El 7 de febrero de 1950, la historia pasó página en El Condado, Laviana, cuando las balas aniquilaron al último grupo importante de guerrilleros asturianos, encabezado por Manolo «Caxigal». Luis Montero Álvarez, conocido en la clandestinidad como «Sabugo», asistió, esposado a uno de los guardias civiles que integraban la partida, a la masacre en la que fueron abatidos los siete guerrilleros. Él estaba allí porque -incapaz de resistir la tortura- los había delatado.

Luís fue un militante intachable, ejemplo de lo que exigía entonces el Partido Comunista de España. Había nacido en una de las casillas del ferrocarril del Norte, cerca de Casorvida, concejo de Lena, en el seno de una familia marcada por la religión y el trabajo ferroviario. Hizo el número tres de trece hermanos y vivió en su piel estas dos circunstancias, ya que pasó su adolescencia en el Seminario menor de Valdedios, hasta que a los 17 años decidió escaparse para trabajar como aprendiz de fogonero en el Depósito de Máquinas de la Estación Norte de Oviedo.

Allí entró en contacto con el movimiento obrero, afiliándose en 1931 a la UGT y empezando a colaborar con el partido, al que se incorporó en 1936 influenciado por su compañero y amigo Juan Ambou. Rompía así con la tendencia política familiar inclinada a las derechas: su padre había sido somatén de la Compañía de Ferrocarriles y entre sus hermanos abundaban los miembros de Acción Católica y los falangistas, de forma que cuando estalló la Guerra Civil se hizo inevitable que los tuviese en las líneas enemigas.

«Sabugo» llegó al frente como miliciano, luego fue nombrado teniente y en febrero de 1937 ascendió a capitán, convirtiéndose en ayudante del Comandante de la 4ª División, donde desempeñó además el papel de Juez Instructor hasta la rendición de Asturias. Entonces se ocultó hasta que en agosto de 1939 pudo salir de España cruzando el río Bidasoa. En Francia fue detenido y estuvo en varios campos de prisioneros antes de contactar de nuevo con el PCE.

A finales de 1941 ya se encontraba en París y en cuanto pudo se incorporó a la resistencia realizando numerosos sabotajes contra las tropas de ocupación nazi. En noviembre de 1942, Luis Montero fue detenido por la policía colaboracionista y tras pasar por varias cárceles francesas y sufrir numerosas torturas fue internado en el siniestro campo de concentración de Mauthausen donde se convirtió en líder del grupo que habían organizado en secreto los prisioneros españoles para poder soportar aquel calvario. Tras la liberación fue condecorado con la Medalla de la Resistencia y con la Cruz de Guerra con Estrella Roja y ya se dedicó por completo a la militancia en la estructura que dirigían en aquel momento Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo.

El camino que llevó al desastre de El Condado se había iniciado en mayo de 1948 cuando fue enviado a Asturias con otro compañero para que contactase con el grupo de Manolo «Caxigal», después de que la Guardia Civil hubiese diezmado la guerrilla matando pocos meses antes a 16 fugaos en Piloña. Aquella matanza se había producido por la delación de un infiltrado y desde entonces todas las precauciones fueron pocas. Por ello «Caxigal» le exigió toda clase de garantías antes de darle su confianza.

Luego, Luis desarrolló su labor como pudo, pidiendo inútilmente en varias ocasiones a sus superiores en Francia que lo relevasen de la misión que debía cumplir por su mal estado de salud y llegando a escribir a Santiago Carrillo que no iba a ser capaz de resistir, informando a la vez de que los guerrilleros asturianos también estaban cansados y querían dejar el monte para pasar a Francia. No le hicieron caso y el sábado 28 de enero de 1950 fue detenido en Gijón por la Guardia Civil.

Las versiones sobre lo que ocurrió en aquel momento difieren. Ramón García Piñeiro, el mayor experto en la guerrilla asturiana, está convencido de que se entregó voluntariamente, cansado de la lucha e influido por su familia, perfectamente integrada en el franquismo. Sin embargo, Silvia Ribelles de la Vega en su libro «Luis Montero Sabugo: en los abismos de la historia. Vida y muerte de un comunista», editado en 2011, rechaza esta posibilidad y afirma que él no contactó en ningún momento con la policía y fue detenido inesperadamente.

Es imposible saber lo que ocurrió en aquella comisaría, pero la versión que se acepta es la de que «Sabugo», que ya no era el de antes, intentó retrasar todo lo que pudo su declaración para dar tiempo a que los de Laviana abandonasen su refugio, aunque finalmente acabó cediendo.

La noticia y la posibilidad de que estuviese siendo torturado llegaron al monte, pero al parecer todos confiaban en su resistencia mítica y no tomaron las precauciones debidas. Se equivocaron. Según Gerardo Iglesias, quien dedica un capítulo de su libro «Por qué estorba la memoria» a Luis Montero, este habló por culpa del desgaste físico y moral que padecía y eso no mengua su condición de héroe que dedicó su vida al socialismo. Silvia Ribelles aporta además el dato de que con el cayó otro personaje casi desconocido llamado Luis el Largo, quien a su juicio, pudo ser el verdadero delator que llevó a la matanza.

Se ha hablado también de una confesión parcial, pactada para salvar a los otros enlaces, e incluso hay quien aporta detalles tan concretos como que aguantó bien varias inyecciones de pentotal sódico, pero no pudo resistir otras atrocidades dirigidas personalmente por el coronel Blanco Novo. Lo cierto es que acabó delatando primero a «Caxigal» y poco después a otra familia de enlaces de Blimea, que también fueron abatidos.

Después, seguramente por intercesión de su hermano José Antonio, notorio falangista, fue liberado y escoltado por la Guardia Civil hasta la frontera francesa, lo que sorprende, tanto porque este comportamiento de las autoridades es extraordinario en la historia de la represión franquista, como por la propia actitud de Luis Montero, que a pesar de que ya era considerado como un traidor, quiso volver a contactar con el Partido Comunista para informar de lo que había pasado en Asturias, algo que García Piñeiro -como yo- no comprende.

Si fue así, no resulta extraño que sufriese la venganza de sus compañeros. Es la tesis que defiende, después de una exhaustiva investigación Silvia Ribelles de la Vega y que también comparten el mismo Ramón García Piñeiro, antiguos comunistas como Enrique Líster, quien dio por hecho que Montero fue eliminado por orden de Santiago Carrillo, o el hispanista Paul Preston.

Esta conclusión se basa sobre todo en las declaraciones del mismo Carrillo y otros compañeros de su entorno y en un boletín editado por el PCE en 1951 donde se reconoció internamente esta acción, pero el argumento no puede cerrar otra posibilidad más oscura que nadie se ha atrevido a citar y que también debería contemplarse: la de que la misión que el obediente Luis Montero pedía suspender en sus cartas desde Gijón, fuese la de acabar de una vez por todas con unos guerrilleros que ya no cuadraban en la nueva estrategia decidida en los despachos comunistas del exilio. Siendo así incluso la historia de su muerte podía formar parte de este plan. Como supondrán, no puedo defender esta tesis sin más argumentos, pero tampoco puedo ocultarla y es mi obligación ponerla sobre la mesa, porque la historia está llena de sorpresas. Lo único seguro es que su cadáver nunca apareció y por lo tanto el caso sigue abierto.