Entrevista | Margarita Fernández Mier Historiadora

"Covadonga y Pelayo han ralentizado otros interrogantes sobre el Reino de Asturias"

"No solo debemos reflexionar sobre los discursos que se crean, sino también sobre el tipo de fuentes en las que se apoyan las narrativas"

Margarita Fernández Mier.

Margarita Fernández Mier.

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Valoración muy positiva. La historiadora Margarita Fernández Mier elogia el coleccionable "La Edad Media en Asturias" de LA NUEVA ESPAÑA "por hacer llegar de forma amena y asequible un período histórico en muchas ocasiones mal comprendido y sobre el que existen visiones basadas en tópicos. Y por la buena labor de síntesis y por abordar temáticas muy variadas que reflejan novedosas líneas de investigación".

–¿Hay mucho por excavar?

–Está casi todo por excavar en Asturias. Desafortunadamente, las investigaciones arqueológicas se han centrado en algunos períodos históricos como el Paleolítico o la Edad del Hierro –que ciertamente son espectaculares– pero que han ralentizado la investigación sobre otros períodos. Además, la arqueología de gestión se centra en las áreas urbanas y en los elementos monumentales, lo que traducido a nivel territorial significa que buena parte de los concejos de Asturias estén totalmente desatendidos arqueológicamente. La revolución arqueológica que se vivió en España debido a la construcción de grandes infraestructuras desde la primera década del siglo XXI, y que sacó a la luz infinidad de yacimientos de épocas poco conocidas, apenas ha tenido reflejo en Asturias, y un buen ejemplo es la Alta Edad Media. Seguimos prisioneros de una arqueología monumental que ha prestado escasa atención a otros elementos que aportan una compleja información sobre las sociedades del pasado, especialmente las rurales. Sin duda algo no hemos hecho bien.

–¿Qué nos enseña la arqueología agraria?

–En el grupo de investigación LLABOR entendemos la arqueología agraria como una práctica que permite estudiar grupos sociales como el campesinado, que deja escasa huella documental y que durante la Edad Media era la población mayoritaria. Por ello debemos desarrollar herramientas para comprender lo que se producía, dónde se producía, las formas de gobernanza, cómo el campesinado de los pueblos medievales entendía y conceptualizaba el territorio y cómo lo han ido transformando hasta generar el paisaje del que disfrutamos en la actualidad, un paisaje que es el producto de la interacción de este paisanaje con el medio a lo largo de milenios. Y esta información debe ser la base sobre la que se sustenten las actuales políticas del medio rural. La práctica de la arqueología agraria permite dar voz al campesinado y nos aporta información sobre el origen altomedieval de los actuales pueblos.

–¿Cómo evolucionó?

–A partir del siglo XIII vemos la progresiva petrificación de las construcciones, se densifican los poblados, desaparecen los campos de cultivo entre las casas y se crean en las inmediaciones los espacios destinados al cultivo del cereal con prácticas de carácter semicomunal. También vemos aprovechamiento de las zonas de pasto, las brañas, desde la Plena Edad Media y una fuerte presión sobre estos espacios desde el siglo XIV. Toda una información histórica permite explicar la actual configuración del paisaje rural asturiano, obviamente con los cambios que se producen en los siglos posteriores y debe ser un punto de partida para la reflexión. No podemos imponer criterios y formas de gestión sobre unos espacios que tienen sus propios códigos de gobernanza sin comprenderlos e intentar aprovecharlos como punto de partida.

–¿Los árboles, como Covadonga, impiden ver el bosque?

–Sin duda, la historia de la Asturias medieval está condicionada por algunos mitos que forman parte de los discursos que se construyen desde el siglo X sobre las realidades políticas, sean las monarquías feudales, las monarquías absolutistas o los estados liberales. Y especialmente hay que entender que desde el siglo XIX la formación de los estados nación buscan su legitimación en algunos acontecimientos históricos y personajes, como ocurre con Pelayo y Covadonga, que sirven para sustentar la idea de un estado liberal, monárquico y católico. Por lo tanto, hay que distinguir entre los discursos que se han creado sobre determinados acontecimientos históricos de lo que en realidad ocurrió. De alguna manera Covadonga y Pelayo ha ralentizado el planteamiento de otros interrogantes sobre el período del Reino de Asturias, más en consonancia con las líneas historiográficas que se han desarrollado en Europa sobre la Alta Edad Media. También soy consciente que esa historia de grandes mitos es más fácil de entender y de manipular frente a la complejidad que presenta la Historia.

