El 27 de noviembre de 1871, en el Paseo del Prado de La Habana, que luego se rebautizó como Paseo Martí, se vivió una de esas escenas grandilocuentes que tanto gustaban a los autores del Romanticismo. Había allí un pequeño hotel de nombre y costumbres francesas, Le Louvre, donde se ofrecían hasta el amanecer bebidas y otros placeres, pero la popularidad del establecimiento la superaba su acera, conocida por ser un lugar de reunión habitual para los liberales de la isla.

En aquel lugar, el capitán Nicolás Estevánez Murphy partió su sable públicamente y anunció su intención de solicitar su baja en el ejército español en señal de protesta por la ejecución de ocho jóvenes estudiantes, cuyo delito había sido la supuesta profanación de la tumba del periodista Gonzalo Castañón.

Como ya hace mucho que les he contado quien fue Gonzalo Castañón Escarano y su trágico final, no estará de más que se lo resuma brevemente antes de seguir. Este ilustre hijo de la Montaña Central, nació en 1834 en Mieres, lenense de adopción, fue abogado, diputado provincial, escritor, periodista de ideas conservadoras y uno de los más conocidos defensores de la españolidad de Cuba.

En 1870, siendo coronel de los Voluntarios de La Habana y director del periódico quincenal La Voz de Cuba, respondió a un editorial injurioso del periódico independentista El Republicano, retando a duelo a su director, según lo exigía la costumbre del momento cuando el honor estaba en juego. Para ello se desplazó en barco hasta Cayo Hueso, donde residía el cubano y allí le dio con su periódico en la cara, acompañando el acto con la bofetada que anunciaba el desafío. La reacción del agredido fue salir corriendo mientras gritaba que al ofenderle a él se había ofendido a toda Cuba.

En fin, para abreviar les diré que tras una cadena de denuncias e insultos cruzados, a los pocos días se registró un tiroteo a la puerta de un hotel, que causó la muerte de Gonzalo Castañón convirtiéndolo en un héroe para los españoles.

Meses después, el viernes 24 de noviembre de 1871, un hecho casual desencadenó otra tragedia.

Aquella tarde, los alumnos del primer curso de la Escuela de Medicina esperaban para incorporarse al aula cuando supieron que su profesor iba a retrasarse. Las clases se impartían entonces en el Anfiteatro Anatómico, muy cerca del cementerio de Espada, donde reposaban los restos de Castañón, y los estudiantes pensaron entretener su tiempo adentrándose para curiosear en el recinto. Mientras unos paseaban por sus calles, otros empezaron a jugar con el carro en el que se transportaban los cadáveres, subieron a él y empezaron a empujarlo y dar vueltas a una pequeña plaza que se abría a la entrada del camposanto.

Parece que uno de ellos también arrancó una flor de una pequeña huerta que tenía allí el vigilante del lugar y este, molesto por las gamberradas, denunció ante el gobernador político Dionisio López Roberts, que los estudiantes habían rayado intencionadamente el cristal que cubría el nicho donde reposaban los restos del periodista asturiano.

Les dije más arriba que Gonzalo Castañón era coronel de los Voluntarios de La Habana y esta circunstancia marcó lo que vino después, porque se trataba de un cuerpo inspirado y protegido por los poderosos Casinos españoles con el objetivo de reafirmar la identidad nacional y luchar contra los independentistas, de manera que el castigo a los estudiantes se tomó como un deber patriótico de todos los voluntarios, que además debía servir para amedrentar a los partidarios de la secesión. Así que se decidió detenerlos inmediatamente y celebrar un juicio sumarísimo sin esperar a más razones.

Al día siguiente los jóvenes, cuyas edades estaban entre los 16 y 21 años, ya fueron procesados, pero la sentencia no convenció a los voluntarios españoles que se amotinaron frente a la cárcel exigiendo más dureza, de modo que tuvo que celebrarse un segundo juicio con un resultado estremecedor: ocho penas de muerte, once condenas a 6 años de prisión, veinte a 4 años y cuatro a 6 meses de reclusión.

