Sin móviles
Empeñarse en su abuso empuja a su prohibición
Hay un debate candente estos meses en las comunidades educativas sobre el uso del móvil en los centros escolares. Las nuevas tecnologías, que en principio vendrían a facilitarnos la vida, haciendo más fácil la comunicación a distancia instantáneamente o cuando el destinatario pueda o quiera leer el mensaje, y permitirnos acceder a muchísima información sobre variados temas específicos, en ocasiones presentan también complicaciones iniciales hasta que funcionan fluidamente, y efectos contraproducentes en diversas circunstancias. No solo por las calumnias o los acosos que pueden derivarse de un uso indebido de datos, fotos o vídeos, sino también por su constante distracción y molestia, ya atendiendo en clase o ya estudiando en casa. La herramienta electrónica de ayuda se convierte en un obstáculo para el aprendizaje.
En el caso de los móviles, lo que podría ser un uso didáctico y constructivo en determinadas asignaturas y contextos de contenidos, imágenes y vídeos, así mapas en geografía o documentales en historia, enseguida se transforma en abuso, por los pasillos, y dentro del aula durante la clase, más o menos a escondidas, tratando de distraerse o forzar situaciones. Ello perjudica la atención a la explicación del docente, el trabajo del alumnado y la corrección de los ejercicios. ¿No tienen toda la tarde para jugar? ¿Tan urgente es leer cada diez minutos un whatsapp? Igual que la televisión y el ordenador, la eficacia del móvil, desde las aplicaciones de mensajería hasta videojuegos, depende de su uso racional o de su abuso compulsivo, cual droga audiovisual.
Un aspecto muy debatido es el de la credibilidad y falsas noticias que se difunden y “viralizan” por las redes sociales, por ser muy llamativos o coincidir con nuestros prejuicios ideológicos o de consumo. También hay gobiernos que abusan de control y censura de meras bromas o críticas, tachando de "fake news" lo que son denuncias de evidente mal gobierno o casos de flagrante corrupción. En cuanto a prohibir el móvil en los centros educativos, o se usan de manera ponderada según un protocolo académico, o su abuso empuja a la prohibición de su desvarío. Entre orden y caos, hay que elegir el orden, aunque no sea perfecto sino estricto. La flexibilidad es posible entre gente responsable. Ante distorsiones y empeños reiterados y negativos, se impone la rigidez.
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