Don Luis Álvarez Close, nombrado alcalde de la villa del Caudal en 1909, no pudo tener peor estreno. Había tomado posesión el día 23 de mayo y, cuando no habían transcurrido 48 horas, ya tuvo que asistir a un siniestro que llegó hasta las páginas de sucesos de los diarios nacionales. Muchos coincidieron en los titulares: «En Mieres un violento incendio ha destruido el mejor edificio del pueblo. Afortunadamente no hubo desgracias personales». A fuerza de revisar papeles viejos para rescatar las pequeñas historias que traigo a estos artículos, tenía que toparme tarde o temprano con la noticia y, cuando esto ocurrió, como comprenderán, ya no tuve más remedio que investigar qué es lo que había pasado aquella tarde.

Se lo cuento a continuación, porque además del interés que pueda tener el hecho en sí mismo, las informaciones que se proporcionaron en aquel momento y el tono empleado por los informadores constituyen un magnífico documento para ejemplificar cómo funcionaba aquella sociedad en la que las diferencias entre ricos y pobres y el papel secundario que desempeñaban las mujeres en la vida cotidiana quedaban en evidencia cuando ocurrían estas cosas.

La casa pertenecía a Vicente Menéndez y se levantaba en la arteria principal de la población, la calle de Camposagrado; seguramente no erraban mucho quienes escribieron entonces que era su mejor edificio. Muchos años después, seguía estando entre las construcciones más emblemáticas del centro y los mayores que aún la recuerden podrán corroborar esta opinión. El entresuelo y el sótano estaban preparados para albergar los vastos almacenes del floreciente negocio de su propietario y, además de él, vivían en el edificio otros seis inquilinos, entre ellos un ingeniero de Fábrica de Mieres y el doctor Ramón Collar, que atendía en su piso. También tenía allí su residencia doña Vicenta G. Carvajal, una viuda mayor y enferma.

Según los testigos, el fuego se inició a las tres de la tarde del día 25, cuando el industrial se encontraba ausente, y permaneció activo hasta las siete, alcanzando en su momento más álgido tal voracidad que también tuvieron que ser desalojados los edificios colindantes. Su origen estuvo en uno de los pontones de la techumbre de la buhardilla, próximo a una chimenea, sobre el que prendió una chispa inoportuna. El calor anormal que en aquella primavera reinaba en Asturias y un viento formidable que se había presentado por sorpresa hicieron lo demás.

El humo no tardó en llamar la atención de los ciudadanos, que en pocos minutos se agolparon en las proximidades atraídos por la novedad, mientras avisaban a los talleres de la Fábrica para pedir algún tipo de auxilio material; de allí llegaron al poco tiempo dos técnicos con una bomba que ayudó a paliar la penuria municipal, ya que todo el utillaje contra incendios del que se disponía en aquel momento consistía en una manga que no podía utilizarse por carecer las calles de bocas de riego.

Entonces surgió espontáneamente la organización popular para suplir la que no existía de manera oficial y «precipitadamente», contaban los diarios, «se estableció la popular hormiga, haciendo llegar el agua por este procedimiento á los últimos pisos». La hormiga no era otra cosa que ese sistema que hemos visto alguna vez en las películas de época consistente en hacer una cadena humana para pasarse de mano en mano calderos de agua desde la fuente hasta el punto del fuego.

Y mientras unos se ocupaban de las labores de extinción, otros se dedicaban a sacar a la acera los muebles de los pisos y las existencias de los almacenes y, por supuesto, a la viuda, que tuvo que ser evacuada sentada en su sillón, ya que no podía valerse por sí misma.

La alarma fue tan grande que también se dio aviso al gobernador civil, el señor Polanco, quien llegó al edificio cuando aún no habían transcurrido dos horas de la llamada, lo que sorprendió a todos tanto como su comportamiento, ya que no tuvo inconveniente en introducirse en la casa para conocer de cerca la realidad de lo que estaba sucediendo y salir tiznado hasta las orejas.

