Oviedo, J. MORÁN

Juan Méjica (Navia, 1956), letrado de la Seguridad Social, escritor y artista plástico, relata en esta segunda entrega de «Memorias» sus estudios de Letras y Derecho.

l Imprimir carácter. «Estudié el Bachillerato en el Instituto Fundación Manuel Suárez, un indiano dedicado al azúcar que dejó una dotación para crear ese centro educativo. En Navia había el Liceo, digamos que para niños ricos, y la Fundación, para los niños pobres, aunque había que pagar algo. La Fundación Manuel Suárez fue para algunos una fundición, en el sentido de que les fundió el espíritu, pero a otros nos templó y digo que fue como lo que se dice de los jesuitas, que imprimen carácter. Me acostumbré a ser un emprendedor: las personas que son videntes, con su esfuerzo, talentos, dones, los que sean, son capaces de dar siempre un paso antes que los demás. La gacela sabe que como no esté despierta al amanecer la come el león. Empecé el Bachillerato con nueve años, prematuro, y el primer mes me fue muy mal. Saqué el número 25; y en el segundo mes, el 26. Y me dice mi padre: "¿Cómo es posible que tú, un número uno en la escuela, seas el 25 o 26, cuando tienes además primos que están mejor que tú?". Era la idea de la comparación, que en mi funcionó muy bien. Siempre he dicho que la envidia es un fenómeno de estabilidad social en España: nos miramos los unos a los otros y que nadie destaque. Además, en España no existe una cultura del emprendedor, del líder, del que no se pone más límites que la muerte. Pero tenemos aquellos asturianos de 14 años que se fueron a América sin saber leer, pero con una enorme ilusión y entusiasmo, lo que yo llamo vivir en estado de flujo. La vida es un flujo permanente. Estoy escribiendo la segunda parte del libro "Españeciendo", un verbo acuñado por mí. "Españeciendo" sin esperanza y sin miedo, que es la mejor forma de vivir. ¿Qué significa? En la película "Bailando con lobos" aquel soldado que no tiene nada que perder, ni la vida siquiera, coge la bandera y pasa por delante de las filas de los enemigos y enardece a los demás. Sin esperanza y miedo».

l Taller de metal. «Después de aquello que me dijo mi padre, el tercer mes, diciembre, tenía el número siete, y al cuarto mes era el número dos, no solamente del curso, sino del Instituto entero. Se entregaba la Margarita, una especie de copa, y existía el cuadro de honor, del que nunca me apeé ya. Hoy se dice que a la gente no hay que incentivarla, pero claro que hay que hacerlo. En aquella sociedad desarrapada de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, ¿qué futuro tenías? Sin embargo, la gente tenía confianza y tenía creencia en que había un mundo mejor. Eso me inspiraba y había que redoblar los esfuerzos, que es redoblar las ganas de vivir. Como decía Cela, el que resiste, gana. Además de hacer el Bachillerato, obtuve un título en Industrias Cárnicas y Ganadería en el mismo Instituto. Teníamos también talleres de madera y de metal, y quién me iba a decir que aquellas sierras con las que serrábamos las piezas iban a ser el anticipo de mis esculturas. Hoy hay talleres que me hacen piezas que pesan toneladas y que incluso los ingenieros o los técnicos del astillero vienen a ver cómo están soldadas y su labor de calderería».

l Amoríos condicionados. «Hice sexto con la reválida y soy de la última generación que hace séptimo y el examen de Preu, en 1973. En el Instituto de Navia solamente aprobamos dos el Preu. ¿Qué sería hoy la universidad si se aplicasen esos baremos de exigencia? Sería totalmente diferente. Llego a la Universidad de Oviedo con 17 años. Mis padres siempre quisieron que fuera universitario. Era una obligación de los padres, por lo menos de aquellos que podían, que sus hijos fueran superiores a ellos. Incluso condicionaban hasta tus amoríos en el sentido de que he tenido que renunciar a relaciones personales. Una gran moza con la que yo bailaba un montón se ahogó un atardecer con 18 años. Se llamaba Marina y se ahogó en mar, además. Pero ese acceso a la Universidad suponía que luego no iba a tener puntos de referencia con mis padres porque el campesino se hace ilustrado y tu sociedad y tus vivencias ya no van a ser las mismas. Sin embargo, seguí ligado al campo hasta los 26 años porque yo estudié Filosofía y Letras y Derecho, pero perdí la beca al comienzo y tuve que trabajar para continuar estudiando».

