Asturias es la tierra de los grandones. Grandonismo es un término imposible de traducir al castellano, aunque los filólogos lo hayan intentado; yo tampoco voy a intentar definírselo a ustedes, porque todos sabemos de lo que estoy hablando. Lo que sí puedo decirles es que no es lo mismo ser grandón en la Montaña Central que en la costa cantábrica o en las dos ciudades de mediano tamaño con que cuenta nuestra región.

Los de Gijón, por ejemplo, como se ha dicho muchas veces, se caracterizan por calificarlo todo con exageración; así se corre el riesgo de que cuando el turista vea por primera vez La Escalerona, se pregunte con desilusión por qué se le da ese nombre a una estructura que se anuncia como enorme y no consiste más que en una docena de gradas para bajar a la arena. Lo mismo sucede con El Molinón, que no deja de ser un digno estadio provinciano y por su denominación parece un Coliseo, y como la casualidad a veces también ayuda a estos juegos, ahora tienen hasta una alcaldesa cuyo apellido Moriyón, también acaba en aumentativo.

En Oviedo las cosas se hacen con más finura, con el convencimiento de que tener el rango de capital les da un carisma que deben conservar. Además siempre que surge el tema, los de allí nos adelantan que tienen catedral, y es verdad, aunque le falta una torre, pero su minusvalía no tiene por qué restarle empaque.

La culminación de su superioridad está en los premios «Príncipe de Asturias», creados sin complejos, pero con mucho dinero detrás, con el objetivo de potenciar la figura del heredero al trono. Nacieron en época de bonanza, pero la crisis ya ha obligado a los numerosos invitados a cambiar las cenas de cuatro platos por un nutritivo, y más económico pincheo y lo que se pensó para hacerle sombra a los Nobel, ahora se ha quedado en unos encuentros en los que anualmente se reúnen los mismos a saludarse y darse autobombo para entregar unos galardones a los famosos del momento, intentando de esta forma que el nombre de la ciudad se conozca a nivel internacional y obtenga dos segundos de gloria en los noticiarios de los países poderosos.

En las Cuencas estos fastos nos quedan muy lejos. Aquí siempre se ha entendido que el mérito debe ser personal y lo que tiene que destacar en un individuo no es su origen sino su trayectoria. Nuestros grandones -los de antes, porque los de ahora ya no se diferencian de los que hay en Sabadell o en Ávila- no eran fanfarrones que sobreactuaban para llamar la atención; ni tampoco babayos al uso (o engreídos si prefieren el castellano). Se trataba casi siempre de trabajadores sin ninguna vocación de sobresalir entre los demás, pero que en un momento determinado tuvieron que enfrentarse a un hecho real por el camino más inesperado e irracional y sin darse cuenta pasaron a integrarse en la mitología de andar por casa.

Las revistas de empresa del último tercio del siglo XX, «Hulla» o «Pico Polio», por ejemplo, son un manantial inagotable para conocer las anécdotas de estos personajes que iban surgiendo cada día en el mundo del trabajo y corregidas y aumentadas en e las barras de los bares corrían luego de boca en boca.

Suelen encontrarse en los reportajes que resumen la vida de los obreros más veteranos y que se publicaban con motivo de su jubilación. Lo primero que nos sorprende es saber que en algunos casos lo hacían después de llevar más de cincuenta años de faena. En otros casos, el periodista iba a buscar directamente a cualquier aldea a nonagenarios, que habían vivido todas las guerras de su edad y guardaban recuerdos de cosas y gentes que se hundían en el siglo XIX. Unas entrevistas, que dicho sea de paso, se han vuelto de oro para los investigadores porque aportan datos que actualmente no pueden encontrarse en ningún archivo.

Vamos a ver algún ejemplo, después de aclarar, por si algún amigo o pariente de quienes citamos aquí por su nombre, lee esta página, que lo hacemos con todo el respeto que nos merecen aquellos que supieron poner unas notas de alegría en aquellos años grises.

