Gijón, J. MORÁN

Al narrar esta segunda parte de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, el padre Ángel (Mieres, 1937) saca en su domicilio madrileño una caja blanca. Contiene el anillo y la cruz pectoral de un obispo, Gabino Díaz Merchán, y el solideo -casquete de seda que cubre la coronilla- de un Papa, Juan Pablo II. Son las «joyas» de Mensajeros de la Paz, la asociación de atención a niños y adolescentes a la que el sacerdote asturiano ha dedicado su agitada vida.

l Con gitanillos en las bodas. «Salto a Madrid a comienzos de los años setenta por los incidentes del poblado gitano de Las Segadas. Yo tenía chivatazos de que la Guardia Civil y algunos políticos iban a por mí y ya no podía vivir en Asturias, porque estaba continuamente con tinglados. "Pues nos vamos a Madrid". Por otra parte, ya había venido Tarancón a Toledo, y luego pasó a Madrid. Además, en la capital era donde estaban los ministros, y aunque eran los tiempos de Franco, aquí podía sacar mucho más dinero para los hogares de niños. Como vinimos en moto, fuimos fundando casas por el camino, en León, en Valladolid, en Ávila, en Salamanca, que todavía funcionan. En cada casa, diez o doce niños, sacados de reformatorios, de hospicios, abandonados. Cuando teníamos apuros, pedíamos. "Oye, danos la fruta". Y la gente creyó en nosotros y nadie se resistía. Me invitaban a un bautizo o una boda y yo iba con diez o doce chavales, muchos de ellos gitanos, y los sentaba en el banquete, y eso a los anfitriones les encantaba. Hoy te echarían, pero entonces funcionaba. Tuvimos mucha ayuda, de muchas personas, y, por otra parte, éramos unos inconscientes, unos locos. Hoy, si me enviara Zapatero 5.000 euros, no sé si me atrevería a devolverlos, como hice con las 3.000 pesetas de Franco».

l Bellotas y castañas para los niños. «En otra ocasión, estuve en Granada, en un reformatorio, y allí vi que los niños comían bellotas. Cogí las bellotas, las metí en el bolso y me volví para Madrid. Al llegar, pedí una entrevista al director general de Menores y tardaba en dármela. Entonces, cogí las bellotas y se las mandé al Rey, a Adolfo Suárez y al ministro de Justicia, Landelino Lavilla. "Éstas, para que las coman vuestros hijos". Se rieron en el Consejo de Ministros, pero me costó un disgusto. Todas estas aventuras son muy fáciles de contar ahora, pero en aquellos momentos les mandabas eso y les hacías un feo, y además lo publicitaba y lo contaba en la radio o en la tele, y eso les hacía mucho daño. Aquello de las bellotas me lo guardó el presidente del Consejo de Menores y tuve que dejar de ser presidente de la asociación y poner a otra persona, porque, si no, no nos daban las subvenciones. La valentía y la fanfarronada fue muy buena, pero la pagué. Y además me llamó después el director de Menores y me dijo: "Me has traicionado. ¿Tú eres amigo mío?". Después fue director general de Prisiones, porque lo de las bellotas le costó el puesto. Yo le dije en aquella ocasión: "No hay derecho que los niños coman bellotas, como los cerdos". Y me dolió en el fondo del alma lo que me dijo: "Tú eres asturiano y vosotros coméis castañas, que también se les echan a los cerdos". Eso me dolió más que si me hubiera dicho cualquier otra cosa. Quise escurrirme: "Sí, pero las comemos con leche..."».

l La inocencia por delante. «He sido incómodo casi siempre. Vivir o estar conmigo es incómodo, porque a veces dices cosas que no gustan. Pero dejan de ser políticos o son obispos eméritos y te quieren porque saben que nunca hice eso por hacer daño, sino por defender a unos chavales y sus derechos. Por eso pienso que la inocencia iba mucho mejor; eso que dicen de la experiencia no vale para nada. A veces me vienen personas que quieren hacer una asociación o una fundación para atender chavales y empiezas a aconsejarle de que si cuidado con los estatutos y con esto y con lo de más allá. A mí me hubieran dado esos consejos y no lo hubiera hecho en la vida».

