El partido que desveló al mejor Amancio

Extraordinario en el regate, con un fantástico control orientado, su carrera dio un salto decisivo en la Madrid-Barcelona de la temporada 1964-65

AMANCIO Y CHURRUCA

AMANCIO Y CHURRUCA / LNE

Melchor Fernández

Melchor Fernández

La memoria, la de cada uno, es caprichosa a la hora de fijar o borrar recuerdos. O eso nos parece. Pero en general suele ser coherente al jerarquizar lo que conserva y da prioridad a lo que en su momento nos causó mayor impresión. Por eso no me sorprendió que, al enterarme de la noticia del fallecimiento de Amancio Amaro, me viniera a la mente aquel Madrid-Barcelona que tuve la suerte de ver hace casi 60 años en el Estadio Bernabeu, cuando yo era estudiante en Madrid. Y es que aquel encuentro de la temporada 1964-65 descubriría por fin ante la afición madridista, y ante toda España también, la verdadera dimensión de un futbolista extraordinario que hasta entonces no había tenido la oportunidad de expresarse en toda su amplitud.

MEJOR INTERIOR QUE EXTREMO

Amancio había llegado al Madrid en la temporada 1962-63, después de haber contribuido de forma decisiva al ascenso del Deportivo de La Coruña a Primera División. Entre los aficionados asturianos se haría famoso uno de los dos goles que le marcó al Sporting en El Molinón, por la forma fantástica con que había resuelto desde el borde del área un pase que había recibido de espaldas a la portería. Amancio, jugando de interior, sería el máximo goleador de su equipo en esa temporada y llegó al Madrid con la vitola de ser una gran promesa.

En el Madrid tuvo de inmediato sitio en el primer equipo, pero no en su puesto ideal, que era el de interior avanzado. Miguel Muñoz, que era entonces el entrenador madridista, le colocó de extremo derecho. La función de delantero en punta la desempeñaba uno de los jugadores más grandes de la historia, Ferenc Puskas, quien, a sus 38 años, todavía merecía la plena confianza del entrenador, que, con el respaldo de Bernabeu, había jubilado a Di Stéfano al final de la temporada anterior, después de que el Madrid hubiera perdido la final de la Copa de Europa ante el Inter de Helenio Herrera. (Jubilación que Di Stéfano no aceptó, pues fichó por el Español para continuar en activo dos temporadas más).

De cara a aquel Madrid-Barcelona fue precisamente la baja de Puskas, que había sido expulsado la jornada anterior en el Metropolitano, la que empezó a allanar a Amancio el camino hacia su puesto ideal. Pero influyó también que durante la semana se lesionase el jugador que supuestamente iba a lucir el domingo la camiseta blanca con el número 10 para enfrentarse a los blaugranas. Ese jugador era el asturiano Pipi, que había llegado al Madrid procedente del Málaga. El de Sotrondio se vio una vez zancadilleado por la mala suerte, que le persiguió durante su permanencia en el Madrid.

UN PARTIDO SOBERBIO

Vi aquel Madrid-Barcelona desde el segundo anfiteatro del Bernabeu, una localidad de pie a la que se accedía por un precio asequible para un estudiante. Y desde aquel emplazamiento privilegiado –la altura era ideal para ver el fútbol de calidad que se practicaba en aquel terreno de juego– pude asistir al descubrimiento de la dimensión completa de un Amancio que hasta entonces solo había mostrado allí parte de ella. Con libertad para moverse por toda la delantera, se convirtió desde el principio del partido en un problema insoluble para la defensa barcelonista. Y puso el estadio boca abajo cuando, tras varios regates sucesivos, se escapó en plena soledad desde la mitad del campo para plantarse ante Sadurni, que salió a la desesperada a tapar el tiro final; pero, aunque llegó a tocar el balón, no pudo evitar que llegara a la red. Y aquello fue solo el principio de la fiesta blanca, pues todavía llegarían tres goles más, dos de ellos obra también de Amancio, que hasta se permitió el lujo de marcar de cabeza, que nunca su fuerte. Aquel soberbio partido, que acabó con victoria madridista 4-1 y en el que por cierto debutó Pirri, marcó un antes y un después de la historia de Amancio en el Real Madrid, pues a partir de entonces su puesto sería el de interior en punta. Y Puskas, nada menos que Puskas, se convirtió en reserva suyo.

EL CONTROL ORIENTADO

En ese puesto Amancio comenzó a exhibir su mejor dimensión, que le situaba, sin duda, entre los mejores jugadores europeos del momento, si no el mejor. Su cualidad mejor era, sin duda, el regate. Y del regate, lo realmente impresionante era el inicio. Dominaba admirablemente el control orientado, con el que iniciaba el desbordamiento del rival según recibía el balón. Luego pasaba él como un rayo. Para el adversario no quedaba otro recurso que correr tras él, que era demasiado rápido, o tratar de impedir que pasara, cometiendo falta. Muchos defensas empezaron a intentar recurrir a entradas que vulneraban el Reglamento, que al principio no le intimidaban, porque además era valiente. Así pasaron varios meses, hasta una de aquellas faltas le provocó una lesión en el tobillo, que hizo necesario el paso por el quirófano. Por si fuera poco, la recuperación se complicó y supuso un parón de varios meses en su carrera. Pero pudo reanudarla para encabezar, junto con Gento, al "Madrid Ye-yé", que en 1966, al ganar por 2-1 al Partizán en la final de Bruselas, pudo volver a levantar la Copa de Europa, un partido en el que dejaría el recuerdo de un gol extraordinario de Amancio, marca de la casa.

UN GRAN HISTORIAL

Su juego, sin dejar de ser brillante, se hizo más precavido y aquellos meses de la temporada 64-65 quedarían en el recuerdo –por lo menos, en el mío– como el zenith de su carrera, que, en todo caso, se mantuvo a un gran nivel. Y la grave lesión que en 1974 le produjo en Granada una tremenda entrada de Pedro Fernández confirmaría que siempre estuvo expuesto al riesgo.

Amancio, que en sus 14 temporadas en el Real Madrid jugó 471 partidos y marcó 155 goles, contribuyó de forma importante a ampliar el palmarés madridista, con nueve campeonatos de Liga y tres Copas, además de la citada Copa de Europa. Y jugó 45 partidos internacionales, entre ellos los que llevaron a España a ganar en 1964 la Copa de Europa de Naciones, al vencer en la final a la URSS por 2-1. Incluso tuvo un breve y meritorio recorrido como entrenador, culminado con dirigir al primer equipo madridista durante una temporada. Hay coincidencia en destacar que su mayor mérito como técnico fue echar a volar a la Quinta del Buitre. El título de Presidente de Honor del Real Madrid, en el que sucedió a figuras como Di Stéfano y Gento pondría un broche de oro a su carrera en el madridismo y, por extensión, en el fútbol español. Por desgracia, lo disfrutó poco tiempo.

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