R. VALLE

ángel gonzález

El paseante curioso que se acerque a las oficinas de información turística o viaje por la web municipal puede conseguir un folleto que, plano adjunto, le sugiere disfrutar de los espacios públicos de la ciudad saltando de escultura en escultura. La propuesta arranca, como no podía ser de otra manera, de ese «Elogio del horizonte» que el vasco Eduardo Chillida creó en hormigón para el Gijón de los años noventa y que pasó de ser motivo de polémica vecinal a símbolo de la ciudad. Tras él las páginas hablan del «Monumento a la paz mundial», de Manuel Arenas, en el parque del Lauredal; la «Escalada», de Pablo Maojo, ante el Palacio de Deportes de La Guía; el «Nordeste», de Joaquín Vaquero Turcios, en Cimavilla; el «Andarín», de Miguel Navarro, en el paseo del Arbeyal... y así hasta completar dieciséis iconos sobre el callejero local.

Sólo son un aperitivo. Gijón, como ciudad de esculturas públicas, ofrece un centenar largo de posibilidades a los viandantes sumando desde clásicos de la vieja escuela a nuevas incorporaciones de estéticas vanguardistas. Al auge de los monumentos conmemorativos en la España de finales del siglo XIX se corresponden las estatuas de Pelayo y Jovellanos que, firmadas respectivamente por José María López y Manuel Fuxá en 1891, rinden tributo a dos grandes de la historia local. Su estética no puede estar más alejada, aunque en el fondo se trata también de rendir tributo a un gran hombre, que la elegida por la escultora Xana Kahle para inmortalizar a su padre, José Luis Álvarez Margarida. Esta obra escultórica instalada hace unos meses en el parque del Cabo San Lorenzo es, por ahora, la última incorporación singular a este entramado de arte en la calle que exhibe Gijón.

Precisamente ese espacio verde con vistas al mar, y toda la senda costera que lo une al área urbana gijonesa, se ha consolidado en los últimos años como uno de los grandes museos al aire libre de Gijón. Sin olvidar el antecedente de esa «La madre del emigrante» que en 1970 colocó Ramón Muriedas en el área del Rinconín y que fue víctima de un ataque vandálico unos seis años después. Quizá, dicen los expertos, por ser la primera obra de lenguaje moderno que veían los gijoneses en su suelo. Entre el verde y la mar están también, por ampliar la lista de ejemplos y sugerencias para el caminante, «Cantu los díes fuxíos», de Adolfo Manzano; «Solidaridad», de Pepe Noja; «Sombras de luz», de Fernando Alba; «Paisaje germinador», de Miguel Ángel Lombardía, y «Homenaje a Galileo Galilei XV», de Amadeo Gabino.

El otro gran museo al aire libre de Gijón es el veterano parque de Isabel la Católica, lleno de bustos y estatuas que, en muchos casos, hacen referencia a ilustres gijoneses. Desde los pintores Evaristo Valle y Nicanor Piñole inmortalizados por Manuel Álvarez Laviada al industrial Romualdo Alvargonzález que creó Gerardo Zaragoza. Laviada es también el autor del monumento a Fleming -al que todos los años peregrinan los vecinos de Cimavilla- junto al arquitecto Luis Moya. Y juntos crearon el monumento a los Héroes del Simancas que se ubicó en la fachada principal del Colegio de la Inmaculada

A la hora de pasear entre esculturas, no hay que olvidar que el Museo Evaristo Valle también tiene unos reseñables jardines que ejercen de campo artístico. Aunque colocados en una categoría distinta por tratarse de un espacio de uso público pero bajo el control privado de los responsables de la Fundación que gestiona el hogar y la obra de Valle.

A estas galerías de arte al aire libro se van sumando, año a año, actuaciones artísticas concretas en espacios determinados de toda la ciudad. La actuación municipal en cuanto a implantación de esculturas públicas a principios de la nueva etapa democrática no se olvidó de los barrios, que también se abrieron a los nuevos lenguajes plásticos. Por ejemplo, con la obra que en el parque de Severo Ochoa realizó el denominado «Grupo G», integrado por Alejandro Mieres, Pedro Santamarta, Francisco Fresno y José de la Riera. Ya a partir de 1999, el proyecto «Arte público» llevó al Arbeyal el «Andarín», de Miguel Navarro; a la avenida de Carlos Marx, el «Monumento a la República», de Acisclo Manzano y Xaime Quesada, y a Moreda, esa «Torre de la memoria», de Francisco Fresno.

Fuera de ese proyecto de «Arte público», pero de esa misma época y con presencia en los barrios de la ciudad, están el «Monumento a Salvador Allende», de Mónica Bunster en Roces; «Copulaciones», de Pedro Sanjurjo, en el parque de las Madres de la Plaza de Mayo, y el «Homenaje a las Brigadas Internacionales», de Amador Rodríguez Menéndez, en Montevil. Un barrio en el que también se puede ver «La huella», de Juanjo Novella. Otra forma de entender la escultura, desde el realismo, se ofrece en otras dos propuestas: «Homenaje a los niños de la guerra», fechada en 2005 por Vicente Moreira y que mira al mar desde la playa del Arbeyal, y los «Sentimientos de la familia, que Manuel García Linares colocó en 1999 en la rotonda de La Guía.

El paseo costero de la zona este y el parque de Isabel la Católica, dos museos al aire libre

Dos concurridas áreas verdes y dos grandes museos al aire libre. Todo al mismo tiempo El paseo costero de la zona este y el parque de Isabel la Católica incorporan a sus atractivos como lugares de esparcimiento público una oferta artística en esculturas. Cada una bien distinta. El parque de Isabel la Católica (a la izquierda) está lleno de bustos y esculturas clásicas. Desde el Rinconín hasta el Cabo San Lorenzo, se apuesta por otros lenguajes artísticos. Arriba, una imagen de Gijón desde «Solidaridad» y con «La madre del emigrante» en segundo término a la izquierda.