En los años anteriores a la Guerra Civil -lo que luego se llamó «tiempos normales»-, a falta de televisión e internet era frecuente que los ciudadanos de nuestras cuencas entretuviesen su ocio participando activamente en todo tipo de asociaciones: la militancia en los partidos y sindicatos alcanzó cotas que ahora envidiaría cualquier dirigente; los equipos de fútbol, que existían en cada aldea y cada barrio, contaban con una hinchada y una cantera inagotable; los ateneos y las bibliotecas también florecían allí donde se juntaban media docena de casas... pero sobre todo fue la época dorada de las agrupaciones musicales y los coros las que vivieron entonces sus mejores momentos, viéndose obligados a poner el listón muy alto para seleccionar a quienes querían entrar en ellas. Y es que en los coros se ensayaba, se actuaba, se pasaban buenos ratos y además, en los de primera línea, se podía viajar a otra ciudades que de otra manera nunca se iban a poder conocer.

Siempre me han llamado la atención los lazos de amistad que se establecieron en los coros locales haciendo desaparecer las diferencias sociales y también las ideológicas. Cuando se observan las fotografías de estos años vemos juntos en la misma cuerda a personajes de muy marcada significación política que, aunque se situaban en bandos enfrentados, mantuvieron su relación de respeto hasta en los momentos más duros, pero éste es un aspecto tan relevante y característico de la forma de vida que ahora se está perdiendo en la montaña central que merece por sí sola uno de estos artículos.

Otra costumbre, que se ha resucitado en parte con el tren de madera que anualmente hermana Mieres con Llanes, consistía en establecer una correspondencia entre dos villas alejadas en la geografía regional cuyos vecinos se comprometían respectivamente a desplazarse en masa el día de la fiesta grande de cada una, con lo que el ambiente estaba garantizado en ambas y los bares, llagares y cafés hacían su agosto; de paso surgían amistades, amores pasajeros e incluso alguna relación más estable que podía acabar en matrimonio, aunque lo fundamental era que todos lo pasaban bien.

Los mayores aún recuerdan cómo en septiembre de 1930 tuvo ocasión una de aquellas jornadas mágicas cuando un tren especial y engalanado llevó hasta San Esteban de Pravia a la Banda de Música municipal y el Orfeón, acompañados por unos 1.500 mierenses para devolver la visita que los pravianos habían hecho por San Xuan a la villa del Caudal. En Pravia hubo procesión, comida, hermanamiento con las agrupaciones musicales y corales de la localidad y hasta un pequeño homenaje a Reinerio García, director del Orfeón, quien fue obsequiado con una primorosa batuta -regalo inútil porque él dirigía siempre con una llave-. Y aquel no fue un viaje aislado, ya que esta correspondencia entre las dos poblaciones se repitió en otras ocasiones con un ritual parecido.

De lo que seguramente ya no se acuerda nadie es de otro episodio menos agradable ocurrido el 17 de diciembre de 1933, pero cuando falla la memoria están las hemerotecas y en ellas queda constancia del susto que se llevaron los orfeonistas mierenses aquella noche y que afortunadamente no pasó de ahí. Se lo cuento.

Por aquellas fechas se vivían en España momentos delicados, el país andaba revuelto porque grupos de obreros y campesinos anarquistas habían decidido iniciar por su cuenta la revolución social. La semana había estado llena de sobresaltos, petardazos y enfrentamientos con las fuerzas del orden, y ahora se estaba produciendo un goteo constante de registros y detenciones en busca de los implicados. Asturias no era una excepción y también aquí se reproducía esta situación, que aunque no llegaba a alarmar a la población sí hacía que el ambiente estuviese más tenso de lo habitual.

Para complicar la situación se habían multiplicado otros incidentes paralelos, causados más por la pura necesidad que por querer alentar la subversión, un ejemplo llamativo fue el asalto en la estación del Norte de Valladolid del tren 1001, cargado de carbón, y que había sido saqueado por una turba de 200 personas que abrieron las puertas de los vagones para repartirse 1.500 kilos de carbón, llegando a herir a uno de los interventores de la compañía, y es que había que calentarse de alguna forma en un invierno inusualmente frío.También aquí nevaba, pero a pesar de todo el Orfeón de Mieres había aceptado sin vacilar la invitación de la popular Sociedad de Festejos de Santiago para intervenir en una velada artística que se tenía que celebrar el sábado 16 de diciembre en el Teatro Llaneza de Sama de Langreo.