l Suspenso en Latín. «Con 17 años empecé estudiando Letras porque no sabía muy bien lo que quería. Incluso, qué paradoja, quería estudiar intérprete, pero ese es uno de mis déficits. Cuánto me gustaría saber varios idiomas, como mis hijos. Pero ante todo tenía que estudiar porque sólo tenía o esa opción o la del campo: jornadas interminables desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, hora en la que iba a bañarme al río después de ver cómo a las cinco de la tarde los demás ya se bañaban. Pero eso me dio templanza: saber esperar y a las nueve todo el río era para mí. No me fue bien en primero y segundo de Letras. Quiero decir bien para lo que estaba acostumbrado. Sentí ese cambio a la vida de Oviedo de un aldeano que no sabía lo que era un semáforo. Los amoríos, el mesón del Labrador, los vinos en El Abuelo, etcétera. Te invitaban a otras cosas, como hoy las nuevas tecnologías a los chavales. Y suspendí, concretamente el Latín, porque nunca lo había estudiado. Perdí la beca y tuve que trabajar durante los veranos. Pasé por todos los oficios. He sido campesino, ayudante de molinero, peón albañil, rozador (para meter los cables de la luz por los edificios), descargador de camiones de ladrillos, cemento o alfalfa, con sacos que pesaban 80 kilos, pero con los que obtuve vitalidad y energía. La mejor profesión que tuve en esa época fue la de instrumentista, de controlador de instrumentos en una fábrica de Navia. Sigo estudiando Filosofía y Letras y lo que me consuela en ese momento es escribir poesía, algo de teatro y algo de novela. En tercero hay otra inflexión y ya me encuentro a mí mismo. Soy otra vez aquel número uno y en cuarto y quinto saqué un montón de sobresalientes y matriculas. Me veo capaz de asumir otra carrera y empiezo a tantear. Con 21 años termino Letras y me matriculo en Derecho. Obtuve 16 matrículas y nueve sobresalientes, y fui el expediente número dos de España».

l Transición circunstancial. «La Universidad tiene que dotare de instrumentos y a mí me dio dos grandes herramientas. Una, el sentido crítico, que aprendí en Letras, concretamente con el catedrático Francisco Quirós Linares, de Geografía. Y la otra herramienta me la dio Lalo Serrano, profesor de Derecho Civil, que me dotó de un sentido pragmático, práctico. Hay ruiseñores que hablan y hablan, como ocurre con los políticos, en plan ontológico, especulativo, dogmático. Déjense ustedes de gilipolleces, que yo soy campesino, un hombre práctico, inmediato. Uno de los libros que he publicado fue sobre el caso de aquella chica clínicamente muerta que estaba embarazada en el hospital de Cabueñes. ¿Que había que hacer? Di la respuesta. He dado muchas respuestas porque fui 20 años jefe de los servicios jurídicos del Insalud en tiempos trascendentales. Por ejemplo, llevé los primeros juicios por aborto en España. Por eso digo que Lalo Serrano fue para mí un referente en el Derecho. Estoy en la Universidad durante los años de la Transición y tengo vivencia políticas, pero circunstanciales. Un día estábamos tres en la plaza de Feijóo y viene la Policía a decirnos que nos disolviéramos. A tres. Otro día viene la Brigada Social y me coge; al día siguiente me pone de chupa de dómine. Y la Guardia Civil me detuvo como un posible subversivo. Pero no suelo hacer como otros, que dicen que tuvieron una etapa heroica».

l Relaciones sociales. «Al acabar Derecho en 1983 escribo 500 cartas a bancos, empresas, multinacionales. Me contestan más de 400 por mi expediente. Me llama la firma Arthur Andersen y me cita en el famoso edificio Windsor, el que se incendió. Subo a un ascensor de aquellos, supersónicos. "Esta es la sociedad a la que tengo que incorporarme", me dije. Los seleccionados éramos unos 20 y el 99 por ciento eran de Icade. Yo era él único de puro Derecho. En la última entrevista me di cuenta de la importancia de las relaciones sociales, porque me preguntan a qué organizaciones o asociaciones pertenecía. Era un activo el hecho de tener muchas relaciones sociales, el pertenecer a muchos sitios porque eso denota que estás implantado, que irradias hacia muchos sitios. Yo no tenía esos apoyos porque mi padre ni siquiera había podido venir a matricularme a Oviedo ni a buscarme la pensión. Todo tuve que hacerlo yo solo».

Mañana, tercera entrega: Artista capitalista