El mítico Ataúlfo Blanco deja su sidrería: cambio de ciclo en el afamado chigre de Gijón

El popular chigrero y su mujer, Rosa Vitienes, se jubilan el domingo y traspasan el negocio de la calle Cabrales a Sidra JR

Rosa Vitienes y Ataúlfo Blanco, en primer término, arropados por los camareros y cocineros Auri Fernández, Cris Rodríguez, Jonatan Rivero, José Toral y Adrián Collado y José Alonso, ayer, en la barra de Casa Ataulfo.

Rosa Vitienes y Ataúlfo Blanco, en primer término, arropados por los camareros y cocineros Auri Fernández, Cris Rodríguez, Jonatan Rivero, José Toral y Adrián Collado y José Alonso, ayer, en la barra de Casa Ataulfo. / Marcos León

Pablo Palomo

Pablo Palomo

Hay personas que por sí mismas son instituciones y lugares que sin estar sacralizados son templos. Ataúlfo Blanco Marina y su sidrería Casa Ataulfo cumplen las dos. Cuando el próximo domingo este popular chigrero cuelgue su chaquetilla blanca estará escribiendo una página de la historia del Gijón oficioso. Ataúlfo Blanco se jubila. Lo deja. Y con él se va Rosa Vitienes, su cocinera desde 1983, la mujer de su vida y la madre de sus tres hijas y la abuela de sus cinco nietos. Blanco traspasa su histórico negocio de la calle Cabrales a Sidra JR. Firma la operación el lunes que viene, el mismo día que cumplirá 74 años. Hasta para eso, Ataúlfo Blanco ha tenido puntería para ser célebre. Se van con pena y alegría. Atrás dejan media vida, pero tras décadas de trabajo y sacrificio saben que van a empezar a vivir. "Hemos notado mucho lo que la gente nos ha querido", relatan ambos a LA NUEVA ESPAÑA.

Como el propio Ataúlfo reconoce, su historia es más larga que la de su local. Baste decir que empezó sus días en un pueblín de Colunga llamado La Riera. Llegó a vivir a Gijón con solo ocho años. Su madre vendía pescado por la calle, cantando. La vida de Ataúlfo Blanco ha sido la vida de las hormigas del poema de Lorca. El trabajo ha sido su ley. Empezó siendo un crío y hasta el domingo que viene. Su primer trabajo lo tuvo en el bar Villa, en el Muelle. "Antes se empezaba muy joven. Empecé cuando tenía 14", recuerda Blanco. Las manos del hostelero fundaron otro negocio con solera: la cafetería La Criolla en la calle Uría. Y fue en 1983 cuando abrió Casa Ataulfo. "La verdad es que se me eriza la piel solo de pensarlo. Por aquí hay mucha historia", interviene Vitienes, que ayuda a su marido a recorrer pasajes de su memoria conjunta. Llevan casados 48 años.

Ataúlfo escancia su memoria en una mesa de su sidrería. A pesar de los años, sigue al pie del cañón y sus empleados se refieren a él como "el jefe". Detrás de él queda esa barra por donde tanta sidra corrió, donde se degustaron tantos oricios y otros ricos manjares del mar y donde tanto se filosofó del Sporting. Generaciones de gijoneses han pasado por allí. Algunos ilustres de la ciudad se podría decir que han crecido en este local del Centro, al que iban con sus padres. Son muchos los rostros famosos que por allí han pasado. "Víctor Manuel, Quini y Areces eran clásicos. Y Serrat también estuvo y por supuesto Arturo Fernández", cuenta Blanco. El hostelero apunta otro nombre a la cuenta: el de Pepín Braña. "Dicen que ahora va para las europeas, ¿oíste?", exclama, con una risa que denota amistad profunda. Blanco y su equipo, que seguirá con los nuevos dueños, han tenido momentos complicados. La pandemia fue uno de ellos. Era doloroso para ellos ver ese comedor, donde tanta vida hubo siempre, vacío en los peores momentos del cierre por el confinamiento de la pandemia. "Aquello fue jodido. Lo pasamos mal, claro", explican los dos. "Hemos podido salir adelante, remando y remando. La clientela también fue muy fiel siempre con nosotros", agregan Ataúlfo Blanco y Rosa Vitienes.

Ataúlfo Blanco sufrió en 2019 una caída mientras trabajaba. Fue otro de sus momentos complicados. La noticia corrió como la pólvora, como si se hubiera lesionado el delantero del Sporting o hubieran cogido a un torero en la feria de Begoña. "Ahí empezó un poco mi declive. Me rompí un hombro y tuvieron que operarme dos veces, pero quedé jorobado", detalla Blanco. "Pero fue ahí donde nos dimos cuenta de todo lo que la gente nos quería", afirman los dos protagonistas. Las vidas de Blanco y Vitienes se centrarán ahora en su familia. Tienen tres hijas y cinco nietos. "Y es de esperar que tengamos algún nietín más porque una de las hijas está soltera", informa oportunamente el hostelero.

Su historia, al final, es la del arquetipo del sacrificio del hostelero. "Aquí pasábamos día y noche. Desde que abríamos, hasta que cerrábamos. Ahora, ya relajé un poco más, pero no veas tú las virguerías que tenía que hacer para ir a dar un pésame al tanatorio. O para una boda, o para un cumpleaños de los nietos, buff", resopla Blanco. Vitienes de esto tiene mucho que decir. "Mira que soy pequeñuca, pero cuando estaba embarazada de mis hijas tenía miedo de pegar con la barriga en la plancha", asegura. "Ella merece jubilarse más que yo. La primera hija fue de La Criolla a Cabueñes y la segunda de Casa Ataulfo, al hospital. La tercera tuvo más suerte. Nació estando nosotros de vacaciones", ríen.

Ataúlfo Blanco se marcha ahora habiendo dejado momentos míticos y frases que merece la pena recordar. Pronuncio en una conversación con LA NUEVA ESPAÑA una sentencia gloriosa. "La hostelería y la política no son compatibles. Bastante tengo con ser del Barça", fue el titular de la entrevista para la sección de "Grandes de la Semana Grande".

–Ataúlfo, ¿y van a hacer algo especial para cerrar?

–"Ni acto especial, ni nada. Cerrar y adiós", dice.

Para su legión de clientes, más que adiós, será hasta siempre.

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