Finalmente hubo suerte y no se registraron víctimas, pero el voraz elemento causó grandes destrozos destruyendo por completo las buhardillas y el piso tercero del edificio con todos sus enseres y muebles dejando -según las crónicas- en la más espantosa miseria a sus habitantes: el dependiente del comercio del señor Menéndez, Francisco Prado, y el obrero Leonardo Álvarez, que se quedaron con sus familias en la calle y sin más menaje que la ropa que traían puesta.

No sé si recuerdan aquella serie que programó hace años la televisión llamada «Arriba y abajo» en la que se trataban las diferencias que llevaban los criados de una mansión respecto a los ricos que los contrataban y que residían en plantas separadas, según su extracción social, para no mezclarse. Pues aquí sucedía algo parecido: las noticias se apresuraron a aclarar que al contrario de lo que había sucedido con aquellos dos menesterosos, tanto el propietario como los inquilinos más pudientes de los pisos bajos tenían sus muebles asegurados en La Asegurance y La Unión y el Fénix Español, aprovechando de paso para hacer publicidad citando a sus representantes en Oviedo y Mieres. Es decir, que una vez más se confirmó aquello de que las desgracias acaban afectando siempre a los mismos.

Y no se crean que se trataba de cantidades despreciables: don Ramón Collar, que habitaba uno de los pisos a los que no llegó el fuego pero sí las filtraciones del agua que se emplearon en su extinción y que destrozaron los techos rasos y los muebles, recibió como indemnización nada menos que 55.000 pesetas de las de entonces.

En medio del desastre, toda España pudo conocer también la solidaridad desinteresada de los ciudadanos de Mieres, que no dudaron primero en exponer su vida a la hora de rescatar a las víctimas y salvar todo aquello que se pudiese y más tarde en abrir una suscripción para ayudar a los más perjudicados, que se inició con una donación del propio alcalde, aunque también hubo que contar que debido a las prisas y al desconocimiento se produjo otra consecuencia inesperada en la Imprenta Bárcena Hermanos, que se encargaba, entre otras cosas, de la elaboración de los porfolios de fiestas de San Xuan.

La imprenta estaba instalada en otro edificio colindante con la casa incendiada, también propiedad de Vicente Menéndez, y en medio del gran tumulto sus talleres fueron invadidos por una multitud que con la mejor buena fe del mundo echó mano de lo que encontró más a su alcance con objeto de ponerlo a salvo, armando un verdadero revoltijo de letras, tipos, moldes y clichés. La consecuencia fue que los hermanos Bárcena sufrieron casi tantas pérdidas a causa de las buenas intenciones de los vecinos como las que hubiesen ocasionado las llamas, y los parroquianos se quedaron huérfanos de noticias y anuncios durante varios días, hasta que se pudo poner orden en aquel desbarajuste.

Otro comentario jugoso que encontramos en las informaciones es la referencia a la actuación de las mujeres, que intentaba ser elogiosa pero estaba escrita con un regusto machista de la época que hoy no admitiría ningún director de periódico: «Quienes dejaron bien probado que en estos casos son un precioso y útil elemento auxiliar fueron las mujeres, que en el acarreo de agua con cubos, tanto en éste como en casos parecidos, trabajan con una fe y abnegación que demuestran bien á las claras lo delicado de sus sentimiento».

Con todo, el peor parado fue el propio Ayuntamiento, que recibió fuertes críticas por carecer de los elementos más indispensables para estos casos; pero el siniestro sirvió para que el alcalde recién llegado pensase en organizar un servicio regular para atajar incendios como los que ya empezaban a tener otros pueblos de la misma categoría, aunque a la hora de la verdad no pudo cumplir su deseo porque su mandato apenas duró unos meses.

Tengo que decir también -sólo por comentarlo- que éste no fue el único incendio que sufrió el mismo solar o sus inmediaciones a lo largo del siglo. Yo mismo recuerdo haber visto en las últimas décadas arder en la misma esquina de la manzana al menos otros tres establecimientos comerciales. Y es que esta zona ha sido seguramente la que más ha atraído el fuego en la reciente historia de Mieres. Casualidades. Como también lo es que ahora se cumplan los cien años de aquel suceso que siempre contaban quienes pudieron vivirlo.