l Un obispo que me entienda. «Cuando me vine a Madrid, seguí incardinado como sacerdote en Oviedo, a pesar de que el cardenal Rouco ha querido que me incardine en Madrid. "De eso nada, yo quiero tener un obispo que me entienda y que me defienda". Y don Gabino me tuvo que defender de muchos problemas y de muchas chorradas. A veces, haces declaraciones y te preguntan por los preservativos o por los gays, y digo lo que creo que debo decir, que yo he nacido para bendecir no para condenar».

l El anillo y el pectoral siempre vuelven. Además, don Gabino ha sido un hombre al que yo he tenido que tener casi en silencio mucho tiempo, cuando me ayudaba muchísimo. Conservo todavía algo que puede ser una foto que no ha salido nunca. En una ocasión lo estábamos pasando muy mal y fui a ver a don Gabino, hacia 1970. Tarancón ya nos había ayudado mucho, con el dinero de sus libros, por ejemplo, y don Gabino cogió el anillo y la cruz pectoral y me los dio, para que los vendiera y sacara dinero. Pero con una condición: que no dijera que eran suyos. Los guardé durante tiempo y un día los saqué a subasta en un programa de televisión, por Navidades. Estaban pujando unas cuantas personas y yo las pasé canutas y me asusté cuando se me ocurrió pensar. "A ver si ahora puja Rappel, el adivino, lo compra y se pone ese pectoral, y me mata don Gabino". Entonces hablé con los miembros de una asociación de matrimonios. "Por favor, pujad vosotros, no vaya a suceder esto". Intervinieron en la subasta y los adquirieron, y después vinieron y me devolvieron el pectoral y el anillo. Y como me salió bien esa jugada, los subasté o los rifé tres o cuatro veces. Pero siempre vuelven, aquí están».

l Vender las joyas de la Catedral. «Don Gabino me llamó después la atención: "Eso te lo di, pero no para que hicieras publicidad de ello". Claro, que un obispo en aquellos años hiciera aquel gesto era un testimonio precioso. Y hoy los obispos no hacen esas cosas. Cuando me preguntan alguna vez si yo quiero ser obispo, digo que "ahora mismo". ¿Para qué? Para vender las joyas de la Catedral y darles el dinero a los pobres. La actitud de don Gabino frente al gobernador Mateu de Ros, o en contra de los poderes políticos, cuando se encierran en la Catedral y les lleva café y mantas a los huelguistas... fueron gestos preciosos».

l El solideo de la Santina. «Aquella donación del anillo y el pectoral me dio pie tiempo después a pedir a la Reina y al Papa sus objetos o vestimentas, para poder subastarlos. La Reina Sofía nos quiere mucho y me escribió una carta muy cariñosa en la que decía que había muchos objetos que eran regalos de otras personas y no podía deshacerse de ellos. Años después, cuando le pedí lo mismo a Juan Pablo II, me contestó que fuera por allí. Entramos con él a su habitación y en esta caja blanca metió el solideo y bolígrafos y llaveros. Y aquí están estas joyas, en esta caja blanca. El Papa no solía dar el solideo a nadie, y éste ha tocado y ha sudado la cabeza de Juan Pablo II. El solideo lo llevamos a Covadonga cuando me dieron el Premio Mundial de la Paz, y vino el cardenal Javierre, de Roma. Celebró la misa y yo llevaba a las cinco presidentas de honor de Mensajeros de la Paz, entre ellas Ana Botella, del PP, o Ana Rodríguez Mosquera, del PSOE. Les di a ellas el solideo para que se lo entregasen a la Santina, pero como allí no había nadie que lo vigilase, lo volvimos a coger y aquí está, pero el solideo es de la Santina».