de lo nuestro Historias Heterodoxas

Los apostadores impenitentes

Los intentos de prohibir los juegos de suerte, envite o azar tuvieron a Manuel Llaneza como gran escudero cuando fue alcalde de Mieres

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Los juegos de azar con dinero de por medio no se legalizaron en España hasta 1983. Con anterioridad y desde el amanecer de los tiempos, los jugadores siempre fueron perseguidos tanto por la amenaza del fuego eterno que lanzaban los clérigos sobre sus feligreses, como por las leyes que persiguieron con importantes penas económicas y de cárcel esta actividad que no lucraba las arcas estatales. A principios del siglo XX seguía vigente el Código penal de 1870 que castigaba con rigidez las timbas ilegales y hubo que esperar al 20 de junio de 1912 para ver un primer intento de abordar esta cuestión.

Ese año, uno de los ministros de don José Canalejas presentó en las Cortes un proyecto de ley para dotar de cobertura legal a los juegos de suerte, envite o azar. Se proponía que los dueños de las casas de juegos clandestinas fuesen castigados con penas de arresto mayor y multa de 250 a 2.500 pesetas, y en caso de reincidencia con doble multa. También que los jugadores que concurriesen a estas salas pasasen una temporada en prisión e hiciesen frente a una sanción comprendida entre 125 y 1.250 pesetas. Al mismo tiempo, quienes promoviesen cualquier clase de juego de azar que no fuese de puro pasatiempo y recreo en sitios o establecimientos públicos sin la debida autorización serían castigados con correctivos disuasorios.

Según este proyecto, los permisos para jugar solo podía concederlos el Ministerio de la Gobernación a aquellas sociedades de recreo de carácter privado, balnearios y casinos establecidos legalmente que llevasen al menos dos años de funcionamiento y, de cualquier forma, se debían considerar prohibidos todos los juegos de naipes, excepto el bacarrá, el siete y medio y los llamados pequeños recreos de salón o similares a estos, siempre que funcionasen con arreglo a las condiciones del reglamento dictado por la autoridad gubernativa.

Si tenemos en cuenta el problema social que suponía entonces este asunto, la propuesta no parecía mala, aunque finalmente fue rechazada tras el debate parlamentario y únicamente se mantuvo la excepción de tolerar el juego en el Casino de San Sebastián porque el turismo de la ciudad dependía de él y, además, proporcionaba muchos ingresos que se dedicaban a obras de beneficencia. En 1916, ante la evidencia de que era imposible que el nefasto vicio desapareciese por sí mismo, se redactó un segundo proyecto que igualmente quedó en el tintero mientras la policía siguió clausurando locales y no cesaron las pendencias suscitadas por culpa de las partidas que con frecuencia se resolvían con los puños, las navajas y las pistolas.

El juego era una lacra tan perjudicial como el alcohol que afectaba especialmente a las familias más humildes y por eso algunos dirigentes obreros lo colocaron en la lista de los peligros que acechaban al sufrido proletariado.

En 1979, Ramiro Suárez Iglesias publicó un librito titulado "Vida, obra y recuerdos de Manuel Llaneza" donde encontramos un buen ejemplo de lo que les estoy contando. Es una anécdota que protagonizó el líder sindical cuando era alcalde de Mieres y en su afán de suprimir el juego abusivo decidió actuar contra los que lo practicaban habitualmente en los salones del Casino. El autor del libro era uno de aquellos jugadores y contó en su texto como una noche recibió un recado de Llaneza diciendo que quería verlo.

Cuando lo tuvo en su presencia le previno para que dijese a los demás que si no suspendían las partidas desde aquella misma noche los mandaría a la cárcel. Sabiendo que estaba ante un hombre de palabra, Ramiro Suárez se tomó el aviso en serio y no tardó en ponerlo en conocimiento de sus compañeros; pero estos, en vez de considerar la amenaza y rectificar, le dijeron que el Casino era una sociedad privada y que si el alcalde se tomaba la libertad de atravesar su umbral sin permiso, los perjuicios que le ocasionaría serían muy graves, y siguieron jugando sin alterarse. Sin embargo, Llaneza decidió demostrar su autoridad.

