Las conclusiones de la investigación desarrollada por Antonio Fernández Pardiñas, algunas de las cuales fueron hechas públicas ayer por la Universidad de Oviedo, revelan que la población asturiana está fuertemente estructurada genéticamente y que las antiguas fronteras marcadas por los asentamientos astures prerromanos han dejado su rastro en los ciudadanos de la región. El informe concluye que la población asturiana se puede dividir, en función del ADN de sus habitantes, en seis subpoblaciones: una en el Occidente de Asturias (Comarca del Eo-Navia), otra en el centro de la región (que incluye Oviedo y alrededores), otra que abarca la comarca de Gijón, otra en la comarca de Avilés, otra el Oriente de Asturias (que también se extiende a la zona del Nalón) y otra en la parte suroccidental (que agrupa la zona del Caudal, el sur de la comarca de Oviedo y la zona del Narcea). Todos esos tipos de asturianos, asegura Antonio Fernández Pardiñas, tienen diferencias genéticas entre sí. Así, los ciudadanos de la zona suroccidental son los más distintos al resto. Esto se explica, señala Fernández Pardiñas, por la orografía de esta zona y por la menos densidad de la población. "En esta parte de la comunidad, los grupos de gente son más pequeños y se produce la deriva genética: se mezclan distintas variantes, algo que no pasa en las grandes ciudades", señala el Fernández, que asegura que algunas diferencias son prácticamente indistinguibles, como las de Oviedo y Gijón, cuyas poblaciones son, genéticamente, idénticos. Hay también diferencias de ADN entre el Oriente y el Occidente, cuyos límites entonces eran los ríos Sella y Navia y constituían no sólo una barrera geográfica sino también sociopolítica. Las muestras recabadas se mezclaron con otras poblaciones europeas y africanas, pero, según Fernández, "no se puede hablar de que el ADN asturiano, en general, sea diferente al del resto de España".