El 5 de enero de 1744 nació en Gijón un niño, hijo del matrimonio formado por Francisco Gregorio Jove Llanos y Carreño y Francisca Apolinaria Jove Ramírez. Le fueron impuestos los nombres de Baltasar, Melchor, Gaspar y María, pero el que prevaleció fue el de Gaspar, con el que firmaba y fue conocido en su época. El tiempo demostraría que ese hijo había sido un auténtico regalo de Reyes. Su padre, Francisco Gregorio, era regidor y alférez mayor de la villa y concejo de Gijón, además de hombre de talento e instrucción en las humanidades y buenas letras que versificaba con gracia y agudeza.

Su hijo Gaspar cuenta que «tenía tal ingenio para decir de repente, que era siempre la delicia y la admiración de todas las concurrencias». Su madre, Francisca Apolinaria, pertenecía también a la más rancia nobleza gijonesa y asturiana, pues era hija de Carlos Miguel Jove Ramírez, marqués de San Esteban del Puerto, y de Francisca María de Miranda Ponce de León, hija a su vez del marqués de Valdecarzana, uno de los más poderosos linajes del Principado. En realidad, pertenecían ambos esposos a la más antigua y encumbrada nobleza gijonesa y asturiana.

«Mi familia», escribió Gaspar de Jovellanos en unas Memorias familiares redactadas en 1810, «era contada entre las nobles y distinguidas de la villa de Gijón desde los fines del siglo XV». Francisca Apolinaria era «señora de grande hermosura, virtud y dulzura de carácter». Los que conocieron a Gaspar de Jovellanos opinan que heredó de su madre su suavidad de maneras. Pese a sus muchos hijos, parece que Gaspar era el preferido de su madre, según se desprende del siguiente párrafo de una carta escrita por Tomás Menéndez de Jove a Jovellanos: «Su madre de V.S. está muy disgustada siempre que no escribe y quando lo haze... es muy especial la complazencia que tiene y entonces la zumbamos mucho por lo que le distingue de los demás hijos en los cariños».

La larga nobleza de sus padres no era acompañada de similar fortuna, hecho que se vio agravado por la prolija descendencia que tuvieron. Heredero del mayorazgo de los Jovellanos, Francisco Gregorio tuvo que atender a la colocación primero de sus hermanos y, luego, a la de sus propios hijos. Por ello, escribe Gaspar de Jovellanos, su padre «vivió siempre una vida llena de cuidados, precisado a contraer algunas deudas para costear las asistencias que señaló a sus hijos en las carreras a que los destinó». Al hacer testamento en 1775, todavía no había podido pagar a sus hijas las dotes, por lo que encarga a su heredero, Francisco de Paula, que se encargara de ello. Murió Francisco Gregorio el 30 de noviembre de 1779. Francisca Apolinaria lo hizo en 1792.

Gaspar Melchor hizo el número once de los hijos del matrimonio. Le precedieron Francisco de Paula y Petronila, que murieron siendo niños. A continuación, Benita, Juana, un mal parto, Catalina, Juan Bautista, muerto también en la niñez, Miguel, Alonso y Francisco de Paula. Después de Gaspar, aún nacieron Josefa y Gregorio. La temprana muerte de sus hermanos mayores hizo que Gaspar acabara heredando el mayorazgo de su familia, que transmitió al mayor de los hijos de su hermana Benita, Baltasar de Caso Cienfuegos y Jovellanos. Su hermana Benita fue una de las mujeres importantes en su vida. De ella escribió en las citadas Memorias familiares, que lo que la naturaleza agravió «en su figura, que es a la verdad poco recomendable, la favoreció en las dotes de su alma, que son de las más sobresalientes». Al ser la mayor, cuenta su hermano, se encargó muy pronto «del gobierno interior de la casa y el cuidado de sus hermanos pequeños».

Otro de sus hermanos, Miguel, nacido en 1740, tuvo una vida trágica. Cuenta Gaspar de este hermano que se educó con el mayor cuidado, estudiando Humanidades. Cuando contaba 18 años «se apasionó furiosamente de una criada de singular hermosura que había en la casa, a quien llamaban La Encantadora por los muchos apasionados que tenía». Fue un enamoramiento desgraciado, pues sabedor de «que sus amores no podrían tener un buen término se apoderó de él una terrible pasión de ánimo, que al fin le condujo al sepulcro en la flor de los años». Falleció con 18, «de dolencia no conocida por los médicos, y no sin sospecha de que naciera de una pasión amorosa, ni satisfecha ni reprimida». Como era habitual en las familias de la nobleza, el hijo mayor heredaba el mayorazgo, es decir, la casa y todos sus bienes, y el resto de los hijos eran destinados, generalmente, a las armas o a la carrera eclesiástica. La salida de las mujeres era el matrimonio. Alonso y Francisco de Paula sirvieron ambos en la Armada. Alonso murió muy joven, cuando servía en aguas americanas, del vómito negro. Francisco de Paula tuvo que abandonar la Armada para hacerse cargo del mayorazgo y la dirección de la casa.