Cuando solo habían pasado tres días de los hechos del cementerio, un capitán leyó al público la sentencia desde uno de los balcones del edificio del Gobierno Político en la Plaza de Armas: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, Ángel Laborde y Perera, José de Marcos y Medina, Carlo Augusto de la Torre y Madrigal, Eladio González y Toledo, Juan Pascual Rodríguez y Pérez, Anacleto Bermúdez y González de Piñera, Carlos Verdugo y Martínez, fueron los condenados a la pena máxima.

El general Blas Villate y de la Hera, II Conde de Valmaseda (con V, aunque ahora la localidad vasca ya se denomine oficialmente Balmaseda), se negó a conmutar el fallo por una pena inferior y la ejecución se cumplió de inmediato en una explanada cercana al edificio de la cárcel por un piquete que mandaba el capitán de voluntarios Ramón López de Ayala. Los estudiantes fueron fusilados de dos en dos, de espaldas y de rodillas.

Nicolás Estévanez Murphy no fue el único militar que protestó contra los fusilamientos, el defensor de los estudiantes, Federico Capdevila, se negó a firmar el acta sumarial y el capitán Víctor Miravalles fue enviado a la Península por solidarizarse con él.

Dos años más tarde, España vivió su I República y Murphy fue llamado para formar parte del Gobierno de Pi y Margall, aunque también de una manera pintoresca si damos por cierto lo que escribió en sus memorias sobre la conversación previa que mantuvo previamente con don Emilio Castelar en la biblioteca del Congreso:

-La Cámara, me dijo, está inclinada a confiarle a usted la cartera de Guerra; los amigos que me oyen son del mismo parecer; yo, sin embargo, no me decido a aconsejarles sin saber lo que usted hará en el ministerio.

-Pues mire usted, le dije, como nunca he pensado ser ministro ni lo deseo; como por eso mismo no he formulado programa, lo probable será, si persisten en mi nombramiento, que yo no haga en el Ministerio absolutamente nada.

-En ese caso, me contestó, mis amigos y yo le votaremos a usted."

Y de esta forma se convirtió en ministro de la Guerra el día 11 de junio de 1873, a los cuatro meses justos de proclamarse la primera República.

Nicolás Estévanez, al que se recuerda cada mayo en Asturias en la Fiesta del Oso Regicida de Llueves, inspirada en uno de sus escritos, fue un personaje extremo. Seguramente más anarquista que federal, aunque siempre antimonárquico. Pío Baroja lo conoció en París y sacó la impresión de que pudo ser él quien había llevado desde allí, envuelta en una bandera francesa, la bomba con la que Mateo Morral intentó matar a los reyes el 31 de mayo de 1906 en Barcelona. El atentado fue cruento, pero tanto Alfonso XIII como su mujer salieron ilesos.

Murió el 19 de agosto de 1914 en París y a pesar de que la polémica acompañó muchas de sus actuaciones hoy es reivindicado por republicanos, anarquistas y hasta autonomistas canarios -su tierra natal-, que lo consideran como un pionero de sus reivindicaciones territoriales.

En 1887 el cadáver de Gonzalo Castañón fue traído a Asturias para enterrarlo en Cortina, en Lena, de donde procedían sus abuelos paternos. Con este motivo, en plena guerra de Cuba, se organizaron actos en su honor y la prensa regional reprodujo las circunstancias de su muerte haciendo hincapié en su valentía y su patriotismo. Más tarde volvió a ser trasladado, esta vez hasta el cementerio de Los Pontones, donde ya descansa en paz.

En Cuba la fecha del 27 de noviembre de 1871 se conmemora como día de Duelo Nacional y cerca de uno de los extremos del malecón de La Habana se levanta un monumento a los ocho estudiantes de Medicina, dos de los cuales eran hijos de asturianos.