes delante. Olvidarnos de las películas que ves en televisión, el poli bueno y el poli malo. Y sobre todo utilizar un lenguaje cercano. Si tú vas a un paisano de 80 años, uniformado y con la sirena puesta, y empiezas a preguntar, el paisano se va a acojonar, pero si tú preguntes: ¿pero entonces, cuéntame, qué hacíes por allí, hombre; aquello taba quemando o qué yera lo que pasaba? Pues el paisano se te abre y te cuenta lo que vio. Que, en realidad, lo había visto todo".