–¿Hasta qué punto el tipo de documentación que se conserva condiciona la visión histórica?

–No sólo debemos reflexionar sobre los discursos que se crean, sino también sobre el tipo de fuentes en los que se apoyan las narrativas que se hacen sobre la Edad Media. La escritura en la Edad Media es un medio de control y de poder, los documentos los generan los grandes señoríos, sean laicos o eclesiásticos, y de ellos se conserva una parte, debido a muchos condicionantes históricos: desde la pura intencionalidad de quienes atesora esa documentación hasta las vicisitudes de esos señoríos. No es casual que la documentación que mayoritariamente tenemos para época medieval proceda de los monasterios, porque se mantiene en su poder hasta las desamortizaciones, mientras que la procedente de los señoríos laicos se disgrega y la que pueda generar el campesinado, apenas se conserve.

–¿Qué aporta la desmonumentalización?

–Permite centrar la investigación en aquellos grupos sociales que están escasamente representados en la documentación escrita y que no han financiado las grandes construcciones y que, además, son la mayor parte de la población durante la Edad Media. Por poner un ejemplo, creo que sabemos casi todo sobre el prerrománico asturiano desde el punto de vista artístico o de los programas iconográficos, pero casi nada sobre los procesos productivos que están detrás de las construcciones o de la capacidad que tienen los reyes asturianos de controlar un territorio, lo que permite, precisamente, construir estos edificios. Como les insisto a mis alumnos, sabemos poco sobre los que realmente construyen las iglesias y sobre los que las utilizaban –además de los reyes–.

–¿Por qué es tan importante investigar los comunales?

–Los espacios aprovechados de forma comunal han sido básicos en la economía de los pueblos desde la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XX. Y todavía hoy en día son importantes recursos en disputa sobre los que existen distintos tipos de derecho, y esa complejidad tiene su origen en época medieval. Debemos entender que la formas de propiedad y aprovechamiento de los recursos agrarios en el pasado no responde a la idea liberal de "una cosa, un propietario", sino que las formas de propiedad son muy complejas, con derechos semicolectivos y colectivos que, en ocasiones han de ser defendidos por las comunidades de la presión ejercida por los poderes señoriales, sean los grandes señoríos laicos o eclesiásticos en la Edad Media, las élites de los concejos durante la época moderna, el estado liberal en el siglo XIX o el neoliberalismo en el siglo XXI. El último episodio fue la Ley de Montoro del 2013 de administraciones locales, un nuevo intento por parte del estado de eliminar a las entidades que gestionan esos comunales de forma colectiva para favorecer su privatización, beneficiándose grandes empresas que nada tienen que ver con el territorio.

–¿Quién mandaba en las sociedades agrarias?

–Frente a la idea de que el crecimiento agrario medieval se debe al papel desempeñado por los señoríos, especialmente los monasterios, las investigaciones más recientes dan mayor protagonismo al campesinado y al conocimiento que tiene del territorio. Sin duda, hay intereses señoriales que condicionan determinadas actividades, por ejemplo, la introducción del cultivo del viñedo por parte de los monasterios para destinar el vino a la comercialización, como ocurre con el monasterio de Courias; o la reorientación de la economía hacia una especialización ganadera, como pasa en la Baja Edad Media, lo que genera una importante presión sobre las zonas de pasto y la gestión de los comunales por parte de los señoríos locales como la familia de los Miranda, lo que explicaría la aparición de los vaqueiros de alzada. Pero eso no quita protagonismo al campesinado que en los pueblos ha de organizar de una forma racional el aprovechamiento de los recursos, teniendo en cuenta que en esas comunidades también hay jerarquías y que esos procesos, en los que influyen diversos intereses, son los que configuran los paisajes. El paisaje agrario es una construcción social en la que participan muchos actores y la historia rural debe servir para resaltar este papel que permite dar protagonismo a ese paisanaje y que revalorice su papel a lo largo de la historia.