Sin móviles

Empeñarse en su abuso empuja a su prohibición

Paco G. Redondo

Paco G. Redondo

Hay un debate candente estos meses en las comunidades educativas sobre el uso del móvil en los centros escolares. Las nuevas tecnologías, que en principio vendrían a facilitarnos la vida, haciendo más fácil la comunicación a distancia instantáneamente o cuando el destinatario pueda o quiera leer el mensaje, y permitirnos acceder a muchísima información sobre variados temas específicos, en ocasiones presentan también complicaciones iniciales hasta que funcionan fluidamente, y efectos contraproducentes en diversas circunstancias. No solo por las calumnias o los acosos que pueden derivarse de un uso indebido de datos, fotos o vídeos, sino también por su constante distracción y molestia, ya atendiendo en clase o ya estudiando en casa. La herramienta electrónica de ayuda se convierte en un obstáculo para el aprendizaje.

En el caso de los móviles, lo que podría ser un uso didáctico y constructivo en determinadas asignaturas y contextos de contenidos, imágenes y vídeos, así mapas en geografía o documentales en historia, enseguida se transforma en abuso, por los pasillos, y dentro del aula durante la clase, más o menos a escondidas, tratando de distraerse o forzar situaciones. Ello perjudica la atención a la explicación del docente, el trabajo del alumnado y la corrección de los ejercicios. ¿No tienen toda la tarde para jugar? ¿Tan urgente es leer cada diez minutos un whatsapp? Igual que la televisión y el ordenador, la eficacia del móvil, desde las aplicaciones de mensajería hasta videojuegos, depende de su uso racional o de su abuso compulsivo, cual droga audiovisual.

Un aspecto muy debatido es el de la credibilidad y falsas noticias que se difunden y “viralizan” por las redes sociales, por ser muy llamativos o coincidir con nuestros prejuicios ideológicos o de consumo. También hay gobiernos que abusan de control y censura de meras bromas o críticas, tachando de "fake news" lo que son denuncias de evidente mal gobierno o casos de flagrante corrupción. En cuanto a prohibir el móvil en los centros educativos, o se usan de manera ponderada según un protocolo académico, o su abuso empuja a la prohibición de su desvarío. Entre orden y caos, hay que elegir el orden, aunque no sea perfecto sino estricto. La flexibilidad es posible entre gente responsable. Ante distorsiones y empeños reiterados y negativos, se impone la rigidez.

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