Ernesto Guilhou ya ha visitado esta página en otras ocasiones y nunca para bien, al contrario que su padre Numa, un empresario honesto que decidió vivir y morir en Mieres dando trabajo a miles de familias. Don Ernesto fue otra cosa, se preocupó poco de los negocios y mucho de los casinos y la buena vida. También fue aficionado a los buenos libros y comprador de antigüedades, pero en cuanto necesitó dinero se deshizo de sus colecciones, lo que hace suponer que pensaba más en su valor monetario que en el interés cultural.

El rico heredero guardaba las adquisiciones en el castillo de Laclau, su residencia en el pequeño pueblo de Boucau, en los Bajos Pirineos franceses, adquirida por la familia de su abuela materna Jeanne Marie Phanie Rives. En aquella finca, que está a tres kilómetros de Bayona y ocupa 20 hectáreas, pasaba más tiempo que en la Montaña Central dedicado a la noble tarea de no hacer nada. Un incendio destruyó el edificio en 1932 y ahora es un lugar turístico que se conoce como "Bosque Guilhou".

En 1892, Jacqueline, una de las dos hermanas de Ernesto, se casó con Pedro Pidal, hijo del hombre más poderoso de la Asturias del momento, Alejandro Pidal y Mon, entonces presidente del Congreso y paradigma del caciquismo. El opulento consuegro, que conocía el gusto del mierense por las piezas de interés artístico, puso en su conocimiento la existencia en la iglesia de San Salvador de Fuentes -un pequeño pueblo de Villaviciosa- de una magnífica cruz de plata repujada sobre madera y este lógicamente se dispuso a comprarla.

La Cruz de Fuentes estaba destinada a lucir en las procesiones, por eso es de buen tamaño: mide 59,1 cm x 48,3 cm. Está decorada en su anverso con una imagen de Jesucristo crucificado acompañado por las figuras en relieve de la Virgen y San Juan, uno a cada lado; por arriba un ángel con incensario y abajo Adán saliendo de un sepulcro, mientras presenta en el reverso una inscripción en latín con el nombre de quien la mandó hacer: "Sancha González, me hizo en honor de San Salvador". También sirvió de relicario, ya que en su parte superior hay un hueco que albergaba una de esas astillas que los charlatanes vendieron por toda la Europa medieval como pertenecientes a la Cruz de Cristo.

Guilhou envió a su intermediario, un tal Nozaleda, hasta aquel hermoso paraje, a unos 2 kilómetros. monte arriba de la capital maliaya, para que fijase las condiciones de la adquisición en dos mil pesetas con el párroco don Perfecto Palacio Noval; pero este no era un pardillo y le hizo saber que conocía su valor y ya había recibido ofertas mucho más cuantiosas de otras partes de España y del extranjero.

Nozaleda llevó hasta Mieres aquella respuesta y fue autorizado para volver hasta Fuentes con la propuesta de que fuese el cura quien pusiese precio a su cruz. Tampoco así hubo acuerdo, pero esta vez don Perfecto, tal vez sin conocer la relación familiar que tenía con los Pidal el interesado en comprar, dio a su intermediario la clave para cerrar la operación al asegurarle que nunca iba a tomar una decisión sin la autorización de su Obispo.

El asunto debió de tener cierta relevancia porque en una carta dirigida a El Correo de Asturias en febrero de 1898, el párroco contó que había mantenido una tercera entrevista, esta vez con la presencia de Ernesto Guilhou "preguntándome este señor cuanto podría valer, le contesté que no tenía precio por tratarse de una joya que algunos suponen del siglo XI al XII" y quiso dejar claro no estaba realizando ninguna operación por su cuenta a espaldas del Obispado porque era partidario de que la pieza no saliese de Fuentes, ya que aunque se encontraba en mal estado "tengo la seguridad de que hay personas y amantes de las artes, que contribuirían gustosas con sus limosnas para conservarla", aunque por sí acaso también aclaraba que "por estar así no puede decirse que deba venderla a cualquier precio, ni por lo que diga persona perita en la materia, salvo el parecer y lo que disponga mi Excmo. Rvmo. Prelado".

