A la derecha del río Lena, a un kilómetro de Villallana, hubo una vez una industria pionera que alcanzó fama internacional: la fábrica de La Bárzana. La fundó en 1846 el francés Félix Jacquet, un industrial con experiencia, y estuvo 33 años produciendo hierro y aceros. Don Félix vivía en una casa situada a 150 metros de los talleres y después de su muerte fue enterrado en un peñascal desde el que dominaba su posesión.

De todo ello no queda más que un recuerdo y algunos datos, que ahora les voy a resumir para que conozcan este capítulo de nuestro pasado industrial, basándome principalmente en un informe que publicó en 1855 la «Revista Minera». Lo firmaban los jóvenes ingenieros Fernando Bernáldez, Juan Pablo La Sala y Ramón Rua Figueroa, que estaban en aquel momento concluyendo sus estudios en el extranjero. Su lectura nos proporciona hoy una magnífica visión de lo que fueron estas olvidadas instalaciones.

Según ellos, el cuerpo principal de la fábrica era de forma rectangular y contaba en uno de sus extremos con dos hornos de mediana cabida y otro mayor para la cimentación del acero, hechos con cajas de ladrillos refractarios que solían durar dos años.

En cada operación que realizaba cada uno de los dos primeros podían obtenerse 900 arrobas y 1.000 en las del grande -si quieren ustedes actualizar estos datos, les recuerdo que cada arroba equivale a algo más de 46 kilogramos-. Para lograr este resultado solían tardarse de 10 a 15 días, consumiéndose 15 quintales de hulla diarios en los pequeños y 24 en el otro. Se empleaba como cemento polvo de carbón de roble y castaño que servía para dos operaciones y el horno tardaba en enfriarse 8 días después de concluir cada labor.

La Bárzana pudo empezar sus trabajos en 1848 bajo la supervisión del ingeniero de minas y geólogo francés Adriano Paillette dando empleo a 50 jóvenes, casi todos procedentes de las zonas de Mieres y Lena que trabajaban con hierro procedente en su mayor parte del País Vasco, pero también con hematites pardo y óxido rojo obtenido en las minas asturianas del Aramo y Telledo e incluso con mineral traído desde Suecia. En un principio se emplearon también hierros de Málaga, pero pronto fueron desechados porque transportar cada arroba desde Andalucía hasta el puerto de Gijón costaba 50 reales, mientras que hacerlo desde Bilbao no llegaba ni a la mitad de esta cantidad.

Lógicamente, el combustible para los hornos sí era de aquí. El carbón se obtenía casi a pie de fábrica en una mina llamada «Estrepitosa» en la que solo se empleaban una docena de obreros y, siempre según el informe de los ingenieros, tenía una potencia de un metro explotándose por tajos ascendentes. Allí, en la vertiente de la montaña, estaban abiertas tres galerías con un carbón tan compacto que la entibación se reducía al mínimo y en los huecos de las labores de disfrute se limitaba a un relleno de escombros procedentes de la propia mina o del exterior que se sostenían sobre el macizo de mineral aún no extraído.

Aunque si les sorprende esta falta de medidas de seguridad, sepan que era aún peor lo referente a las medidas contra las explosiones fortuitas, ya que como se consideraba que la ventilación era buena y que no había gases inflamables, el interior de la mina se alumbraba libremente con candiles que no añadían ninguna precaución.

Desde allí, la hulla se llevaba hasta la fábrica por medio de vagones que marchaban sobre raíles, que a falta de máquinas aún eran arrastrados por parejas de bueyes. Era un sistema barato, ya que dada la poca a distancia a recorrer, cada quintal salía a un maravedí. El consumo anual de combustible en los hogares de las calderas de vapor y demás usos de la fábrica ascendía en aquel 1850 a 14.000 quintales. Y para completar el gasto de carbón, parte del cook venía también de la capa «Terrible», abierta en Muñón.

Los productos finales eran de buena calidad y se comercializaban revestidos de un barniz duradero que los preservaba de la oxidación. Además eran tan baratos que costaban por término medio un 15% menos que los de la competencia. En la Exposición Española que se celebró en aquel mismo año de 1850, los aceros de La Bárzana obtuvieron la medalla de oro y al año siguiente la de plata en la Universal de Londres.

