Hace 25 años, casi 26, un 5 de julio cogí los bártulos, respiré a fondo y di el salto. Del sur de Europa al norte de África, del Cantábrico al Mediterráneo, del orbayu a la solanera, de soltera a recién casada; iba a cumplir 28 años y parece que fue ayer.

Fue una ruptura bastante radical con respecto a mi vida anterior, así que intenté adaptarme lo antes posible a la nueva. Aunque parezca banal, al principio lo más duro fue lo que yo llamo «choque térmico», esos 35º o 40º húmedos y la sensación de que se te van a derretir hasta las ideas, pero a todo se hace el cuerpo.

En cuanto a la integración, no me resultó difícil, yo venía motivada y el entorno familiar y social de mi marido hizo el resto. He de decir que aquí la gente es muy amable y hospitalaria, aunque con un punto de curiosidad por los asuntos ajenos que al principio puede molestar, pero luego te das cuenta de que ese interés es su manera de demostrar que te aprecian, que eres de los suyos; también son alegres, generosos y, como ha quedado patente durante los últimos acontecimientos en la frontera con Libia, extraordinariamente solidarios; algún que otro defectillo también tienen, como cualquier hijo de vecino, el que a mí personalmente más me choca es lo indisciplinados que son conduciendo; en Túnez, al volante, mejor tener diez pares de ojos, nervios de acero y a San Cristóbal de tu parte.

A las tres semanas de mi llegada, después de mucho sol, playa y hacer pinitos con la cocina local, me salió un trabajo inesperado, un cambio más, de profesora a administrativa, primero en la delegación de la compañía aérea española y más tarde en el centro cultural de la Embajada. Gracias al trabajo he podido mantener un contacto muy estrecho con España y he vuelto a la tierrina en numerosas ocasiones; modificando un poco el refrán diré que eres de donde naces y de donde «paces», no voy a olvidar nunca mis orígenes pero también amo esta tierra que ha visto nacer a mis hijos; sumar siempre me ha gustado más que restar, en varias lenguas se pueden contar más cosas y de manera distinta, las diferencias culturales te vuelven más tolerante.

En mi entorno laboral soy la única y más langreana de todos los asturianos, que tampoco hay, y aún sin proponérmelo voy haciendo patria, con el habla sin ir más lejos, valga como ejemplo la anécdota siguiente. En una ocasión llegué a trabajar un poco tarde porque el autobús había tenido una avería y cuando comenté que había tenido que posarme bastante lejos de la parada habitual, mi compañera de despacho, madrileña ella, soltó una carcajada y me dijo : «Elena, hija, se posan las moscas y los pájaros, las personas se bajan», y yo, ni corta ni perezosa, «pues eso será en Madrid, guapina, en Asturias también la gente se posa»; nos reímos mucho, claro, y a partir de entonces se han ido enterando de que Lada no es sólo una marca de coches y de que en Langreo nacieron un vecino mío campeón mundial de cálculo mental y un «guajemaravilla» campeón del mundo de fútbol, sólo por poner dos casos y paro de contar.

El verano pasado, tomando una sidrina con mi primo Marce en Sama, me habló de la Asociación Langreanos en el Mundo y me animó a inscribirme. Desde entonces he ido entrando en contacto con algunos de sus miembros y entablando amistad a pesar de la distancia geográfica gracias sobre todo a internet. Durante los intensos acontecimientos vividos recientemente en Túnez, nunca me faltaron sus mensajes solidarios de ánimo, sus palabras de aliento y su simpatía impagables. Por todo ello os estoy muy agradecida, queridos paisanos desperdigados por los cinco continentes, desde este país que supo acogerme con los brazos abiertos y ahora trabaja por un futuro libre y mejor os mando un fuerte abrazo. Soy de Langreo, mira que?