José Otero Sánchez, cerró su vida laboral como ordenanza de Fábrica de Mieres en abril de 1957 y es uno de los que más nos llaman la atención, a pesar de que abundaron los testigos que certificaban sus hazañas, basadas en una increíble resistencia a las quemaduras. Al parecer, todo comenzó un día en el que se encontraba trabajando en la forja y al no encontrar las tenazas decidió emplear sus manos para doblar una pieza en caldia, concretamente un redondo del 22. Como aquella acción le dio confianza, aseguran que desde entonces, si le apetecía un cigarrillo cuando estaba en labor de puntear escarpias incandescentes, no dudaba en cogerlas con los dedos para darse candela.

Así lo hemos leído y así se lo contamos, pero aunque seguramente la lógica nos diga que haya mucho de exageración en esta historia, no cabe duda de que tuvo su origen en un hecho auténtico. Y es que la resistencia de los paisanos de antes no deja de sorprendernos.

Este fue el caso de Gregorio Farpón «Gorín», un personaje que ya pasó hace tiempo por esta página cuando tratamos sobre la villa romana de Mamorana, porque da la casualidad de que el terreno en que se encontró el yacimiento era de su propiedad. Pues bien, Gorín, trabajó en su juventud como peón mientras se construía la central eléctrica de Vega del Ciego, lugar donde había nacido en 1879 y donde pasó su vida; así, acabó tirándole el mundo de los cables y se convirtió en el único electricista del concejo de Lena, dedicándose tanto a las instalaciones como a la conservación de la línea, las reparaciones e incluso el cobro de recibos de la compañía. Ahora, sepan que cuando Gorín tenía 80 años, aún era capaz de subir con los trepadores a los palos de la luz para arreglar las averías, ¿Conocen a alguien de esa edad que pueda imitarle?

En ocasiones, el grandón, se veía obligado a alimentar su fama con nuevas acciones. En Casa «Pachu», en Moreda, el establecimiento de bebidas con más fama en aquel tiempo, el alcohol ayudaba a que surgiesen los retos entre los habituales. Una tarde se planteó una apuesta, con mil pesetas de por medio, y «Jalisco», un gallego afincado en nuestra tierra, se comprometió a llevar hasta Oviedo en una carretilla al propietario del establecimiento, que como recordarán quienes lo conocieron, dejaba muy atrás los cien kilos. El sentido del ridículo hizo que Pachu se negase a la exhibición, pero fue sustituido por su equivalente en carbón y Jalisco cumplió lo prometido.

A partir de aquel momento le llovieron los retos. Con el apoyo de un comercio de la capital, en agosto de 1961 llevó en 10 jornadas hasta Madrid un enorme bloque de mineral extraído en el desaparecido grupo de Melendreros de Caborana, que quedó expuesto en la colección permanente del Museo de Ciencias Naturales y siete años más tarde, esta vez con 200 kilos de carbón en su carretilla, pudo llegar hasta la cueva de Covadonga, poniendo así fin a su extraña carrera pseudo-deportiva.

Aunque el grandonismo se adquiere a veces sin necesidad de realizar ninguna hazaña, simplemente con afrontar las circunstancias de la vida con una actitud que debe dejar claro que uno tiene que estar por encima del bien y del mal. La revista «Pico Polio» muestra un buen ejemplo en su número de septiembre de 1958, donde Vicente García Fernández, jubilado aquel año con 47 años de mina en sus pulmones, expone sus recuerdos.

Ante el interés del entrevistador por saber si intervino en algún salvamento, Vicente le cuenta que sí: «en una explosión de grisú en la que se quemaron cinco picadores por la imprudencia de uno de ellos, bastante bruto por cierto, por lo que ahora diré. Lió un cigarrillo, lo encendió y surgió lo inevitable. Él mismo, junto con sus compañeros quedó abrasado. Cuando le volví a ver con los otros en el hospital su comentario fue: ¡Qué cigarro me he perdido!».

¿Hay quién de más? Creo que no. Aunque con menos gracia, volviendo otra vez al principio, los políticos lo intentan a conciencia cuando nos intentan convencer de que en la noche grande de Begoña se juntan en Gijón 700.000 almas -lo que, descontando la población de la villa supondría llevar el aparcamiento de sus vehículos hasta la Venta del Jamón-.

Pero ya estamos acostumbrados a todo. No olvidemos que los asturianos somos el único pueblo que no necesita GPS porque mientras nosotros conducimos, la Virgen de Covadonga nos guía, y que tenemos un presidente que volvió a la política activa porque no pudo decir que no a una mareona de seguidores. En fin.