El muerto vivo cuyo perfil hiere

Homenaje lorquiano a Rambal

Maribel Lugilde

Maribel Lugilde

"Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera", aseguraba en la conferencia "Juego y teoría del duende" Federico García Lorca, considerado primer muerto LGTBI de la dictadura franquista, aunque es de imaginar que otros hubo, anónimos, sin tan fecunda vida después de su fallecimiento.

A Alberto Alonso Blanco, Rambal, le mató de otra forma la dictadura, cuya habilidad reside precisamente en ir llevando al precipicio a su otredad particular, a las personas distintas, señaladas, empujadas a la marginalidad y sus muertes. Sí vio Rambal el rostro de quien le arrebató la vida en su casa de Cimavilla una noche de abril de 1976 pero dejó este mundo sin gritar esa verdad y la policía de entonces cerró el caso del "invertido". Así le cayó la losa. Recuerdo de niña los rumores alrededor de aquel hecho oscuro. Y luego, el silencio.

Casi 5.000 homosexuales fueron encarcelados en la dictadura, en aplicación de la ley de vagos y maleantes, luego de peligrosidad social. Se condenaba el hacer, en la calle o en la habitación propia, pero también el ser, "desviado" de la conducta establecida. Ésa que aborrecía la homosexualidad y declaraba inexistente, por inconcebible, el lesbianismo. Ellos sufrieron cárcel, trabajos forzosos y terapias de aversión con descargas eléctricas; y no les alcanzó la amnistía que sí hubo para presos políticos. Ellas se buscaban preguntándose mutuamente "¿eres librera? ¿entiendes?".

Rambal, en medio de tanta crueldad institucionalizada, tuvo su diminuto oasis en Cimavilla, donde la pobreza permitió tejer una red de mínimo sostén y afectos colectivos. De día era vecino servicial para sobrevivir; de noche, artista marginal, para dar salida a emociones prohibidas. Pero es de imaginar cuánto dolor detrás de su alegría militante, cuánto miedo tras la valentía de reivindicar su normalidad, cuánta desesperación en su malvivir, cuanta indignidad aguantada, cuánto amor y desamor.

Se quedó a meses de ver la celebración, en Barcelona, de la primera Marcha del Orgullo. A dos años escasos de la despenalización en España de la homosexualidad. Si no se le hubiera cruzado su verdugo, la vida le habría permitido conocer la decisión histórica de la OMS de dejar de considerar la homosexualidad como una enfermedad. Y cómo no preguntarse qué sentiría si viera el homenaje que Gijón le brindó el pasado sábado en su barrio. Cimavilla supo conservar su memoria, dejó vivo al muerto y su perfil afilado.

No pudo tener Rambal un día más lorquiano, con sus gentes de fiesta, charanga y tertulia. La justicia escrita en los versos del trovador. El bullicio, el sol. Y, al anochecer, el silencio de la sabia luna.

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