Por fin, una noche acudió hasta allí acompañado de dos guardias a los que hizo quedar en la puerta, penetró hasta la sala de juego y colocando el bastón de mando municipal encima de la mesa de naipes cortó la timba y ordenó salir uno a uno a los jugadores para llevárselos a todos a la prevención. Desde aquel día hasta el último en que desempeñó la Alcaldía, no se volvió a jugar en el Casino, y si alguna vez se hizo fue a escondidas y con grandes precauciones.

Manuel Llaneza dejó el Ayuntamiento en 1919 y cuatro años después, el 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado convirtiendo a España en una dictadura. El cambio de régimen no hizo más que acentuar la persecución del juego. Entre las primeras medidas tomadas por los militares estuvo la de prohibir expresamente los juegos de azar. El subsecretario de Gobernación, Severiano Martínez Anido, dio orden a los gobernadores civiles y delegados gubernativos para que se actuase con la mayor severidad y se clausurasen los establecimientos de apuestas sin hacer ninguna excepción.

En 1927, la norma se endureció aún más con el mandato de encarcelar a los propietarios de los locales privados y a los miembros de las juntas directivas de los casinos y sociedades en las que se detectase alguna partida.

Y así llegamos al 16 de febrero de 1929, cuando el corresponsal en Laviana del diario "La Voz de Asturias" redactó una crónica congratulándose por el buen servicio policial que había puesto fin a una de aquellas timbas clandestinas que con demasiada frecuencia "decía él" eran la causa "de las ‘zurras’ que suelen recibir muchas mujeres de sus maridos al regresar sin la paga que han perdido con las cartas y de que en la mayor parte de los hogares, en muchos, se carezca de lo indispensable para vivir, y algunas veces vemos con sentimiento que el juego es una de las principales causas de los crímenes que llevan a los hombres o al cementerio o al presidio".

El periodista se había tropezado días antes con una patrulla de ocho o diez amigos del naipe –entre ellos un padre y su hijo–, que bajaban por la carretera conducidos por una pareja del puesto de la Guardia Civil de Barredos. Era viernes y habían cobrado el día anterior, pero en vez de llevar la paga a sus hogares, tal y como habían salido de la mina sin posar la ropa de faena y con el dinero caliente, se habían pasado toda la noche y parte de la mañana siguiente sobre el tapete. Hasta que la Guardia Civil los había detenido in fraganti a las once del día en el pueblo de la Hueria de Tiraña.

Entonces se produjo una de esas escenas llenas de surrealismo que tanto nos gusta traer a esta página: los guardias formaron a los apostadores impenitentes de dos en fondo e hicieron que se exhibiesen por la calzada con las cartas prendidas en sus ropas "por sus cuatro costados". Al acercarse la extraña comitiva, hubo quien creyó se trataba de un desfile de carnaval, pero cuando los vecinos vieron entrar a todos en el cuartel surgieron las preguntas y supieron que iban a estar allí detenidos hasta que se levantase el correspondiente atestado por la infracción cometida.

Una vez pasada la sorpresa, la mayor parte de la población aprobó aquella acción, e incluso el alcalde de Laviana, don José Cervilla, al enterarse de lo sucedido felicitó al comandante del puesto, exhortandole a que repitiese el espectáculo cuantas veces fuese preciso hasta terminar con las guaridas de los "naiperos" que llevaban tiempo reuniéndose en lugares apartados para practicar su funesto vicio, ya que los dueños de los establecimientos se negaban a admitirlos, por el riesgo a ser sancionados y pagar con la cárcel su permisividad.

Aquel entusiasta corresponsal también dejó escrita su calurosa felicitación a la Guardia Civil, en nombre propio y en el de las familias que esperaban la paga para liquidar la libreta mensual del comercio y seguir viviendo del crédito, y rogaba que se extendiese su intervención hasta aquellos desalmados que "bien en las boleras, bien en molinos ruinosos, o en las tenadas o detrás de las sebes, juegan a las chapas, a la raya o a las siete y media".

El periodista pedía que fuesen perseguidos, especialmente los más jóvenes porque estaban iniciando un camino que los iba a llevar a un futuro poco consolador y honroso y si escapaban a la potestad de sus padres, esta debían ejercerla las autoridades.

A pesar de todo, la atracción por el azar es tan antigua como la humanidad y nunca pudo erradicarse; actualmente los intereses económicos están por encima de cualquier otra consideración y las salas de juego proliferan, sobre todo en los barrios obreros, con la bendición del Estado: la recaudación de impuestos es un interés prioritario.

Suscríbete para seguir leyendo