En el catálogo elaborado tras aquellos éxitos podemos encontrar, junto a su precio correspondiente, una larga relación de artículos que se ofrecían al mercado internacional: aceros amartillados y laminados para poder fabricar «herramientas gordas» de caminos y canteros; hachas y útiles cortantes empleados en maderas; muelles de carruaje; útiles de tornear hierro, bronce, limas, cortafríos y otros metales; chimeneas de pistón, baquetas y muelles de escopeta y fusil, espadas y cuchillería y en general cualquier clase de quincalla gruesa que pudiese solicitarse.

Entre las piezas más demandadas figuraban las barrenas de mina, que fueron probadas con éxito por el ingeniero alemán Hulsmann e introducidas en las explotaciones que poseía la Sociedad Bilbaína en Cartagena y otros lugares del sur de España.

Los avatares financieros hicieron que la empresa cambiase de manos, llegaron malos tiempos y se declaró en liquidación en 1867 siendo adquirida por la sociedad Houillire et Metallurgique des Asturias, que había nacido legalmente el 11 de mayo de 1861 en el despacho de los notarios parisinos Rousset y Simón. Al año siguiente esta sociedad también entró en crisis y en junio de 1870 fue subastada por el Tribunal de París, siendo adquirida en su totalidad por Numa Guilhou que pagó 2.700.000 francos por la fábrica de hierro de Mieres, la de acero de La Bárzana y las minas de hulla Langreo, Santo Firme y Mieres, con sus terrenos, casas, caminos y puentes, además del Ferrocarril de Langreo a Gijón

Pero durante unos años en las instalaciones de Villallana continuaron manteniéndose abiertas algunas forjas para la construcción de ejes de carros y herramientas dedicadas a la agricultura y a las vías públicas. Tenía entonces dos hornos grandes de concertación para acero, un horno de recalentar para los ejes, área de fundición, varias forjas para herramientas y cuatro martinetes servidos por máquinas de vapor y aunque mantuvo cierto prestigio frente a la competencia extranjera en el mercado de ejes y muelles, fue decayendo progresivamente.

Aún en 1876, encontramos en otro número de la Revista Minera un curioso anuncio que refleja como esta industria nunca llegó a explotarse intensivamente. Decía así: «Se vende un cotito minero de superior hulla de 190 hectáreas, que comprende 8 capas o criaderos de 0,80 a 1,30 de espesor que corren en dirección N a S en la Pola de Lena (Asturias), derecha del río a la distancia de 2.500 metros de la estación del ferrocarril Noroeste de España. Sus criaderos se hallan vírgenes, no existiendo en ellos más labores que unas pequeñas galerías y zanjas hechas con solo objeto de reconocerlas. Están paralelas y colindantes a la fábrica de aceros de La Bárzana que corresponde a la Fábrica metalúrgica de Mieres. La persona que desee interesarse en su adquisición puede entenderse con D. Gabino de Aza López, procurador y agente. Pola de Lena, Asturias».

Finalmente, en 1879 fue desmantelada y todos sus útiles acabaron trasladándose hasta las instalaciones de la Fábrica de Mieres, pero volviendo al principio de esta página -el informe de los tres ingenieros en 1850-, no podemos dejar pasar su curiosa conclusión de que tanto en Lena como en Mieres el arranque de carbón seguiría siendo muy limitado por mucho tiempo y tardaría en encontrar salida comercial mientras no se mejoraran las comunicaciones, dado que en aquel momento el ferrocarril aún estaba lejos de Mieres.

No erraron mucho en sus pronósticos: «El día en que desaparezcan estas trabas interiores y la falta de un buen método que cortan el desarrollo fabril de Asturias, esta rica y populosa provincia que hoy es un punto olvidado en el mapa del globo, será un foco de producción que atraerá a sus puertos las naves del comercio y a sus montañas los fecundos capitales de la industria».

Desgraciadamente, la historia ha vuelto a hacer un bucle y ahora, después de vivir lo que nos anunciaban aquellos ingenieros, volvemos a estar en el punto de partida.