Opinión | Concejo de Bildeo

A toque de silbato

Remembranza de un tiempo donde imperaba el respeto y a la escuela se iba cuando no había otro quehacer

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas.

En Cá Generosa, estirpe del mismo tuétano de Bildeo, faltó el paisano demasiado pronto, se lo llevaron dos circunstancias que suelen trabajar juntas: una enfermedad y la falta de atención médica; esta desgracia tuvo lugar poco antes de la Guerra Incivil y marcó a la familia para siempre. Los seis chiquillos a medio criar, cuatro varones y dos mujeres eran una carga muy pesada para la buena de Generosa, que no daba abasto. Y gracias que no le salieron torcidos.

El paisano había estado unos años en Buenos Aires, no le había ido mal, pero regresó al pueblo para desempeñar propiedades y levantar la casería, dejando los negocios en manos de un socio en la ciudad platense. La estancia en Bildeo se prolongó más de lo esperado, el socio enviaba mensualmente un estado de cuentas donde casi siempre había más pérdidas que ganancias y finalmente solicitó un poder para vender todo lo que tenían en un momento que calificó en la carta como “propicio y en condiciones ventajosas”. Enviado el poder, los negocios se vendieron, sí, pero el socio no dio más señales de vida, así que adiós negocios, adiós dinero… Y no era cuestión de embarcarse otra vez para Buenos Aires a pegarle cuatro tiros. No se supo más del pájaro.

Cuando faltó el paisano, en casa había tres o cuatro vacas de poco valer, un rebaño de cabras, un caballo, unos cuantos retales de prados malos de segar y con todo ese capital, la tapa de la masera por más veces que se levantara no ofrecía otra cosa que carencias, de esas que no quitan el hambre. Los chavales eran todavía muy pequeños para aprender a hacer madreñas, así que buena parte del tiempo lo dedicaban a cuidar el rebaño, llegaron a tener unas cien cabras y castrones (machos cabríos), y a la escuela se iba cuando no había otros quehaceres.

La cuadra de las vacas tenía una salida trasera hacia un prado de ciertas dimensiones; para los chiquillos, lo más interesante no eran las vacas, sino una pequeña nube de conejos que vivían de la hierba que caía de los pesebres y de la que roían por aquel prado. Menos mal que la finca tenía cerrado todo su contorno con una pared de piedra, de lo contrario Bildeo podría haberse convertido en Australia, donde soltaron unos cuantos conejos y así tienen una plaga de millones con la que entretenerse tratando de exterminarlos.

Los conejos circulaban libremente entre las patas de las vacas y, por alguna técnica misteriosa precursora de los georradares, los lepóridos sabían qué pata iban a levantar sus vecinas de cuatrocientos kilos y dónde la iban a posar, para desplazarse a tiempo unos centímetros y no ser aplastados.

¿Y cómo hacían para meter en la cuadra unas cuantas docenas de conejos, malos de contar y peores de controlar? Los conejos, de noche, en un prado, sin tener dónde ocultarse, con raposos, papalvietxas, (papalbiellas, comadrejas, garduñas) y otros predadores rondando, no iban a tener mucho futuro. Los recogían a toque de silbato. ¿Qué silbato? En Bildeo fútbol no hay, el poco espacio llano es para jugar a los bolos en la modalidad local, muy distinta de la cuatreada.

Para fabricar un silbato los bildeanos recurren a una planta que aquí llamamos “badutxus” (badullus), que crece en prados muy húmedos; tiene hojas grandes a ras de suelo y en el centro surge una caña de un metro de altura, rematada por un penacho de semillas como cresta de pavo real. Esa caña es ideal para fabricar silbatos con ayuda de una navaja. Los conejos aprendieron a identificar aquel xiplo (silbato) como los mozos conocen en la mili el toque de corneta de retreta o de retirada, y era todo un espectáculo verlos abandonar el prado a todo correr para meterse en la cuadra buscando sus agujeros de descanso.

Por cierto, ahora que la mili es un recuerdo, tal vez algunos veteranos recuerden lo que decía el toque de corneta de diana, el primero del día, porque tenía letra; eso sí, hay serias dudas de que fuese José María Pemán su autor, pese al acierto de sus versos para el himno nacional español, que nunca tuvo otra letra. El turuta soplaba y parecía decir:

“Quinto, levanta, tira de la manta;

quinto levanta, tira del mantón,

que ahí viene el sargento con el cinturón.

Si viene, que venga, déjalo venir,

que yo tengo sueño y quiero dormiiiiiiiir”.

Si el recluta intentaba hacerse el roncha, estaba perdido: le caían un puñado de guardias, imaginarias o lo que al sargento le saliese de allí, que para eso tenía galones, y contra los galones no valían los ….

Actualmente vale todo, hasta la falta de respeto es moneda de curso legal.

Seguiremos informando.

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