Aunque el sacerdote no lo citó en su escrito, junto a Ernesto Guilhou y Nozaleda hubo en aquel tercer encuentro otra persona decisiva: Antonio Cavanilles, el hombre fuerte de Alejandro Pidal, encargado de conseguirle votos en las elecciones a cambio de favores y con la autoridad suficiente para pedir el beneplácito del Obispo don Ramón Martínez Vigil, que se apresuró a complacer el deseo del cacique y sin perder tiempo firmó una carta emplazando a don Perfecto a entregar la cruz "para verla él en Oviedo".

No hará falta que les diga que la pieza ya no volvió a Fuentes. En algún texto se ha dicho que el trato con Guilhou se cerró a cambio de 2.000 o 4.000 pesetas destinadas a ayudar a la financiación de la Basílica de Covadonga, pero seguramente es más cierta la versión que dio Aurelio de Llano en su libro "Bellezas de Asturias", publicado en 1928, según la cual habría sido vendida en 1901 por 10.000 pesetas, ya que al parecer, el libro de fábrica de aquella parroquia recoge un ingreso por esa cantidad fechado en ese año.

Sea como fuese, don Ernesto se llevó a Francia la Cruz de Fuentes: una pieza única que para algunos historiadores es la joya más importante de Asturias después de la Cruz de la Victoria.

Luego pasó a manos del marchante Arthur Sambon, destacado especialista en la Italia antigua y los etruscos y presidente de la Cámara de expertos de Arte de París con el encargo de buscarle comprador. Sambon ya había trabajado anteriormente para Guilhou y en marzo de 1905 se encargó de subastar su colección de arte clásico en la sala nº 7 del Hotel Drouot de París. El catálogo de aquella jornada nos da una idea de lo que llegó poseer el mierense: orfebrería, cerámicas, bronces, joyas comprados en Grecia, Oriente, Europa, Italia, Europa del Este, y hasta unas inquietantes piezas de factura pre-romana y romana, que se identifican como de procedencia española y tal vez deberíamos localizar muy cerca de esta tierra.

En cuanto a la Cruz de Fuentes, se ha escrito que pasó por el Museo del Louvre, donde habría sido expuesta al público. Si fue así, seguramente sería en una exposición temporal, porque alrededor de 1912 Arthur Sambon se la vendió al banquero y empresario John Pierpont Morgan, uno de los coleccionistas más prestigiosos de todas las épocas del que se cuenta que empezó a coleccionar el día que siendo aún niño guardó los restos de una vidriera gótica que encontró en la cercanías de una catedral. Lo cierto es que a partir de 1888 empezó a invertir en manuscritos, autógrafos históricos y libros raros, obteniendo un prestigio que le permitió entrar en el consejo de administración del Metropolitan Museum de Nueva York, que acabó presidiendo en 1904.

Morgan fue un apasionado que pronto amplió sus gustos hacia todos aquellos objetos históricos o arqueológicos que tuviesen belleza o interés y siempre con una autenticidad demostrada y gracias a su fortuna pudo adquirir en ocasiones colecciones completas o grandes lotes, para lo que no dudaba en desplazarse a menudo hasta Europa, combinando los negocios con su afición. Falleció en Roma en 1913 cediendo su legado artístico, valorado en 60 millones de dólares de la época, a sus herederos que lo repartieron entre la llamada Morgan Library, construida por él según los cánones de la antigüedad clásica y el Metropolitan Art Museum, en Nueva York. Allí se exhibe desde entonces la Cruz de San Salvador de Fuentes.

En octubre de 1993 esta pieza indispensable de nuestro patrimonio volvió por unos días a Asturias para la muestra "Orígenes". Tres años más tarde, en 1996, la Iglesia ovetense encargó al joyero Pedro Álvarez una réplica que ustedes pueden ver, previo pago, en el Museo de la Catedral de Oviedo.