Viaje al territorio eólico de Asturias: de la posición clara en Illano a las dudas de Taramundi
Propietarios de terrenos ven en la proliferación de los complejos energéticos una oportunidad económica para progresar y en municipios turísticos temen que afecte al ecosistema rural
Es una patata caliente de la actual legislatura. El Gobierno regional debate en la moqueta la futura normal que regule la gestión de los parques eólicos en Asturias, que ya ha causado las primeras tensiones entre el PSOE e Izquierda Unida a raíz del anuncio de Nieves Roqueñí, consejera de Industria, de "reconfigurar el mapa de este tipo de energía, especialmente en el área central". En los despachos se promete "consenso", pero crecen las incertidumbres. Y, sobre el terreno, parece haber dos posturas: a favor de su implantación, porque suponen un impulso económico, con pequeñas dudas por su proximidad a pueblos emblemáticos. Hablan los afectados, los que todos los días conviven entre gigantes de viento.
Vecinos del concejo de Illano, en las entrañas del Occidente, el paraíso eólico del Principado –23 de los 24 parques de la región se sitúan en esa zona– no tienen indecisión alguna. "La instalación de un eólico puede suponer que los pueblos no desaparezcan", dice José Luis Jardón, portavoz de una asociación de propietarios que llevan esperando por la instalación de un parque eólico en su concejo más de cinco años, con un contrato firmado con la compañía que explotaría después el complejo. Jardón habla a los pies del parque de la Bobia, a más de 900 metros de altura, después de subir empinadas carreteras a quince por hora, con caminos de tierra, un sinfín de baches y algún ganadero que guía a sus vacas por las verdes laderas. La Bobia tiene 58 aerogeneradores, el que más en Asturias tras el de la Sierra de los Lagos, y es el más antiguo de la región, instalado en 2002. Tras él llegaron otros 23. "Acuérdome como llegaban los camiones con las alas, sinceramente no nos llamaba mucho la atención, pero no esperábamos que luego hubiese tantos alrededor de la zona", explica Justo López, que además estuvo trabajando en aquella instalación. "Para los pueblos de los alrededores es positivo, porque supone actividad, que es lo que no tenemos aquí".
Recorrer Illano lleva a una conclusión rápida: con menos tirón turístico que los concejos de alrededor, el municipio necesita más activad, acosado por el despoblamiento. "¿En Illano? Aquí ya no se trabaja casi de nada. Yo me jubilo en seis meses", explica la ganadera Carmen Jardón, junto a sus vecinos, reunidos en San Esteban, uno de los pueblos del municipio, con apenas una decena de casas, personas que se cuentan con el dedo de una mano y un pequeño hotel rural. "Vemos la implantación de los eólicos como una oportunidad. ¡Las casas están en ruinas! Malo no sería", dice por su parte Plácido Iglesias. Este grupo de vecinos de Illano es parte interesada, ya que llegó hace varios años a un acuerdo con una compañía para la instalación de un parque eólico en la región, pendiente ahora de unos últimos trámites con el Principado. "Se han eternizado, llevamos muchísimo tiempo esperando", reclaman los vecinos. Por ese acuerdo, cada propietario cobraría unos 4.000 euros anuales durante treinta años. Además del beneficio económico en el bolsillo, opinan también que la instalación puede crear empleo y que si no se instala allí se hará en otro sitio. Y pueden tener razón. Atravesar las carreteras de la zona supone vislumbrar molinos de viento prácticamente en cada montaña, de una industria que mueve millones y que puede ser clave para la región teniendo en cuenta el cierre de las térmicas.
Pero la postura vira cuanto más se acerca uno a Galicia. Ahí empiezan los carteles. "Eólicos no"; "stop eólicos", se lee varias veces en la carretera que une Illano con el concejo de Taramundi. Ahí, en uno de los municipios más populares de la región por su tirón en el turismo rural, temen que la proliferación de estos gigantes de viento ponga en riesgo su ecosistema propio. Pero la postura tiene matices. "Molestar, no nos molestan, pero si están lejos del pueblo", dice César Villalibre, regidor de Taramundi (PSOE) que en el centro del pueblo señala una colina muy próxima al hotel la Rectoral, que es el primer establecimiento rural del país. Ahí se iba a instalar un parque eólico, pero el rechazo municipal lo frenará. "No puede estar cerca de nuestros recursos turísticos y eso tenemos que controlarlo. Pero tampoco podemos ser tontos: mejor que los pongan aquí a que acaben en nuestros vecinos de Galicia", recalca el Alcalde, que hace referencia a otra de las claves en esta compleja industria: el papel de los ayuntamientos. Son los concejos los que deben aprobar en última instancia la instalación de un parque eólico, al gestionar los permisos urbanísticos. Las empresas energéticas suelen pagar un canon anual a los concejos, que supone una ayuda extra para afrontar varios gastos, además de otras posibles mejoras, como la creación de viales, que también hacen las compañías.
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