Especial devoción y cariño sintió Gaspar por su hermana Josefa, que al quedar viuda muy joven optó por ingresar, contra el criterio de su hermano, en el convento que las Agustinas Recoletas tenían en Gijón, muy cerca de la casa familiar de los Jovellanos. Al enviudar, Josefa había pasado algunos años al cargo de la casa familiar en Gijón y, posteriormente, pasó a vivir en Oviedo con su otra hermana Benita, dando ya entonces muestra de un gran espíritu caritativo materializado en diversas obras de gran mérito. Era por entonces su confesor, Lucas Zarzuelo, canónigo de la Iglesia Catedral de Oviedo, hombre «de más celo y virtud que ilustración», según Jovellanos, que la indujo o animó a encaminarse al claustro.

Le hizo desistir de esta idea su hermano, en un primer momento, pero, pasado algún tiempo, ingresó en el convento «súbitamente y con tanto secreto que, aunque avisado en el mismo día», escribe Jovellanos, «procuré estorbarlo por medio de una enérgica carta a su director». Pero cuando la escribía, ya su hermana estaba «cubierta con el velo a pocos pasos de mi casa». Tan decidida fue su resolución que, previamente, había ya distribuido todos sus bienes. Josefa falleció en el convento en 1807, tras una vida ejemplar. «En sus últimos días», escribe Gaspar de Jovellanos en las Memorias familiares, «fue afligida de una agudísima enfermedad, a que pudo dar causa la pena que le causó mi arresto y traslación a Mallorca, porque el amor que nos habíamos profesado había crecido y fortificado con el trato, siendo yo la única persona de quien recibía visitas en el convento y a quien recurría diariamente para ejercitar su ardiente caridad». Su último hermano, Gregorio, fue también marino y murió en un combate naval de la escuadra española contra la inglesa, en 1780.

La casa natal de Gaspar de Jovellanos ocupa el solar en el que se alzaba el alcázar del conde Alfonso Enríquez, el hijo bastardo de Enrique II de Trastámara, heredero del señorío de Gijón y de otros muchos bienes en Asturias, que a la muerte de su padre se rebeló contra su hermanastro Juan I y contra su sobrino Enrique III. Su última revuelta acabó en septiembre de 1395, tras un largo sitio, con la destrucción de Gijón. En 1397, el rey Enrique III donó a Laso García de Jove ese solar en premio a su apoyo durante las luchas con su tío.

Un nieto de este Laso, Juan García de Jove (1460-1525), al que Jovellanos denomina El Fundador, reconstruyó la denominada «torre vieja». Una segunda torre, la «torre nueva» (la situada a la derecha, según se mira a la casa desde la plaza), fue levantada en el segundo cuarto del siglo XVI por Gregorio García de Jove El Viejo (muerto en 1553), quien también construyó el cuerpo central palaciego que une ambas torres, dando a la casa la configuración que mantuvo hasta el siglo XX. Esta casa, solar de la familia, aparece vinculada al mayorazgo fundado el 17 de abril de 1548 por el citado Gregorio García de Jove y su mujer, María González de Bandujo, incluyendo además la plaza que había delante de ella. Tal y como entonces estaba configurada la casa, se mantuvo a lo largo del tiempo, hasta nuestros días, aunque diversas reformas se fueron operando, que afectaron particularmente a la distribución de los espacios interiores y a la disposición y tamaño de las ventanas. El padre de Jovellanos, Francisco Gregorio, tuvo que reformar la mitad de la casa, seguramente para acomodar a tan amplia descendencia. Ya en el siglo XX, se hicieron ampliaciones en la torre vieja para la construcción de una casa.

El Gijón en el que nació Gaspar de Jovellanos era una pequeña villa que tenía por entonces 3.108 habitantes. El puerto era su principal activo y de conseguir medios para la construcción de un nuevo muelle se encargó el padre de Jovellanos, como regidor alférez mayor que era de la villa. Dice al respecto Jovellanos: «Hacia los años de 1748 le comisionó la villa a la corte para solicitar de Su Majestad la construcción del nuevo muelle, y con su eficacia y talento consiguió cuanto pretendía, siéndole deudor aquel puerto y toda la provincia de una obra tan importante a su felicidad».