El acontecimiento, como era de esperar, fue un éxito. A pesar de las inclemencias, el Orfeón fue recibido por las autoridades locales y un numeroso público a los acordes que hizo sonar la laureada Banda Municipal de Música de la localidad y luego, en el Ayuntamiento, todos disfrutaron de un delicado lunch, cruzándose frases de afecto entre el alcalde langreano y el presidente del Orfeón.

Más tarde, el recital también resultó brillante, aunque muchos vecinos habían preferido volver a casa para evitar el intenso frío y la nieve que no había cesado en toda la tarde. El Orfeón estuvo a la altura de su fama gustando mucho las obras tituladas «La siembra» y la «jota castellana» y también la excelente Banda Municipal de Música obtuvo un gran éxito interpretando obras dificilísimas de Beethoven, Bach y un poema sinfónico de Antonio San Nicolás; ambas agrupaciones fueron muy aplaudidas y sus respectivos directores, Reinerio García y el veterano Cipriano Pedrosa, recibieron la felicitación de todos. En fin, una jornada redonda... pero faltaba la vuelta a casa.

Cuando ya hacía horas que se había puesto el sol la furgoneta de los orfeonistas inició el viaje de regreso por la complicada carretera que une los dos valles hermanos, a la estrechez de la ruta y las curvas imposibles que todos conocemos se unía la tempestad que no cesaba y lo peligroso que estaba la calzada cubierta de nieve. El vehículo iba al completo, sin un asiento libre. A la diferencia entre el calor que proporcionaban los viajeros y el frío extremo del exterior se sumaba el humo de los que iban fumando, lo que en aquellos años suponía irremediablemente que los cristales no dejasen de empañarse a no ser que se entreabriesen las ventanillas, de modo que no hubo más remedio que bajar algunos cristales para poder seguir la marcha.

Afortunadamente, a pesar de las canciones que le instaban a ir más deprisa, el conductor era prudente y no pisaba mucho el acelerador y es que parecía que aquellas voces no habían tenido bastante con la actuación y querían seguir animándose por su cuenta, pero de repente llegó el sobresalto: una serie de detonaciones retumbó en el aire desde la oscuridad de la cuneta e incluso algunos impactos llegaron a percibirse claramente golpeando la chapa de la furgoneta. Instintivamente, muchos se escondieron bajo los respaldos y el conductor frenó en seco, derrapando de tal forma que sólo la poca velocidad le salvó de no irse terraplén abajo. Luego vinieron un par de minutos interminables, nadie se movía ante el temor de que el ataque se repitiese, pero no fue así.

Poco a poco todos se fueron incorporando y, cuando se comprobó que no había heridos, los más valientes decidieron apearse para analizar los daños: los neumáticos estaban intactos y ningún líquido manchaba la pureza de la nieve, con lo que estaba claro que se podía reanudar la marcha y había que hacerlo pitando.

Ya en Mieres aquella noche se durmió poco y en los días siguientes fueron unánimes las protestas que salieron de todos los labios contra los salvajes autores de esta fechoría, ignorando el propósito que tenían al disparar contra una camioneta llena de gente en la que pudieron haber ocasionado varias víctimas con sus pistolas -pues a juzgar por los impactos estas eran las armas empleadas en el atentado.

A la hora de identificar a los autores se pensó en varias posibilidades y finalmente se llegó a la conclusión de que no había sido más que una gamberrada perpetrada sin medir las posibles consecuencias y se quiso creer que los disparos no se había dirigido contra el Orfeón de Mieres, sino sólo por hacer una mala gracia. De cualquier modo, en su momento nunca llegó a saberse con certeza y ahora que ya ha pasado el tiempo y seguramente los autores gozan de mejor vida, vamos a seguir sin saberlo. Visto desde la distancia, no pasa de ser una anécdota, pero no está mal recordar estas cosas.